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¿Quién manda en el mundo del arte?

Destacadas personalidades del sector reflexionan sobre los mecanismos que mueven el mercado

¿Quién manda en el mundo del arte?

El mundo del arte es un complejo sistema con multitud de capas, estructuras, redes formales y lenguajes. Se ha construido sobre siglos de poder de la clase dominante. Es una economía simbólica que opera con la moneda cambiante del prestigio y el capital cultural. Aun así, nadie en particu-lar detenta, ahora mismo, el poder de control del sistema. Está distribuido bajo una forma cada vez más intangible del poscapitalismo global —-cuya alienación acelerada del mundo elimina el arte—. Hacer arte es la forma más libre de trabajo humano, pero tiene un coste enorme en términos de sacrificio y rendición. Los artistas, a menudo, entregamos nuestra autonomía a cambio de acceso a un costoso sistema de admisión que se basa en el abandono sistemático de tal inocencia. La búsqueda de algún significado trascendente en nuestro trabajo se enfrenta a paradojas como la de que la mayoría de los artistas profesionales se ven obligados a vigilar el mercado, les guste o no, o responden a la obligación tácita de tener que enmarcar su trabajo dentro de un lenguaje crítico reconocido institucionalmente. La parcela particular de poder que corresponde al artista no está en el mercado o en el reconocimiento institucional. Se fundamenta en el desarrollo de una práctica artística transformadora e inconformista, verdadera muestra de resistencia a un modelo impuesto que pretende mantenerse con obstinación en un espacio de relaciones jerarquizado, difuso, globalizado y estandarizado, produciendo las obras que son interpretadas, exhibidas o comercializadas dentro de una estructura discursiva. Ahí es donde reside el poder ideológico real.

Los hilos del dinero

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Álex Nogueras y Rebeca Blanchard. Galeristas

A pesar de las personas o entidades que puedan aparecer en la lista anual Power 100 de la revista ArtReview, el que realmente mueve los hilos del mundo del arte es el dinero. En una época de capitalismo salvaje, el arte está siendo mercantilizado (de hecho, la palabra inglesa se ajusta mejor: commodified). El dinero instantáneamente desactiva cualquier intención transformadora y radical del arte, y el mercado literalmente absorbe y subvierte cualquier intento revolucionario. Sobre todo en un momento como el actual, en que la obra de arte es comunicada y tiene máxima visibilidad en el mismo momento de ser creada, perdiendo la necesaria distancia para la reflexión y sin disponer del tiempo para asumir un discurso. Aun así, el mercado está controlando los eventos más influyentes del mundo del arte, creando confusión en la forma en que percibimos ferias, bienales y exposiciones en los grandes museos. La infrafinanciación de estos lugares públicos ha sido utilizada por las grandes corporaciones del arte para influir en programaciones. Los comisarios se enfrentan al dilema de decidir qué artistas escogen, si priorizan a los que vienen con la financiación puesta o a los que de verdad les interesan. La captación de fondos se ha convertido en una necesidad por parte de las instituciones y muchas veces eso puede comprometer el programa. Por otro lado, el establishment alimenta esta coyuntura, con el que sale muy barato crear valor añadido y, por ende, grandes ganancias. Todos somos cómplices de esa estructura amoral y sin regulación legal, y por ello la respuesta a quién manda en el mundo del arte solo puede ser una.

