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Un ancla y una pieza de madera: los arqueólogos se acercan a los barcos de Cortés

En 1519, Hernán Cortés ordenó hundir sus propios barcos para que sus hombres no pudieran desertar. 500 años después, un grupo de especialistas trata de encontrar uno de los tesoros submarinos más importantes del mundo

Mientras los arqueólogos bucean a unos 14 metros de la superficie, Adrián y Manuel bromean en proa, amenazando con saltar de la lancha y darse un baño y así combatir el calor terrible del Golfo de México. Adrián y Manuel Franco, de 25 y 30 años, son primos y pescadores de huachinango, aunque en los últimos dos veranos han hecho equipo con un grupo de arqueólogos para buscar los barcos hundidos de Hernán Cortés. Los dos viven en la playa con sus familias, en un predio desordenado sobre la arena donde se mezclan cuartos de madera y de obra, un comal para las tortillas, plantas, una mesa de plástico y una palapa para los turistas.

Arqueólogos excavando el ancla encontrada el año pasado.Un ancla y una pieza de madera: los arqueólogos se acercan a los barcos de Cortés

“Desde hace muchos años aparecen tablas de madera en la orilla”, dice Manuel. Sin darle demasiada importancia, el pescador cuenta que hace unos meses otro lanchero sacó un ancla de la bahía y la vendió en Xalapa. ¿Un ancla antigua? “Un ancla antigua”, añade.

Los primos saltan al agua, nadan, se alejan unos metros de la embarcación. Desde ahlí, a 800 metros de la orilla, la costa luce hermosa, verde y marrón, a veces de un tono granate parecido al de la sangre seca. Es casi mediodía. Una brisa suave ronda sobre la bahía atemperando momentáneamente la sensación de bochorno. Alejados los dos primos, un silencio de sal y algas se apodera de la barca. Apenas se escucha un ruido blando y constante, el flujo de burbujas que llega del fondo de mar. Son los arqueólogos.

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Arquéologos en la bahía de Villa Rica, durante la búsqueda de los barcos de Cortés.

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El ingeniero Ilya Enov, explica cómo los magnetómetros detectan anomalías.

EN BUSCA DE PISTAS TRAS CINCO SIGLOS DE HISTORIA

Por turnos, los investigadores bajan, buscan y excavan. Por segundo año consecutivo un equipo multidisciplinar rastrea el piso de la bahía en busca de pistas de los barcos de Cortés, hundidos frente a la playa hace cinco siglos.

El año pasado dieron con un ancla gracias al peinado que hicieron con los magnetómetros. Ayudados de una enorme aspiradora subacuática, los arqueólogos excavaron más de un metro de arena y fango hasta llegar al ancla. Cuando por fin la liberaron y pudieron verla entera, no dudaron. Aquel viejo aparejo oxidado, aquel trozo de metal perdido bajo toneladas de sedimento, había pertenecido a un barco del siglo XVI.

Cortés hundió sus barcos en Villa Rica pero, ¿por qué? Bernal Díaz del Castillo, soldado de Cortés, autor de una de las historias más completas del periplo del comandante y los suyos por Mesoamérica, apunta dos motivos: uno, para que sus hombres no tuvieran la opción de volver a Cuba, de donde había partido la expedición. Cuba era el centro del Nuevo Mundo y la intención de Cortés era mudar el centro, fijarlo en lo que hoy es México. Dos, para sumar “maestres, pilotos y marineros” a su exiguo Ejército.

IR A LA CIUDAD DE MÉXICO A TODA COSTA

La expedición de Cortés había partido de la isla meses antes: 11 barcos, entre 600 y 700 hombres, 16 caballos (11 sementales y cinco yeguas), 14 cañones, 13 escopetas y 30 ballestas. En poco tiempo trabaron amistad (sin duda una amistad interesada) con pueblos totonacas de la costa y la sierra. Cortés quería aliados antes de iniciar su camino a Tenochtitlan. A la vez, debía vestir de legalidad su empresa. Cortés no tenía permiso de ir al interior. Las instrucciones del gobernador de Cuba, Diego Velázquez, su antiguo aliado, eran las que habían sido para todos los exploradores hasta entonces: comerciar y batallar en caso necesario, pero no poblar. Desobedecer significaba la muerte, pero Cortés quería ir a la Ciudad de México a toda costa.

Conocedor de las leyes, el comandante ideó un plan. Se rodeó de sus leales, fundaron un municipio sobre papel: Villa Rica y constituyeron el cabildo. Sus hombres lo nombraron capitán general. Esto, en la práctica, rompía el vínculo con Cuba. Cortés se autonombrada interlocutor oficial del rey de España en el nuevo continente. Escribió una carta al monarca Carlos V, justificando el desafío a Velázquez, anunciando el futuro hallazgo de grandes riquezas. Preparó un barco y mandó a dos de sus hombres a España con la carta y los tesoros que empezaban a acumular, regalos de los totonacas y de los enviados de Moctezuma, que intentaba, con los regalos, evitar su viaje a la capital. 

