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¿Por qué nos dan miedo los payasos?

Se llama coulrofobia y ha retomado protagonismo con la adaptación cinematográfica de la novela ‘It’, de Stephen King

La célebre novela de Stephen King ha vuelto a poner en primer plano el pánico a los payasos, un miedo mucho más antiguo de lo que muchos imaginan.

¿Por qué nos dan miedo los payasos?

La historia, publicada originalmente en 1986, trata sobre un asesino disfrazado de payaso que aterroriza a un pequeño pueblo de Maine, al noreste de Estados Unidos. Siete niños que se hacen llamar “Los perdedores” se enfrentan a Pennywise, un monstruo que se mueve por las alcantarillas.

Este último detalle es altamente simbólico, ya que para enfrentarse a “Eso”, los pequeños tendrán que bajar al subsuelo -o sea, al inconsciente-, que es donde residen los miedos más profundos.

El terror a estos artistas de circo se denomina técnicamente coulrofobia (término que viene del griego y define a “los que van sobre zancos”) y aunque es más común en los niños, también afecta a adolescentes y adultos, como es el caso de la escritora Inés Macpherson: “siempre me han inquietado los payasos, tanto que de pequeña me negaba a ir al circo para no verlos. Ya de adulta, al reflexionar por qué me causan este malestar, he llegado a la conclusión de que el maquillaje extremo de este arquetipo encarna la falsedad. Un payaso puede estar triste, pero luce una sonrisa exagerada en el rostro. Una sonrisa que oculta sus verdaderos propósitos”.

LA HABILIDAD DE LOS PAYASOS PARA CAMBIAR DE IDENTIDAD

Al parecer hay factores tanto genéticos como ambientales que explican la procrastinación. Por un lado, este es un fenómeno común en todas las culturas y momentos de la historia. Se trata de una tendencia que afecta ligeramente más a los hombres (54%) que a las mujeres (46%). Se observa más entre la gente joven y disminuye con la edad. 

Esto suscita rechazo y miedo a lo desconocido, a lo que se oculta tras la carcajada. El planteamiento de Macpherson nos lleva a una primera hipótesis: este miedo refleja el temor a no saber lo que los demás piensan realmente de nosotros mismos. Una segunda razón sería que estos cómicos, con su maquillaje y vestimentas estrafalarios, nos arrancan de la normalidad, con lo que damos rienda suelta a la risa, a la espontaneidad. Nos fuerzan a salir de la rigidez de nuestra rutina y esto no siempre tiene por qué hacernos gracia, incluso puede llegar a incomodarnos.

En una tercera hipótesis, la coulrofobia tendría su raíz en el miedo a los desconocidos y sus intenciones.

Benjamin Radford, autor del ensayo Bad clowns (Payasos malos), explica que una de las características más aterradoras de estos personajes de circo es su habilidad para cambiar rápidamente de identidad y volver a su apariencia normal. Un estudio de la universidad británica de Sheffield concluyó que a buena parte de los niños de todas las culturas les desagradan los payasos. Y ese rechazo tiene que ver con la imposibilidad de saber quién se esconde tras la máscara blanca.

En la Edad Media, el bufón tenía como misión reírse de la sociedad, provocando al mismo tiempo la carcajada y la reflexión. Al actuar de forma aparentemente loca o inesperada, brindaba a la gente nuevas maneras de mirar la realidad. La película de Andrés Muschietti sobre el clásico de Stephen King, que ha arrasado en los cines de todo el mundo, hace referencia a un perfil más moderno: el del payaso malvado.

A partir del siglo XIX aparece la versión criminal del clown en libros como Hop-Frog, un cuento de Edgar Allan Poe, donde el juglar asesina al rey y a sus cortesanos tras un espectáculo en apariencia inocente. Este personaje temible está presente en otras obras de ese mismo siglo como Pagliacci (Payasos), la ópera de Ruggero Leoncavallo en la que el protagonista acaba asesinando a su esposa. En el universo de los superhéroes de cómic destaca el implacable Joker de Batman, un malvado y repulsivo ser dispuesto a sembrar el caos en Gotham. La novela de King se basa en la historia de John Wayne Gacy, un asesino en serie estadounidense que mató a 33 jóvenes en la década de los setenta. Encarnando a un personaje creado por él mismo, Pogo el Payaso, actuaba en hospitales y en fiestas benéficas donde elegía a sus víctimas. Cuando fue descubierto en 1978 había enterrado a 26 de ellas en el sótano de su casa. 




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