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Sin heroísmo, por favor

La 10ª Bienal de Berlín bucea en el mundo poscolonial por el que tanto transita el arte contemporáneo alzando la voz de las minorías

Pocas veces la Bienal de Berlín deja indiferente a nadie. Salvo la para muchos mítica Of Mice And Men, de Massimiliano Gioni, Cattelan y Subotnick, en 2006, y What Is Waiting Out There, de Kathrin Rhomberg, en 2010, a esta cita internacional siempre le acompaña cierto aire polémico. En 2012, cuando Artur Zmijewski tensionó la institución hasta el límite con un programa de urgencia activista, se la tachó de ingenua. En 2014, con Juan Gaitán, volvió al orden clásico, excesivo se dijo, con un proyecto que quería subvertir desde el arte el canon de las grandes narrativas coloniales y del imperio, ergo la tradición y el clasicismo. Hace dos años, la cosa dio una vuelta de campana y tiró del pos-Internet y posfuturo. El colectivo DIS dijo adiós a esa bienal sobre la historia que mutaba edición tras edición, para hacer otra arraigada al presente. Paradójico en una ciudad donde no hay una pulgada que no sea historia. Tuvo filias y fobias con lo moderno.

Grada Kilomba y su “Illusions Vol. II” (2018), en el KW.Sin heroísmo, por favor

Es una de esas artista que trabaja como comisaria, un rol muy en alza en los últimos años, que coincide con la cada vez más elástica idea de lo expositivo. En esa dualidad dice ella ver “una forma de ser desviada”, una idea que ha llevado hasta la base de esta Bienal de Berlín. Gabi Ngcobo lleva tiempo indagando en cómo los diversos legados históricos resuenan dentro del arte contemporáneo, y eso es lo que ha hecho aquí. En un contexto de cambios políticos y nuevas figuras históricas como el actual, y en esta esfera global del arte tan eurocentrista, esta Bienal rechaza la idea de héroe reivindicando el alejamiento de narrativas que contribuyen a crear toxicidad.

En términos de discurso, podemos decir que es una Bienal necesaria. Es feminista, con la mayoría de artistas mujeres. Habla de descolonización, tema que ya recorría la última Bienal de São Paulo, también en manos de Ngcobo, y apuesta por fortalecer el discurso de esas historias marginadas del arte, en especial las de África. Para ello, ha formado un equipo curatorial 100% negro, experto en la escena local y en la diáspora africana, entrando en otro de los temas de moda en lo artístico: la negritud. Gabi Ngcobo es de espíritu colaborativo, como dejó patente en su proyecto más exitoso, el Center for Historical Reenactments (CHR), activo entre 2010 y 2014 en Johannesburgo. Fue esencialmente una “institución” que aglutinó una amplia red de pensadores y artistas para analizar las historias particulares, las posibilidades políticas y el poder del arte. Toda su existencia se basó en trabajar con personas de maneras inusuales. Incluso cuando Ngcobo escenificó la muerte del CHR en 2012, se hizo para permitir que el proyecto adoptara formas nuevas e inesperadas, una de las cuales se convirtió en su participación en la 8ª Bienal de Berlín.

La teoría, decía, funciona, pero en cuanto pasamos a la práctica, la cosa patina. Es una Bienal intencionadamente elusiva, más preocupada por plantear preguntas que por proponer respuestas. Y eso, claro, acarrea un dilema. Aparte del lugar común que supone instalarse en la duda, destilar una práctica curatorial compleja e interesada en formas de conocimiento que permitan las contradicciones no es una tarea fácil ni que haga justicia del todo. El título de los programas públicos es revelador: No soy quien piensas que no soy, una doble negación que pretende decir que todo es un poco más complicado de lo que uno piensa. Y eso se filtra en todo. Es cierto que hay un trabajo por presentar otros nombres a los habituales en todas las bienales, y se agradece esa nueva audiencia, aunque también la etiqueta. ¿Tiene eso sentido para un grupo de comisarios que quiere cambiar las etiquetas preescritas y escapar de las expectativas?

Si la civilización es civilizada, la Bienal parece hablar de un espíritu social asediado, caótico y empantanado por una locura frenética que pone en duda lo civilizadas que son nuestras vidas. Tal vez la clave esté en las últimas notas de Tina: ¿Brillará nuestra historia como la vida? ¿Acabará en la oscuridad?




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