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Un mal recuerdo

Pocas personas saben que yo estuve a punto de ir a la cárcel

Como mencioné la semana pasada, mi primer trabajo fue en el gobierno del estado, en donde, eventualmente, llegué a ser contralor interno de una dependencia. Entre otras funciones, tenía a mi cargo custodiar los paquetes con las facturas que presentaban las gasolineras para pago, a las cuales anexaban los vales de combustible que cada una surtía. Una vez contados y pagados, los paquetes se sellaban con cinta, ponía mi antefirma en varias partes y se quedaban en mi oficina bajo llave.

Un mal recuerdo

El desfalco

Un día, noté algo raro en uno de los paquetes de vales. Lo tomé para verlo de cerca y vi que, en una de las esquinas del paquete, habían rasgado la cinta y luego le habían puesto pequeñas tiras del mismo tipo de cinta para disimular la rasgadura. Tomé otros paquetes y vi que habían hecho lo mismo.

No me fue difícil imaginar qué había pasado. Inmediatamente fui a ver a mi jefe y le informé que me habían robado vales de gasolina. Se llamó a la Contraloría e inició el proceso de investigación y el conteo para determinar el faltante. La revisión duró casi tres meses y finalmente fui llamado a la oficina del Contralor General quien, en presencia de mi jefe, nos presentó el faltante total, una cantidad bastante considerable.

El contralor le pidió a mi jefe que nos dejara solos. Me pidió que “confesara”, le dije “le juro por mi hija que yo no tuve nada qué ver”, le expliqué la cuestión de mi asistente, la mandó llamar, pero ella no salió de “no sé, no sé y no sé”, y no había manera de probar nada. El contralor la despachó y, nuevamente a solas, me dijo: “O me presentas tu renuncia ahorita o de aquí nos vamos a la procuraduría a levantarte una demanda penal”. Le dije “voy a renunciar, no porque sea culpable, sino porque yo sé que no tengo manera de probar mi inocencia”.

Salí de ahí con la carga del estrés acumulado que me había dejado todo ese difícil proceso y el agobio por no saber en ese momento cómo enfrentar la manutención de mi familia. Me fui a casa de mi tía Carmen y lloré, lloré y lloré.

Con la frente en alto

Al día siguiente fui con mi jefe y le entregué mi carta renuncia, una copia de “Mi proyecto de vida” que ya les he compartido antes, y otro escrito en donde, entre otras cosas, le decía:

“Licenciado X: Una vez más, le aseguro que yo no tuve nada que ver en el asunto…porque mi padre, que en paz descanse, fue un hombre íntegro que me enseñó a vivir siempre con la frente en alto…Cometí un error, es cierto, y lo voy a pagar muy caro. Tengo una esposa y una hija de un año qué mantener, pero Dios me ha de ayudar para que a ellas nada les falte…Lo felicito por ser un hombre tan inteligente y trabajador, y sinceramente le digo que lo admiro por eso, y aunque yo sé que como profesional yo no le sirvo a usted para nada, si algún día, como hombre, le puedo ayudar, estoy a sus órdenes” (y terminaba el escrito firmando y poniendo mi dirección).

Después de leer este y el otro escrito, como que mi jefe se terminó de convencer que yo decía la verdad e incluso me ofreció conseguirme un buen despacho de abogados conocidos de él si quería pelear el caso, pero ya no lo quise hacer, el desgaste había sido demasiado.

¿Por qué comparto esto después de tantos años? Una, para que los nuevos profesionistas tengan cuidado y eviten que la inexperiencia y/o los actos mal intencionados de otras personas los metan en problemas, como me ocurrió a mí. Y otra, para que – Dios no lo quiera – si llegan a estar en una situación así, no se piensen que es el fin del mundo y se sientan morir, como también me ocurrió a mí. En un libro leí esta frase: “Pocas veces se da uno cuenta de que, en el futuro, algunas cosas de nuestro presente serán solo un mal recuerdo”. Así que agradezco lo que aprendí de esto y ahí queda, para el beneficio de quien le pudiera servir.



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