La honestidad del artista

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Hans Ulrich Obrich. Comisario y director artístico de la Serpentine Gallery de Londres

El poder siempre está con los artistas. Pese a los picos de protagonismo e influencia de los diferentes agentes del sistema del arte, los artistas están en el centro. En un momento como el actual, de peligro ecológico real, somos muchos los que buscamos en los artistas cómo dar forma al futuro. Pienso en el artista Gustav Metzger, por ejemplo, fallecido hace unos meses. Desde su práctica, hizo un llamamiento al mundo del arte para que despertara ante la amenaza de la destrucción del planeta. Nos ha inspirado a colocar la ecología en el corazón de todo lo que hacemos como profesionales del campo del arte. Como comisarios, directores de museos, críticos de arte o mediadores, nuestro papel es expandir la influencia de los artistas. Cualquier forma de arte es, a menudo, sobre el poder de conectar cosas aparentemente inconexas. Las instituciones artísticas pueden ser una buena herramienta para ello, para unir geografías, ideas y formas de vida. Cuando hacen uso de su poder como plataformas para el pensamiento, los problemas más graves del mundo pueden entenderse con honestidad y esperanza. Ahí hay otra idea clave: eso no pasa sin generosidad, que es el medio del siglo XXI. Más allá de nombres y de listas, ahí está el verdadero poder. Eso debe mandar por encima de todas las cosas.

El eje patriarcal

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Manuela Moscoso. Comisaria de la Bienal de Liverpool 2020

El poder de este mundo se genera a través de un cúmulo de alianzas, mientras que su fortaleza está dada por el poder de legitimación que tiene el consenso colectivo al definir si algo está bien, es sobresaliente o vale la pena dentro del contexto actual. Estos consensos se construyen por efecto de la circulación, diseminación y distribución de prácticas facilitadas por una combinación de contactos, trabajo, dinero y, a menudo, privilegios asociados con clases sociales particulares y asentadas en geopolíticas occidentales. Es una cuestión compleja. Afortunadamente, el mundo del arte también es un sistema no estable y tiene la capacidad de generar autocrítica y resistir frente a los mandatos convencionales que están asociados a economías del poder. El arte es, a fin de cuentas, experiencias, proposiciones, posiciones estéticas de estar en el mundo, como historia y como futuro. Conozco a muchos profesionales que, desde sus propias prácticas de trabajo, ejercen contrapuntos, desafían el statu quo y promueven contaminantes productivos e imprevisibles, capaces de hacernos pensar de diferente manera, experimentar formas de existencia que no conocíamos o conectar la experiencia cotidiana con historias y microhistorias aparentemente absurdas. Y esto es maravilloso. No obstante, también hay que decir que el arte como sistema se funda bajo un orden tremendamente patriarcal, normativo y colonial, que hoy en día aún sustenta, promueve y corteja a quienes al momento de trabajar y de operar en el mundo conservan ese mismo viejo orden patriarcal, normativo y colonial.

En busca del antagonismo

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Paul B. Preciado. Filósofo asociado al Centro Pompidou de París

Los malos entendidos surgen de una falsa idealización del arte y del genio artístico como universos autónomos, separados de los órdenes políticos o sociales. La producción artística contemporánea está inserta dentro del régimen patriarcocolonial, del mercado capitalista y del entramado institucional de los distintos contextos sociales y políticos donde circula, tanto democráticos como claramente autoritarios. Preguntar quién manda en el mundo del arte sería algo así como preguntar quién manda en el mundo del automóvil: tendríamos que explorar los circuitos de producción-distribución-consumo-crítica de las industrias culturales, las distintas regulaciones gubernamentales, los públicos y sus prácticas sociales y críticas. Creo que la cuestión es más bien cómo crear procesos antagonistas, cómo despatriarcalizar y descolonizar la institución y la narración dominante de la historia del arte, cómo distribuir agencia. El problema con los movimientos de crítica que surgen dentro del arte es que su fuerza de transformación es absorbida tanto por la narración hegemónica como por la institución y el mercado, y transformada en un “estilo” más. Esto es lo que está sucediendo con la “moda” de las exposiciones feministas, o sobre el “género” con los artistas del “sur global” o con el artivismo.

