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Toda literatura es literatura del ‘yo’

‘Digámoslo alto y claro: escribir es exponerse. Cualquiera que no ­pretenda exponerse debería recoger sus maletas y largarse’: Philip K. Dick

En toda literatura existe un movimiento existencialmente sísmico cuyo epicentro es el propio autor —el tipo o la tipa que empuña el bolígrafo o pone sus dedos sobre el teclado—, es literatura del ‘yo’. Es literatura del yo “Los tres estigmas de Palmer Eldritch”, de Philip K. Dick, en la misma medida en que lo es cualquier relato visceral de Lucia Berlin. ¿La diferencia? El género, diríamos. Sí y no.

El autor estadounidense Philip K. DickToda literatura es literatura del ‘yo’

El escritor sólo desea una cosa: salir, escapar, vivir, brillar. La manera en que cada uno consigue poner un pie en el mundo y alzar la voz, es evidentemente distinta y depende, como diría Kurt Vonnegut Jr., de sus propias limitaciones como narrador.

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¿JUEGA EL PUDOR UN PAPEL ESENCIAL?

Podría decirse que la manera en que el autor —o autora— acabará exponiéndose depende de su capacidad para abrillantar o enmascarar —ficción mediante— su exposición. Porque, digámoslo alto y claro, escribir es exponerse. Cualquiera que no pretenda exponerse debería recoger sus maletas y largarse. La primera batalla que el escritor debe librar como escritor es una batalla contra si mismo, contra su propia idea de si mismo. Lo siguiente es derribar, ladrillo a ladrillo, el muro que lo separa del monstruo, la pulsión, lo que sea que le ha llevado a empuñar el bolígrafo o fijar su vista en la hoja en blanco de la pantalla de la computadora o a darle vueltas a la idea misma de hacerlo.

Para el escritor el pudor no es una opción. Porque si tienes miedo a exponerte es que no quieres exponerte en realidad. Lo único que desea el escritor es contarse.

Lucia Berlin, poco antes de morir, grabó una serie de videos en los que contaba de qué manera sus relatos le habían salvado la vida. Leerla es bucear en su cerebro.

“Los cuentos dicen cosas de mi que no fui capaz de reconocer en el momento en que los escribía”. Para ella, en todo buen relato debía producirse “una mínima alteración de la realidad. Una transformación, no una distorsión de la verdad, porque “lo que nos emociona no es identificarnos con una situación, sino reconocer esa verdad”.

En el tiempo que Philip K. Dick estuvo casado con Anne R. Dick escribió 19 novelas. Entre ellas, “Los tres estigmas de Palmer Eldritch”y “Podemos construirle”. Cuando las leyó por primera vez, Anne no pensó que tuviesen nada que ver con lo que estaba pasando entre ellos. Pero cuando terminaron su relación volvió a leerlas y descubrió que todo lo que él pensaba de ella estaba ahí. “Dios mío”, escribió, “las antiheroínas de las novelas de esa época estaban basadas en mi. Hacían cosas que yo hacía, pero también eran horribles. Eran asesinas, adúlteras y estaban locas. Estaba tratando de destruirme y yo no me había dado cuenta. Luego vinieron los libros sobre divorcios y reconciliaciones escritos justo en la época en la que nos estábamos separando. No los volví a leer hasta que Phil murió. ¿Habría sido distinto si hubiera podido leerlos antes? 

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UN CASO DISTINTO

Podría decirse que el caso de Philip K. Dick es distinto, pero en realidad no lo es. Él está exponiéndose, sólo que lo hace a su manera. Se deforma, rehúye la idea del pudor, pero no lo teme. No se teme a si mismo. Anne y él iban a terapia de pareja. La relación ya iba mal. Cada vez que se peleaban el escritor se iba a casa de su madre. Una de las veces que volvió, intentaron reconciliarse pero no funcionó. Escribió en el libro: “no pudo hacerlo. Se apartó de ella, sintiéndose francamente mal”. Luego vendría el intento de reconciliación. En “Los tres estigmas de Palmer Eldritch”, cuya idea inicial fueron las Barbies que Santa Claus les trajo a sus hijas esa Navidad, el escritor está tratando de confesarle a Anne, a través del personaje de Barney Mayerson, que nada en el mundo le gustaría más que volver con ella. Barney se odia a si mismo y sabe que está siendo muy egoísta. Y el personaje realmente se comporta como un tipo egoísta y despiadado.

Para expiar sus pecados y dejar de sentirse culpable por lo que está pasando con su mujer, decide exiliarse a Marte, sabiendo que no podrá volver. Va a dejarse inocular un virus que le pondrá a las órdenes de Palmer Eldritch, una especie de profeta galáctico. 




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