buscar noticiasbuscar noticias

Quedarse en tierra por el planeta

¿Debemos replantearnos la forma en la que viajamos? Un movimiento medioambiental advierte de que somos responsables directos de la crisis climática futura e invitan a pensar en alternativas a vuelos muy contaminantes

La actriz Emma Thompson voló en abril de Los Ángeles a Londres (ocho mil 600 kilómetros) para participar en las protestas de Extinction Rebellion, el grupo activista contra el cambio climático nacido en el Reino Unido. Los críticos se le echaron encima: ¿de verdad valió la pena una huella de carbono de dos toneladas para participar en una manifestación ecologista?, se preguntaban.

Manifestantes del movimiento ‘Viernes por el Futuro’, en Stuttgart el 26 de julio.Quedarse en tierra por el planeta

Se habla de ello principalmente gracias a la mediática activista medioambiental sueca Greta Thunberg. La adolescente recorrió en abril Europa (Estocolmo, Estrasburgo, Roma y Londres) en su campaña de concienciación y lo hizo en tren (no toma un vuelo desde 2015).

“Recientemente me han invitado a hablar en Panamá, Nueva York, San Francisco, Abu Dabi, Vancouver… Tristemente, nuestro presupuesto de CO2 no permite estos viajes”, explicó en ­Twitter.

Thunberg se refirió a los objetivos del Acuerdo de París para limitar el aumento del calentamiento global. Ha trascendido que la joven asistirá el próximo mes a la Cumbre sobre Acción Climática de Naciones Unidas en un velero que usa energía solar, el Malizia II. El viaje, al que ha sido invitada, le llevará dos semanas.

La activista medioambiental, como otros activistas medioambientales hoy, no habla de cambio climático, sino de “emergencia climática”. Y las emergencias, sostienen estos, deben abordarse con medidas tajantes. En Suecia, donde ella nació, ha nacido también el término “flygskam”, traducido como “vergüenza de volar”, que se ha extendido como la pólvora en los medios de comunicación. Y no sólo ahí: en la última reunión anual de la Asociación Internacional del Transporte Aéreo (IATA, por sus siglas en inglés), el presidente de la institución, Alexandre de Juniac, advirtió a los 150 directivos presentes que si no se cuestiona, este sentimiento crecerá y se extenderá.

EN BUSCA DE FIRMAS PARA RESARCIR EL DAÑO

En Suecia viven las fundadoras de Flygfritt 2020, una campaña que anima a comprometerse a no volar durante todo el año que viene. Maja Rosén y Lot­ta Hammar, pretenden reunir 100 mil firmas (van por las 20 mil y la iniciativa se ha extendido a diez países). Rosén dejó de viajar en avión en 2008, cuando era una decisión todavía más minoritaria que hoy.

Las emisiones del turismo rondan el 8% del total mundial. Es decir, igual que las de la industria ganadera o el transporte en carro, detalla un estudio publicado en Nature Climate Change. Y los viajes de largo recorrido están en crecimiento constante: en 2018 hubo mil 400 millones de viajeros internacionales, un 6% más que el año anterior, según el barómetro de la Organización Mundial del Turismo. Del total de las emisiones turísticas, los vuelos suponen el 20% (un avión emite hasta 20 veces más dióxido de carbono por kilómetro y pasajero que un tren, según datos de la Agencia Europea del Medio Ambiente). Hoy, alguien que viaja de Londres a Nueva York genera las mismas emisiones que un europeo al calentar su casa durante un año entero, según la Comisión Europea.

imagen-cuerpo

Protesta en Múnich contra el cambio climático el mismo día.

¿SE JUSTIFICA LA VERGÜENZA POR VOLAR O LA PREOCUPACIÓN dEL IMPACTO DE NUESTROS VIAJES?

Con este panorama, el mismo dilema al que se debió de enfrentar la actriz Emma Thompson al tomar un vuelo intercontinental le ha tocado a William Edelglass, filósofo medioambiental que vive en el Estado rural de Vermont, Estados Unidos, en una granja alimentada con placas solares.

