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Siete obras ‘destrozadas’ por los críticos de su tiempo

‘Adelantado a su tiempo’, esa frase que ya suena trillada, cobra todo su sentido con estas obras y estos artistas que vieron cómo la crítica los despreciaba y hoy son universalmente venerados

“Una Olympia moderna” (1873-1874), de Paul Cézanne: delirum tremens 

Siete obras ‘destrozadas’  por los críticos de su tiempo

Lo que se piensa hoy. Cuando se presentó en la primera exposición impresionista de 1874, el crítico Marc de Montifaud escribió: “Monsieur Cézanne da la mera impresión de ser una especie de loco que pinta en un estado de delirium tremens”.

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“El Greco” (1541-1614), “ridículo y despreciable”

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Lo que se pensaba ayer. En vida tuvo muchas dificultades para imponer su estilo, se enfrentó al rechazo de comitentes tan poderosos como el rey Felipe II y no fue hasta el siglo XIX cuando de verdad se apreció su obra, sobre todo gracias a los críticos franceses y británicos. El pintor y tratadista español Antonio Palomino escribió sobre él en 1724: “viendo que sus pinturas se equivocaban con las de Tiziano, trató de cambiar la manera, con tal extravagancia, que llegó a hacer despreciable y ridícula su pintura, así en lo descoyuntado del dibujo como en lo desabrido del color”.

Lo que se piensa hoy. Nacido en Creta, Doménikos Theotokópoulos está considerado uno de los más grandes pintores. Hace unos pocos años una obra suya, “Santo Domino rezando”, se convirtió en la obra de pintura antigua española más cara al venderse en subasta por casi 11 millones de euros. Y cuadros como “El entierro del conde Orgaz” o “El expolio” son universalmente reconocidos como obras magistrales.

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“Olympia” (1863), de Édouard Manet: “la mujer gorila” 

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Lo que se pensaba ayer. Pero entonces casi nadie vio nada de esto. Al público francés la obra le pareció de una fealdad insoportable y acudió en masa al Salón de París con el único propósito de burlarse de aquella representación de una prostituta regordeta de mirada viciosa. Por su parte, la crítica la comparó con una pesadilla de Edgar Allan Poe o una mujerzuela de los suburbios, aunque una de las definiciones más celebradas vino de Amédée Cantaloube, que escribió en Le Grand Journal: “es una especie de gorila hembra, un grotesco de caucho”.

Lo que se piensa hoy. Desde los ojos contemporáneos se trata de un desnudo de exquisita belleza que muchos encontrarán incluso relamido. La combinación del sereno clasicismo con la viveza del arte de la segunda mitad del XIX resulta muy seductora. Y cualquiera que haya visitado un par de buenos museos en su vida, puede identificar las referencias a las Venus y Dánaes de Giorgione o Tiziano, entre otras obras maestras.

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“Las señoritas de Aviñón” (1907), de Pablo Picasso: “contra el sentido común” 

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Lo que se pensaba ayer. Europa estaba entonces en plena Guerra Mundial. Y la crítica de la publicación Le Cri de Paris rezaba lo siguiente: “los cubistas no pueden esperar a que termine la guerra para recomenzar sus hostilidades contra el sentido común”.

Lo que se piensa hoy: Suele hablarse de ella como la obra de arte más influyente del siglo XX junto con la Fuente de Duchamp. Pueden encontrarse en ella inspiraciones como El Greco, el arte ibero o la escultura africana. Durante casi una década apenas fue vista por nadie más allá del entorno más cercano de su autor, hasta su presentación pública en 1916 en el Salon d’Antin, en un local que pertenecía al modisto y amante del arte Paul Poiret.

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“La Capilla Sixtina” (1508-1512, 1536-1541), de Miguel Ángel: “arte de sauna”

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Lo que se pensaba ayer. Son bien conocidos los enfrentamientos que se produjeron entre Miguel Ángel y su comitente, el Papa Julio II, durante todo el proceso creativo. Según contaba Giorgio Vasari, cuando el Papa le preguntó a su maestro de ceremonias Biagio da Cesena qué le parecía la obra, él respondió que aquello parecía la decoración de unos baños públicos o una taberna. Quizá inspirado por estas palabras, el escritor Pietro Aretino (curiosamente conocido por sus textos licenciosos) haría público en 1547 su ataque contra la falta de decoro de la obra en una carta en la que afirmaba que el arte de Miguel Ángel era apropiado: “para una casa de baños, no para una capilla celestial”.

Lo que se piensa hoy. Considerada de manera general como la cumbre de la creación humana, esta serie de frescos que decoran los techos de la capilla Sixtina del Palacio del Vaticano es un bastión cultural indiscutible.

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La Torre Eiffel (1889), de Alexandre Gustave Eiffel: la deshonra de París 

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Lo que se pensaba ayer. La Torre Eiffel, ese ícono convertido en la postal parisina por excelencia, durante un fin de semana parisino casi nos daría vergüenza publicar en nuestras redes sociales una fotografía frente a ella salvo que albergáramos intención irónica. Y más allá de eso es una soberbia obra de ingeniería, además del reflejo material de una nueva sociedad basada en la industria y el capital, que encontraba su espejo perfecto en una torre levantada a base de vigas metálicas.

Lo que se piensa hoy. En su día horrorizó a una mayoría acostumbrada a los ampulosos edificios de estilo historicista y Beaux-Arts, que no veía aquí más que un legajo de aspecto inacabado, un gigantesco andamio que arruinaba la belleza del París señorial. Un grupo de escritores y artistas, entre los que se encontraban los pompiers Bouguereau y Messonier y el músico Charles Gounod, publicaron en 1887, a los pocos días de iniciada su construcción, una carta de protesta en la que se llamaba al nuevo edificio “la deshonra de París” y pronosticaba que todos los extranjeros que visitaran la ciudad iban a burlarse de Francia entera ante aquel “horror que los franceses han encontrado para darnos una idea de su gusto tan alabado”.

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“Cristo en casa de sus padres” (1850), de John Everett Millais:”el niño horripilante y la cabaretera monstruosa” 

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Lo que se pensaba ayer. La pretensión de regresar a un punto anterior al manierismo fue bastante discutida y sus resultados fueron acusados no sólo de conservadores, sino también de feos. Como prueba, destacamos la reacción frente a esta obra de Millais (el autor de la célebre “Ofelia”) por parte de un enemigo con tanto peso como el novelista Charles Dickens, que en su revista Household Words la describió así: “un horripilante lloroso niño pelirrojo con el cuello ladeado y en camisón que parece haber recibido un empujón jugando en un arroyo cercano y estar incorporándose para la contemplación de una mujer arrodillada, tan horrible en su fealdad (suponiendo que fuera posible ni por un momento que existiera una criatura humana con esa garganta dislocada) que se destacaría del resto de la compañía como un monstruo en el cabaret más vil de Francia o en la tienda de ginebra más vulgar de Inglaterra”.

Lo que se piensa hoy. La pintura prerrafaelita está de moda en estos tiempos que corren. Quizá porque su regreso a la pureza de las fuentes antiguas supone un alivio frente al estrés tecnológico y el exceso de imagen digital. De hecho, algunas de estas obras alcanzan precios astronómicos en las subastas, como ocurrió en 2013 con “Love among the ruins”, de Sir Edward Burne-Jones (1833-1898), vendida por 17 millones de euros. Eso por no hablar del revival de William Morris que ha invocado Loewe.




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