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Tomándole a la taza

Hace unas semanas recibimos en casa la visita de mi cuñado, con su esposa y sus hijos. Me divertí de lo lindo con los dos chamacos

Hace unas semanas recibimos en casa la visita de mi cuñado, con su esposa y sus hijos. Me divertí de lo lindo con los dos chamacos; armamos una baticueva y jugamos con los monitos de acción (yo quería ser Batman pero no se pudo, me tocó ser el malo), tocamos el piano y la guitarra, les conté cuentos, etc. Mi esposa nos tomó algunas fotos y las publiqué en mi Facebook con el siguiente comentario: “Como que ya me andan urgiendo unos nietos”.

Tomándole a la taza

Una expresión que yo uso mucho cuando alguien se anda haciendo el desentendido es “no hagas como que la virgen te habla”. Creo que el origen de esta frase proviene de aquellas imágenes de representaciones teatrales o películas en donde la virgen le hablaba a una persona, y ésta, ante la manifestación divina, entraba en un estado de éxtasis, viendo para arriba, con la boca y los brazos abiertos, ignorando totalmente toda presencia humana a su alrededor.

Bueno, pues para “el vacile” están muy bien estas expresiones. El problema es cuando le tomamos a la taza o hacemos como que la virgen nos habla cuando se trata de asuntos de mayor relevancia o trascendencia, y dejamos de asumir la responsabilidad que nos corresponde. Y uno de los aspectos que más trágicas consecuencias puede tener cuando nos hacemos los desentendidos es en las responsabilidades que nos corresponden como padres.

Nuestras responsabilidades

En un documento llamado “La Familia, una proclamación para el mundo”, se habla de estas responsabilidades en los siguientes términos:

“El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y cuidarse uno al otro, así como a sus hijos. Los padres tienen el deber sagrado de criar a sus hijos con amor y rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales y de enseñarles a amarse y servirse el uno al otro, a observar los mandamientos de Dios y a ser ciudadanos respetuosos de la ley donde quiera que vivan. La madre es principalmente responsable del cuidado de sus hijos. En estas sagradas responsabilidades, el padre y la madre, como compañeros iguales, están obligados a ayudarse el uno al otro. Los matrimonios y las familias que logran tener éxito se establecen y se mantienen sobre los principios de la fe, la oración, el arrepentimiento, el perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo y las actividades recreativas edificantes”.

Pienso que gran parte de la descomposición del tejido social de la que se habla en estos tiempos y que ha generado tantos problemas, tiene sus orígenes en padres y/o madres que se han hecho los desentendidos ante estas y otras responsabilidades.

¿Es difícil cumplirlas? 

Claro que lo es. Siempre será más fácil engendrar un hijo y luego abandonar a la madre para poder seguir embarazando a otras. Siempre será más fácil abandonar a una familia de años porque mi mujer ya no “luce” como al principio y “merezco ser feliz con una mujer más joven”. Siempre será más fácil dedicar mi tiempo a divertirme que dedicarlo a prepararme y a trabajar para enseñar a mis hijos cosas como el servicio, el perdón, el respeto, la compasión. Siempre será más fácil romper los votos conyugales que trabajar en resolver nuestras diferencias. En fin, siempre será más fácil evadir las responsabilidades que hacerles frente, pues generalmente esto último tiene un costo más alto y muchas veces preferimos el camino del menor esfuerzo. Pero no sé, tiendo a creer que, si más padres y madres dejaran de hacerse los desentendidos con estas cosas, se podría incidir más positivamente en la agobiada sociedad en la que vivimos.

Así que, señores y señoras, padres y madres, dejen de estar tomándole a la taza, pues formar ciudadanos respetuosos y también responsables de sus actos, que generen un cambio para bien, eso les toca principalmente a ustedes, no a nadie más. No a la escuela. No al gobierno. No a la abuela o a los tíos de sus hijos. No a su vecino. Les toca a ustedes. Ahí se los dejo para la reflexión. Y ni se hagan como que la virgen les habla, que ni un ojo les guiña.



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