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Sin ingenuidades

Margaret Drabble explora a través de una escritura serena y sin dramatismos la conciencia de que la vejez y la muerte llegarán

Cuando acabé de leer los últimos relatos de Alice Munro llegué a la conclusión de que los personajes de nuestras narraciones a menudo maduran al mismo ritmo que sus artífices. Puede haber escritoras casi niñas que reflexionen sobre la psicología de un anciano o autores ancianos que perfilen personajes en una madurez perfecta, pero lo habitual es percibir cierta sintonía entre la edad de quien escribe y la de los seres que retrata.

Una pareja lee el periódico en unas mecedoras.Sin ingenuidades

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EL TABÚ DE LA VEJEZ

No es que la escritora corra un tupido velo sobre las debilidades (esto no es un canto de esperanza), pero las incluye en un terreno reconfortante: el tabú de la vejez se amortigua con la proliferación de universidades de mayores, residencias de ancianos no tan sórdidas y excursiones para una tercera edad que toma el sol en Canarias. Se dibuja un mapa cosmogónico de islas que se transforman y destruyen como nuestros cuerpos.

Drabble explora, a través de una escritura serena y sin dramatismos, la conciencia de que la negra crecida llegará. Es muy valiente escribir sobre lo que nadie quiere leer o sobre lo que leemos poniéndonos la mano en los ojos, como en las películas de terror, vislumbrando entre las rendijas.

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LA MUERTE EN LA LITERATURA

Con Fran, Teresa y Josephine, estupendos personajes de mujeres mayores, nos adentramos en las distintas formas de ir envejeciendo y morir: con creencias religiosas o sin ellas, repentinamente o tras padecer larga enfermedad, en nuestra propia casa o no, encamados o en ese estado de nerviosa hiperactividad que a veces caracteriza la vida cotidiana de quienes se resisten.

El poder igualatorio de la muerte es más llevadero con cultura y gente amiga. 

La cuestión de los cuidados y de cómo el cuidado no debería mermar la libertad de las personas rompe con los convencionalismos: cuidar puede ser un modo de realización, pero también de sumisión, una perversa relación de poder.

El mar, el viaje y una escena entre una abuela y su felicísimo nieto (¿cuándo nos arrasa o nos fertiliza la conciencia de la muerte?) son el broche y espejo metafórico, a través del que Drabble plantea la posibilidad de sobrevivir, incluso vivir, con moderada alegría.

Sin ingenuidades y en la antípoda de autoayudas consoladoras que nos mienten, “Llega la negra crecida” desdice no el hecho de morir, sino las tristezas que conlleva y sin dejar de reflexionar sobre las transformaciones de la materia (corporal, geológica), ofrece un argumento panteísta para calmar la angustia improductiva: tal vez los seres perduramos, energéticamente, formando parte de esa naturaleza catastrófica que se destruye y reconstruye. Somos islas volcánicas dentro de archipiélagos.

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Portada de “Llega la negra crecida”.




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