Ha sido invitado a viajar a China para impartir conferencias sobre cambio climático a 80 filósofos y él, que trata de priorizar los viajes locales en tren o las videoconferencias, ha acabado decidiendo viajar.

Lo justificó porque son dos semanas de seminarios y conferencias formando a otros sobre cambio climático, a pesar de que calculó que el vuelo (de Boston a Shanghái) emitirá siete mil kilos de CO2.

Situaciones como la suya resumen bien la tragedia de los pastos comunes, un caso que desarrolló el ecologista Garrett Hardin en la revista Science en 1968. El ejemplo que usa Hardin es el de un campo de uso público al que los pastores pueden llevar su ganado. Si no existe regulación, cada pastor puede explotar más allá del límite las capacidades del terreno, llevando cada vez más animales para su propio beneficio. Mientras que el posible beneficio a corto plazo (alimentar a más animales, hacer un viaje en avión) es individual, los costos a medio o largo plazo acaban siendo compartidos.

ACCIÓN INDIVIDUAL  Y ACCIÓN COLECTIVA

Una postura muy polémica es la del filósofo Walter Sinnott-Armstrong, que en 2005 publicó un artículo académico titulado “It’s not my Fault: Global Warming and Individual Moral Obligations” (“No es mi Culpa: Calentamiento Global y Obligaciones Morales Individuales”). En él planteaba un ejemplo: es domingo y alguien quiere conducir su coche (uno que consume muchísima gasolina) sólo por diversión. ¿Debe dejar de hacerlo por el planeta? No, dice Sinnott-Armstrong. Podemos criticar su decisión, pensar que ese conductor debería avergonzarse de su poca conciencia ecológica, pero no está violando, estrictamente, ninguna obligación moral. Es el gobierno, no el ciudadano, sostiene, el que está moralmente obligado a combatir el calentamiento global. La decisión individual de no usar combustibles fósiles es respetable y admirable, pero algunos de los que aplican esta medida en su día a día creen que ya han cumplido con su deber y no se implican en cambiar políticas gubernamentales.

El debate que plantea Sinnott-Armstrong sobre acción individual y acción colectiva, pasa de largo. Algunos psicólogos llaman “licencia moral” a cómo nos justificamos cuando por ejemplo, compramos electrodomésticos que son eficientes y luego los usamos mucho más que los anteriores sin culpa. Sentimos que ya hemos cumplido con nuestro deber.

EN BUSCA DE SOLUCIONES

La industria de la aviación busca soluciones como desarrollar combustibles sostenibles y aviones más eficientes. Pronto, el plan internacional de reducción exigirá a las aerolíneas que compensen las emisiones de CO2 financiando proyectos de energía sostenible (antes los planes de compensación se centraban en la reforestación). Hasta ahora el cliente debía elegir si pagar la compensación al comprar un boleto, pero la opción ha ido desapareciendo de las webs de las aerolíneas. Y hay otras opciones menos populares en la industria. Según un informe de la Comisión Europea filtrado en mayo, subir los impuestos al combustible de la aviación reduciría las emisiones en un 11% y subiría los precios de los boletos un 10%.

UN CAMBIO CULTURAL

Lo más complicado es que dejar de volar o volar menos exige un cambio cultural en esta era del posturismo. Buscamos experiencias, sentirnos parte de un lugar, aunque sea por unos días, llevarnos una emoción, además de la selfi de rigor. Incluso quienes se preocupan por el medio ambiente continúan valorando mucho los viajes internacionales como una muestra de “civilización”, afirma Luke Elson, filósofo de la Universidad de Reading. Puede ser que un modelo con vuelos más escasos y caros, pero más respetuosos con el medio ambiente, desdemocratice el turismo, a no ser que se aplique un modelo similar al de los impuestos progresivos: tasar más a quien más viaje. Y ni siquiera esto parece garantizar que vayamos a cuidar mejor del planeta. Basta mirar al Everest, donde la ascensión es restringida y la cumbre está colapsada y llena de basura.



DEJA TU COMENTARIO
PUBLICIDAD

PUBLICIDAD