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Regreso a las rutas de los esclavos que forjaron Brasil

Un fotógrafo y un historiador rastrean las huellas de la trata de personas en África. El resultado fue un libro y ahora una serie documental en televisión

En países del oeste de África se venera a un ave mitológica, llamada sankofa, que tiene la cabeza vuelta hacia atrás, símbolo de que hay que regresar al pasado olvidado para recuperarlo. En el caso de los brasileños César Fraga, fotógrafo, y del historiador Maurício Barros, su retorno a los ancestros fue para reconstruir cuatro rutas de la esclavitud que desangraron el continente africano en el siglo XVIII. 

Celda en el castillo de San Jorge de la Mina, en Ghana, que fue usado para confinar a esclavos negros.Regreso a las rutas de los esclavos que forjaron Brasil

En el caso de Fraga, la experiencia fue también un rastreo de su propio pasado como descendiente de una esclava. 

“Crecí escuchando las historias que mi madre contaba de su abuela materna, una mujer que únicamente no fue esclavizada gracias a que nació justo después de la abolición en Brasil. Así que tenía una profunda curiosidad por conocer más de la realidad africana que la que hay en los libros de historia”, dice por correo electrónico.

Con Barros como guía, Fraga fotografió la ocre Casa de los esclavos, en la isla senegalesa de Gorea, de donde partían los buques negreros. También, el antiguo castillo de San Jorge de la Mina, en Ghana, usado para confinar a esclavos.

“El edificio mantiene docenas de celdas. Una de ellas era para los rebeldes. Allí eran arrojados, sin luz, agua, ni comida, para que sus gritos sirvieran de lección a los otros prisioneros. De vez en cuando, se abría la puerta, se retiraban los cadáveres y se arrojaban otros negros”, relata el fotógrafo. Mientras que Barros, profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, rememora cómo en el fuerte de Cape Coast, también en Ghana, se toparon “con una procesión musical y de baile que se adentró en el castillo y descendió hasta los calabozos donde se encarcelaba a los africanos”. “Allí celebraron un ritual junto a un altar en el que había rastros de sacrificios de animales”.

En el archipiélago de Cabo Verde pisaron la plaza de Cidade Velha en la que los esclavos eran castigados para infundir terror, como recuerda hoy una columna, el pelourinho. En la ciudad angoleña de Malanje buscaron las huellas de la reina Ginga, una guerrera que batalló contra las potencias coloniales. El periplo les llevó en Ouidah (Benín) a la casa de Chachá, “un antiguo esclavo brasileño que se convirtió en uno de los grandes traficantes de seres humanos”. 

“La memoria material del tráfico de esclavos a Brasil sigue en pie”, señala Fraga.

Esos lugares son hoy también atracción turística, motivo por el que han experimentado importantes intervenciones. Sin embargo, Barros apunta que estas modificaciones han generado un gran debate en estos países. 

“¿Se debe modernizar estos espacios y adaptarlos a los estándares museológicos, o se deben mantener intactos, para que los visitantes puedan tener una dimensión de la trágica experiencia que acogieron?”. Para el historiador, dejarlos tal como están “es imposible”. “Más importante es asegurar su condición de patrimonio material e inmaterial”. Sin embargo, en Angola, al fotógrafo le llamó la atención “el abandono completo del patrimonio histórico”. “Un arqueólogo me dijo que no había ningún apoyo del Gobierno, como si quisiera ocultar ese pasado doloroso”.

Las principales potencias europeas del comercio esclavista “fueron Gran Bretaña, Portugal, Francia y los Países Bajos”, apunta el historiador. Capturaron y trasladaron en condiciones infrahumanas a millones de personas para trabajar en las plantaciones de toda América. “A principios del siglo XIX, Gran Bretaña abolió la esclavitud y presionó a otros países para que hicieran lo mismo. Era más por intereses comerciales que humanistas, ya que con la Revolución Industrial el complejo proceso de la mano de obra esclava empezó a ser menos interesante económicamente”.

 

La muerte de George Floyd y las estatuas derribadas

El profesor Barros espera que “la solidaridad y fuerza” mostrada en las protestas en varios países por la muerte de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis influya en Brasil. En cuanto al derribo de estatuas de personajes históricos que han acarreado estas manifestaciones, Barros opina que algunos de estos símbolos suponen “una ofensa para los descendientes de africanos esclavizados”. “No comparto la idea de que estas estatuas permanezcan en espacios públicos porque parece que seguimos celebrándolos. Creo que se deberían llevar a museos para que puedan ser contextualizadas y se explique qué llevó a colocarlas ahí. Mientras esto no suceda, seguirá habiendo actos de rebelión por la celebración de estos verdugos”. En la imagen, la fortaleza de San Sebastián, en Mozambique, en la que los portugueses encerraban a los esclavos negros antes de enviarlos a América.



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