EN BUSCA DE LOS BARCOS DE CORTÉS

Una tarde a mediados de julio, los arqueólogos Melanie Damour y Chris Horrell fueron a visitar las ruinas del fuerte de Cortés en Villa Rica. Venían otros integrantes del equipo, entre arqueólogos, antropólogos, restauradores, un experto en cerámicas antiguas, incluso el ingeniero, encargado de operar los magnetómetros, especie de imanes gigantes capaces de detectar variaciones en el campo magnético del lecho marino.

Para los arqueólogos, las visitas al fuerte son habituales, igual que las excursiones a las ruinas de Quiahuiztlán, en la montaña. Mano a mano con el mexicano Roberto Junco, arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Damour y Horrell coordinan el proyecto de búsqueda de los barcos de Cortés. La cuarta pata de la mesa es Fritz Hanselmann, gran experto en pecios del mar Caribe y en la figura del corsario Henry Morgan. Junco, un hombre afable, capaz de organizar aventuras como esta en poco tiempo, recuerda que es la primera vez en 100 años que se intenta encontrar los barcos.

CADA VEZ MÁS CERCA DEL OBJETIVO

Aquella tarde, mientras Damour se agachaba para mirar unas piedras en el fuerte, Horrell se subió a lo que queda de uno de los muros de la vetusta construcción. El arqueólogo señaló la parte trasera del viejo fuerte. Horrell pasó un rato sobre el muro. El calor a esa hora, pasadas las cinco de la tarde, era tremendo y la humedad agobiante. Ni él, ni Damour dijeron mucho más. 

Mientras el grupo de arqueólogos que estaba buceando llega a la superficie, el otro se prepara para bajar. Ha sido una inmersión corta, poco más de media hora. Horrell ha dirigido la primera inmersión, cinco investigadores en total divididos en dos grupos. Dos van juntos y el resto medio libres. De los libres, Alberto, el fotógrafo de la expedición, se ha dedicado a tomar imágenes de los demás. El arqueólogo Josué, capaz de resumir largos pasajes históricos en cortas y emocionantes explicaciones, se ha encargado del detector de metales. Ilya, ingeniero canadiense, es el hombre del magnetómetro. Iris, gran experta en restos antiguos de los lagos del interior de México, ha ido con Horrell. Iris y él se han encargado de escarbar la arena sobre la anomalía magnética.

Durante la primera temporada de búsqueda, en julio del año pasado, los arqueólogos cargaron dos grandes magnetómetros en las barcas de Adrián y Manuel y barrieron la bahía, unos seis kilómetros cuadrados. Trazaban una línea recta, paralela a la costa, giraban en “u” y otra línea recta. Si el paso de las barcas hubiera quedado marcado en el agua, desde arriba parecería una carretera de alta montaña.

LA PRIMER ANCLA

Fue en julio pasado cuando Melanie Damour encontró la primer ancla. Los arqueólogos prefieren no especificar el lugar exacto para evitar saqueos o robos como el que cuentan Adrián y Manuel. Fue aproximadamente a 800 metros de la costa, debajo de varias capas de arena y fango.

Después de horas de trabajo bajo el agua, Damour llegó al viejo aparejo. Tuvo que escarbar más de un metro de arena. Para su sorpresa, el ancla estaba en posición vertical, no tumbada. Las anclas son elementos codiciados para este grupo de arqueólogos. Con cinco siglos bajo el agua salada, la madera de los barcos puede haberse deshecho, pero el metal sigue ahí, escondido bajo la arena. Cuando Cortés ordenó hundir los barcos, sus hombres salvaron las partes que podían serles útiles. Velas y cañones fueron transportados a la orilla, pero anclas y clavos, piensan los arqueólogos, probablemente no.

En cuanto vio el ancla, Chris Horrell se dijo: “esa ancla es del siglo XVI”. El extremo del brazo del ancla, el mapa, se le hizo idéntico al de otras anclas del mismo período. 

UNA ANOMALÍA REVELADORA

Pegado al ancla hallaron un trozo de madera. Cortaron un trocito y lo mandaron a varios laboratorios de México y de otros países. Hicieron estudios de carbono 14 y espectrometría de masas. En octubre del año pasado llegaron los resultados: la madera había pertenecido a un tronco de roble rojo del País Vasco. Madera de un árbol talado entre 1470 y 1490.

A finales de julio, la emoción de Junco, Damour, Horrell y los demás apuntaba a varias anomalías, todas cercanas al ancla. Había una en especial que según los arqueólogos podría esconder los restos de un barco. 500 años de historia en el espacio que ocupan dos mesas de pimpón.



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