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Plástico antes que celuloide

La retrospectiva de Gus Van Sant muestra cómo la combinación de arte y cine da lugar a una producción audiovisual heterodoxa

De los cineastas influidos por las artes plásticas, Gus Van Sant es una anomalía. Instalado en el sistema, decidió abrazar la causa vanguardista y rodar de manera alternativa. Con aquella decisión tomada en pleno éxito, regresaba a sus gustos adolescentes y a su vocación temprana. Estudiante de distintas disciplinas en una escuela de artecine, pintura o fotografía—, entre las obras que le marcaron suele mencionar a Andy Warhol y a otros pintores que también hacían cine.

Gus Van Sant, en febrero de este año en la Berlinale.Plástico antes que celuloide

Syberberg, Straub o Chris Marker apenas entraban en el circuito comercial internacional. Léos Carax, Tarkovski y Von Trier sí, aunque entonces se mantenían alejados de los museos y el público cinéfilo identificaba cine y pintura a través de Peter Greenaway con sus juegos barrocos y referencias pictóricas explícitas.

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UN DIRECTOR DIFERENTE

Gus Van Sant tenía un pie colocado en la narración habitual y el otro sobre pausas específicas que interrumpían el flujo de la historia, lo que le proporcionaba una imagen de director diferente, aparte de una tendencia general a depurar referencias y citas que le instalaba de manera decidida en el lado del arte. Aunque su lenguaje era consumido como rompedor a la vista de lo sucedido, después esas películas parecen ahora normales.

¿Qué sucedió en la última década del siglo pasado para que un director que trabajaba con estrellas y cuyas películas ganaban Oscares se volcase hacia un tipo de cine en el que la improvisación y la ausencia de guión tenían tanta importancia y en el que el sentido de la elipsis parecía no existir?

Pues que los cineastas y los artistas comenzaron a mirarse entre sí, unos en busca de aquello de lo que carecían y notaban que el otro podía aportarles. Sumidos los artistas en una crisis general de identidad, los más inquietos sentían que los materiales tradicionales ya no eran suficientes, que había otros medios técnicos más atractivos para reflejar el momento y que el cine les ofrecía la posibilidad de conectarse con un público general que poco quería saber de arte contemporáneo.

Los artistas pues, decidieron ser sociólogos, arquitectos o DJ’s, en busca de un papel constructivo en su conexión con la sociedad o de sangre nueva con la cual revitalizarse. Ser cineastas les daba la posibilidad de describir el entorno a través de imágenes en movimiento y de carácter especular.

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CINEASTA CONCEPTUAL

Convertido en director que aunaba comercio y prestigio y tras colaborar con Nicole Kidman o Sean Connery, Gus Van Sant sufrió una particular caída del caballo. Conoció o reconectó con el cine de Béla Tarr, de los hermanos Dardenne o de la misma Chantal Akerman y se empapó con el movimiento Dogma, que en 1998 reclamaba la ausencia de florituras técnicas en beneficio de una simplicidad máxima.

Antes de esa fecha él mismo se había propuesto como cineasta conceptual a partir de su versión de “Psicosis” con planificación casi calcada del original. Era normal porque desde “Mala noche” Gus Van Sant no había ocultado su permeabilidad a las influencias más variadas, que coloca sin jerarquías a lo largo de una misma película.

Porque si hay dos constantes en su cine personal, una de ellas es la referencia y apropiación de obras ajenas, una actitud que le alinea con artistas como Douglas Gordon, casi siempre circunscrito a versionar productos previos.

Para aquella permeabilidad no resulta nada insólita en alguien que como demuestra la exposición de “La casa encendida”, fue plástico antes que cineasta. O al menos con ambas aficiones desarrolladas en paralelo. Y que en su pintura se comporta de manera parecida a lo que hace en cine, al mezclar David Hockney con Andy Warhol o Alex Katz y en fotografía William Eggleston con Bruce Weber.

Y sin embargo, más allá de las formas cambiantes, también en los cuadros hay algo que siempre subyace y pugna por salir, ese segundo elemento que recorre su obra: la atracción por la juventud, en concreto por aquella que trata de huir de la norma convencional, vista con una mirada romántica. Un espíritu que acaba aflorando con frecuencia y que le redime de formalismos. 




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