Cuestión de clases

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Helena Cabello y Ana Carceller. Artistas

Parece una pregunta compleja, pero por desgracia no lo es tanto. Fundamentalmente, en el arte el poder sigue siendo una cuestión de clase, social y económica. Se detenta a través de grupos de presión integrados por asesores, galeristas, empresarios, gestores y/o artistas pertenecientes, habitualmente por lazos familiares, a las élites. En estos grupos se involucra también a menudo a otros agentes, necesarios para la renovación conceptual; sirven para aportar un poco de riesgo, pero sin pasarse. A diferencia de otras manifestaciones culturales, la manera en la que se comercializa, gestiona y presenta la producción artística beneficia particularmente a esas élites y a su entorno. El resto de la sociedad apenas tiene voz. Lo más interesante de esta pregunta es que parte de un singular. No pregunta quiénes sino quién, porque, en el fondo, quien pregunta posiblemente sospecha que no son tantos los implicados. Sería fácil dar una respuesta huidiza y evadirse con abstracciones estructurales, pero lo que hemos visto a lo largo de este tiempo es cómo esas clases dominantes, más cohesionadas en sus intereses de lo que sería deseable en sociedades que se dicen democráticas, iban imponiendo su criterio en distintos ámbitos de la gestión de la memoria artística colectiva. Su presencia descompensada en patronatos de museos, gestionados en su mayoría con dinero público, es solo la punta del iceberg. El ejemplo más visible que evidencia cuán preocupados están por convertir sus intereses particulares en canon, por suplantar a la colectividad.

La pregunta genuina

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Estrella de Diego. Catedrática y académica de la Real Academia de San Fernando

Los warbugrianos del instituto londinense, siguiendo la estela de su inventor —el autor del Atlas Mnemosyne, Aby Warburg—, hablaban de “la pregunta genuina”, aquella única y capaz de contestar lo relevante sobre una cuestión concreta. Encontrar esa “pregunta genuina”, decían, era tener una respuesta brillante, porque proponer una buena pregunta es mucho más complejo que contestarla. Personalmente no estoy tan segura que la pregunta “quién manda en el mundo del arte” —o qué manda— sea la “genuina”, la que podría contribuir a desentrañar lo inquietante de un territorio plagado de deslizamientos y personajes en aparente tránsito. Pese a todo, esa pregunta retórica a veces sobrevuela las conversaciones. El dinero en todas sus acepciones, desde corporaciones multinacionales hasta influencers y redes a sueldo indirecto o directo del dinero, pasando por comisarixs estrella, directorxs de grandes museos, colecciones importantes, jurados de premios internacionales y galeristas pujantes que ahora regentan galerías-museos suele ser una de las respuestas favoritas. Era lo que se preguntaba Martha Rosler en su texto de 1979 sobre mirones y compradores: ese dinero en su propia arena es imbatible, reflexionaba. En todo caso, decir que lo que manda en el mundo del arte es el dinero es decir lo obvio, porque ha sido así desde los Médici y los encargos papales. Además, el dinero suele extender sus tentáculos a la escena artística desde lugares menos visibles. No sé quién manda en el mundo del arte y, sobre todo, si sirve de algo saberlo más allá de los discursos que se genere.

Prácticas indomables.

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Marta Gili. Comisaria

El mundo del arte es muy amplio y heterogéneo. El tema de mandar, es decir, de gobernar a un grupo de subordinados, me parece que, por definición, no se puede aplicar en la creación artística, lugar por definición de libertad de pensamiento y de expresión. Otra cosa es quien pretende controlar o prescribir en estos espacios, que por supuesto se da muy a menudo. Pero afortunadamente, existen todavía algunas prácticas artísticas indomables, desde la literatura a las artes visuales, el diseño o la arquitectura, por ejemplo, que se inscriben en periferias y entrecruces, desde lo poético a lo político, raramente sometidas a tendencias establecidas. El rol de las instituciones y de los comisariados sería dar visibilidad y contexto, efectivamente, a esas prácticas artísticas que se encuentran fuera de los circuitos del mainstream y que analizan e investigan el mundo por medio de dispositivos que configuran un sentido.



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