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Problemas de conciencia

Edith Wharton nos hace pensar en la prudencia de atarse la mano a la espalda para no escribirlo todo, los excesos de sinceridad erótica y los regalos envenenados

Problemas de conciencia

Se supone que esta es la primera novela que escribió Edith Wharton, pese a que Las hermanas Bunner fuese la primera que se publicó. El tema de La piedra de toque conecta con el ADN —cadeneta vital y literaria— de la escritora: anticipa su encuentro real con el periodista estadounidense Morton Fullerton, con quien mantuvo un vínculo de amor y amistad, reflejado en un epistolario (1907-1931) que Laura Freixas recopiló en la colección El Espejo de Tinta. En la solapa de dicho epistolario leemos: “Además de su valor documental, las obras seleccionadas lo han sido en función de su calidad literaria intrínseca y de su interés humano”. De algo parecido trata La piedra de toque: Stephen Glennard obtiene dinero para casarse con la mujer que ama por la publicación de las cartas que le escribió Margaret Aubyn, prestigiosa autora fallecida. El éxito del libro le produce problemas de conciencia e interfiere en su matrimonio.

Comprobamos cómo han cambiado nuestros conceptos de pudor, inmoralidad, abyección u obscenidad: palabras que acaso ya no se relacionan a través del hilo de una solidaridad léxica. La acción “terrible” que marca la vida de los personajes hoy no sería causa de escándalo, a no ser que el contenido de las misivas fuera políticamente incorrecto: el eje de la incorrección se desplaza desde el acto de publicación en sí —revelen lo que revelen las cartas— hacia el contenido del documento; hoy incluso se consideraría un poco tonto no cometer esta indiscreción —nunca traición— entendida en términos de rentabilidad económica.

El asidero moral que encuentra Glennard para justificar su exhibicionismo romántico consiste en que no divulgar las cartas de Aubyn implicaría escamotearle un derecho al público lector, una argumentación cogida por los pelos que no valida su ánimo de lucro. La peripecia de Glennard nos mueve a reflexión sobre la actualísima vigencia de los géneros autobiográficos y sus quebradizos límites éticos. Sobre la delgada línea que separa los auténticos géneros autobiográficos de las máscaras autobiográficas —posiblemente no menos auténticas— como estrategia de construcción literaria.

Wharton convierte en palabra inteligible el retruécano psicológico, de una manera tal vez menos riesgosa que la de su amigo Henry James, para relatar la degradación/reconstrucción de un matrimonio y la idea de que las presencias sentimentales fantasmagóricas —como más tarde perfilará Daphne du Maurier en Rebeca— a menudo son indelebles en nuestras vidas: amores muertos, primeros amores, amores truncados… No es menos interesante la sutil reflexión sobre lo que se percibe como inteligencia en una mujer y cómo esta percepción anula el atractivo, incluso si la mujer es bella, porque el hombre se siente capitidisminuido e inferior. Se puede llegar al extremo de que mujeres agraciadas sufran distorsiones físicas como efecto de una inteligencia cortante: la lucidez diluye la hermosura femenina.

Tendríamos que evaluar si esta situación ha variado o aún mujeres hermosas y sabias se recatan por miedo a ser insultadas en público a causa de sus excesos de sabiduría, belleza o de ambas a la vez. En la prosopografía de Margaret Aubyn se transparentan los daguerrotipos de una Edith Wharton con gran habilidad para autorretratarse y profetizar una correspondencia que, en La piedra de toque, nos hace pensar en la prudencia de atarse la mano a la espalda para no escribirlo todo, los excesos de sinceridad erótica y los regalos envenenados.



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