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Sangre, poder y leyenda: mil años de los Habsburgo

El historiador británico Martyn Rady recorre los 10 siglos del nacimiento, auge y derrumbe de una dinastía que dominó Europa

Desde Kanzelin, un noble de una casa modesta en la actual Suiza, fallecido en 991, hasta Carlos I, el emperador que se ciñó la corona solo dos años (1916-1918) por el fin de la I Guerra Mundial, el árbol genealógico de los Habsburgo exhibe un linaje que dominó el destino de Europa y parte del mundo durante 10 siglos, una historia regada con abundancia por la sangre de las guerras con las que quisieron gobernar unos territorios que eran una maraña de idiomas y leyes, así como por ser los garantes del catolicismo. El historiador británico Martyn Rady ha publicado “una visión de principio a fin de esta dinastía, de Manila a Ucrania”, dice por correo electrónico, en Los Habsburgo (Taurus), un libro que combina épica y mucho humor, gracias a las anécdotas y hechos descacharrantes a la altura del nombre de algunos de sus protagonistas: Rodolfo el Taciturno, Alberto el de la Coleta, Federico el de los Bolsillos Vacíos, o el último de la rama española, los Austrias, Carlos II el Hechizado. Sobre los motivos de un relato en general muy ameno, Rady añade: “La historia académica resulta aburrida, llena de pesadas notas a pie de página y obsesionada con detallar el trabajo de otros historiadores. Ahora que estoy jubilado tengo la oportunidad de escribir un tipo de historia diferente”.

‘La familia del emperador Maximiliano I’, de Bernhard Striegel (circa 1516), que está en el Kunsthistorisches Museum de Viena. En el cuadro están el emperador (izquierda), en segundo plano su hijo Felipe el Hermoso y su primera esposa, María de Borgoña. Sentados, sus nietos, los futuros Fernando I, el emperador Carlos V y Luis II de Hungría. Es una escena ficticia porque su hijo y su esposa ya habían fallecido, y los tres niños nunca llegaron a estar juntos.Sangre, poder y leyenda:  mil años de los Habsburgo

Catedrático de Historia de Europa Central en la University College de Londres, de 65 años, se sitúa al principio de su ensayo en la Fortaleza Antigua, “el primer emblema de los Habsburgo”, ubicado en el corazón del Hofburg, el palacio imperial de Viena. Fue una mole de piedra con cuatro torres que quería transmitir un mensaje de fuerza y que se replicaría en otras ciudades, véase El Escorial o El Alcázar toledano. La Fortaleza Antigua se levantó en la primera mitad del siglo XIII, cuando los Habsburgo se habían hecho con el Sacro Imperio Románico Germánico, los territorios en el corazón de Europa que querían reverdecer como herederos de Roma. Siete de sus más notables príncipes se encargaban de elegir al “rey de romanos”.

Ese ascenso habsburgués se debió “a que recogían las migajas cuando los demás habían perecido”. Mientras otros se mataban por un trono, ellos esperaban su momento. A eso añadieron “una exitosa política de matrimonios”, con los que podían reclamar la sucesión de una casa que estuviese vacante. Y su “robustez genealógica”. “Si no había varones [herederos], siempre tenían a mano un primo o un sobrino”. Rady explica que, además “de su defensa de la fe católica”, los Habsburgo tenían entre sus convicciones “la creencia de un imperio mundial como preludio de una paz universal; que había que oponerse al republicanismo revolucionario y al liberalismo, y que las dinastías eran el mejor vehículo para mantener a la gente unida”.

Uno de los subrayados de su obra es que “hay que tratar con cautela los textos de los antiguos cronistas”, dispuestos a fabular al servicio de su señor. Como los Habsburgo que presentaban documentos legales falsificados para optar a tierras o tronos a los que no tenían derechos. Un ejemplo fue Maximiliano, emperador en 1493. El abuelo del futuro Carlos V (I de Castilla) pagó a cronistas favorables y a artistas que le hicieron miles de retratos. Rady cuenta que llegó a supervisar “tres autobiografías alegóricas” y que presionó a la Facultad de Teología de Viena para que sentenciara que Noé era antepasado suyo. Un afán que sirvió, al menos, para que se pagaran derechos de autor a los poetas, algo inédito.

