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Que cuando esta epidemia acabe nos quede la memoria

Yan Lianke, uno de los grandes de la literatura china actual y censurado en su país, dirigió a sus estudiantes de la Universidad de Hong Kong este mensaje en el que advierte de la necesidad de no olvidar esta crisis y de escribir sobre ella

Hoy damos nuestra primera clase virtual del posgrado de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong. Permitidme, antes de comenzar con la lección, decir unas palabras que nada tienen que ver con ella.

Comunidad de China que vivió la pandemia.Que cuando esta epidemia acabe nos quede la memoria

Cuando de niño cometía el mismo error una y otra vez, mis padres me llamaban a su lado y me preguntaban, apuntándome a la frente con el dedo extendido:

“¡¿Es que no tienes memoria?!”.

Cuando era incapaz de recordar la lección de lengua tras repetidas lecturas, el profesor me hacía ponerme en pie en medio del aula y me preguntaba delante de todos:

“¡¿Es que no tienes memoria?!.

La capacidad de recordar es la tierra de cultivo en la que nace y crece el recuerdo. Memoria y recuerdo constituyen elementos fundamentales que nos distinguen de los animales y las plantas, así como la primera condición de nuestro crecimiento y nuestra madurez. Son, a menudo, más importantes que comer, vestir o respirar, pues su pérdida puede conllevar el olvido de las herramientas y los modos que nos permiten alimentarnos y labrar la tierra; puede provocar que un día nos levantemos en mitad de la noche y no recordemos dónde habíamos dejado la ropa, o inducirnos a creer que el emperador se ve mucho mejor desnudo. ¿Por qué hablo hoy de esto? Por el nuevo coronavirus, esa tragedia que recorre el país y el mundo entero, aún sin controlar de verdad y cuyos contagios están lejos de acabar, a pesar de que en estos momentos en que todavía tenemos muy presentes las pérdidas de familias rotas y el llanto en Wuhan, Hubei y muchas otras ciudades, provincias y regiones de todo el país, oímos y vemos cómo a nuestro alrededor comienzan a prepararse fanfarrias de celebración y voces de júbilo ante una mejora de los datos de la epidemia.

Los sollozos no han cesado y los cuerpos no están aún fríos cuando ya comienzan a alzarse cantos triunfales, de sabiduría y grandeza.

Todavía no hemos llegado a saber cuántas muertes se han producido en realidad desde que el nuevo coronavirus entrara poco a poco en nuestras vidas, cuántas han ocurrido en los hospitales y cuántas más fuera de ellos. No ha dado tiempo a investigarlo; también es posible que siga siendo un misterio para siempre, aun cuando las investigaciones concluyan, pasado un tiempo. Quedará una reminiscencia sin pruebas, un relato confuso sobre la vida y la muerte que dejaremos a quienes vengan después de nosotros. Ciertamente, cuando esta epidemia quede atrás, no hemos de parecernos a la tía Xianglin, que a diario se lamentaba: “Sabía que los animales salvajes bajaban del monte a la aldea cuando nevaba y no encontraban qué llevarse a la boca, pero no tenía ni idea de que también pudieran venir en primavera”. De un mismo modo, hemos de evitar convertirnos en seres como A Q, que, aun siendo golpeado, humillado y llevado a las puertas de la muerte, se vanagloriaba de ser un héroe y un triunfador.

¿Por qué siempre se suceden el dolor y la tragedia —individuales, familiares, sociales, generacionales o nacionales— en nuestras vidas, en nuestra historia y nuestra realidad? ¿Cómo es posible que los infortunios y sufrimientos de la historia y de los tiempos siempre se sirvan y se nutran de la muerte y las vidas de miles de personas anónimas? Entre los muchos factores que desconocemos, que no preguntamos ni cuestionamos porque no está permitido hacerlo, se encuentra también el hecho de que somos personas —anónimas, insignificantes— sin capacidad de recordar. Nuestras memorias individuales han sido programadas, suplantadas y eliminadas. Siempre son otros los que deciden qué debe ser recordado y qué olvidado; cuándo es tiempo de silencio y cuándo de algarabía. La memoria individual se ha convertido en una herramienta de los tiempos; la memoria colectiva o nacional, en el olvido o asignación de recuerdos de la gente. Deteneos un instante a pensarlo. Dejemos a un lado la historia y el pasado lejano que se narra en libros cuyas portada e ISBN han cambiado, y rememoremos únicamente lo ocurrido en los últimos 20 años. 

Los desastres que han vivido y recuerdan jóvenes como vosotros, nacidos en la década de los ochenta o de los noventa, ¿son fruto de la mano del hombre, como el sida, el SARS o este Covid-19, o catástrofes naturales como los terremotos de Tangshan y Wenchuan, ante los que difícilmente podemos hacer nada? ¿Por qué se equipara el factor humano en unos y en otros? Tanto es así en lo que se refiere a la propagación y el azote de las epidemias del SARS.



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