Maximiliano también triunfó en sus alianzas matrimoniales, con las que sus herederos aumentaron los dominios dinásticos. Rady se ocupa entonces de los Austrias. De Carlos V —del que escribió uno de sus primeros libros— destaca cómo sus continuas guerras contra Francia, el protestantismo y los turcos le llevaron a exprimir Castilla y a que el oro y la plata que llegaban de América pasara de puntillas hasta los bolsillos de banqueros y prestamistas alemanes e italianos. “Se enfrentó a muchas dificultades, pero soportó los reveses”, dice de un personaje que le “resulta simpático: bebedor y mujeriego, aunque escrupulosamente fiel a su esposa en vida”. “No fue un intelectual, lo suyo no eran las elucubraciones elevadas”.

De su heredero, Felipe II, el retrato no es nada agraciado. “Era totalmente dogmático, convencido de que contaba con el permiso divino para todo lo que hiciera. Un fanático que no conocía sus límites, lo cual es una combinación peligrosa”. Tras dedicar un capítulo a su triunfo en Lepanto, el historiador se sumerge en la que llama “la primera contienda mundial”, la guerra de los Treinta Años, conflicto de religión que estalló en territorio alemán y en el que desembocaron otros, que se extendieron por medio mundo. La paz de Westfalia sacudió las fronteras y mantuvo el orden hasta la muerte en Madrid sin sucesión de Carlos II, “que pasó los últimos meses vagando por los bosques sin peinarse, ni lavarse”. Rady detalla el pavoroso estado de su cuerpo cuando se le hizo la autopsia. Fue el agónico fin de la rama española de los Habsburgo.

La siguiente patada al tablero europeo la dio Napoleón. Él quería ser emperador, así que le sobraba el Sacro Imperio, que desmembró a base de batallas y al que puso fin tras mil años de existencia. Hubo hasta un decreto de disolución, dictado por el último rey de romanos, Francisco II, en 1806. En el Congreso de Viena, que remendó Europa tras la caída del corso, sobrevivió el Imperio austriaco, pequeño y con su amalgama de pueblos que de inmediato reclamaron más autonomía. Precisamente, de la represión de una de esas rebeliones, recuerda Rady, nació una de las piezas más célebres de la música clásica, La marcha Radetzky, de Johann Strauss. Escucharla mientras se dan palmas en el Concierto de Año Nuevo es rememorar cómo Radetzky, octogenario capitán general en Italia de los Habsburgo, ahogó la rebelión a sangre y fuego y bombardeando Venecia con globos cargados de explosivos.

El siglo XX llega con Francisco José en el trono austriaco y sus posesiones en los Balcanes en ebullición, sobre todo la recién anexionada Bosnia-Herzegovina, que incluía una población de serbios a los que quería liberar... Serbia. El asesinato del heredero, Francisco Fernando, en Sarajevo, el 28 de junio de 1914, por un activista serbio, activó el mecanismo de alianzas que condujo a la I Guerra Mundial. Los Habsburgo “eran ya solo un apéndice militar de Alemania”, que les arrastró en su derrota. El 11 de noviembre de 1918 fue el último día de un Habsburgo coronado. Los restos del imperio quedaron despedazados en seis Estados. Un fin que sintetizó, lapidario, el líder socialista de la recién nacida república austriaca en su visita a Carlos I en palacio: “Señor Habsburgo, el taxi está esperando”.

Matrimonios entre familiares

Una de las características comunes a las dos ramas de los Habsburgo, la española y la de Centroeuropa, fueron los casamientos entre familiares por intereses políticos. Rady señala que entre 1450 y 1750, de los 73 casamientos de esta dinastía, cuatro fueron entre tío y sobrina, 11 entre primos hermanos y ocho entre primos segundos. La reiterada consanguineidad motivó que en la realeza española, de los 34 bebés que nacieron entre 1527 y 1661, 10 no sobrevivieron al primer año y 17 murieron antes de cumplir los 10, una mortalidad del 80%.



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