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Picasso andaluz

El Museo Picasso de Málaga celebra sus 15 años con una muestra que expande la idea del sur

“Corrida: la muerte del torero” (1933). Picasso.Picasso andaluz

Andaluz no es un adjetivo que normalmente se vincule a Picasso. Español, sí. Quizá haya que buscar la explicación en aquello que Castilla del Pino identificó como “identidad sobrante” de Andalucía, que habría hecho de una determinada tipología de andaluz el paradigma de lo español.

Picasso, exhibicionista, impetuoso, toreador, bon vivant, amante del flamenco, latin lover…, no podría encarnar mejor el modelo acuñado por y para el turismo masivo a partir del patrón exótico de los viajeros románticos europeos.

Es probable que Picasso sea la marca más reconocible en el mercado mundial del arte. Y no sólo eso, quizá también del mercado a secas: en congresos, foros y escuelas de marketing se estudia el fenómeno Picasso como global brand, una marca susceptible de sumar su capital simbólico a cualquier objeto en venta. Al que sea, de perfumes a coches o pizzas.

La oportunidad de vincularse a la marca Picasso no la dejaría pasar de largo empresa alguna. Tampoco la ciudad-marca, la ciudad entendida como empresa en pugna por atraer turistas e inversiones. Y así se ha hecho, tanto en las capitales más indiscutiblemente picassianas como en lugares menos nucleares en su mitología. Pero quizá ha sido en Málaga donde con más desparpajo se haya llevado a cabo este cobranding. El fenómeno marca su hito decisivo en la apertura del Museo Picasso en 2003.

La drástica reinvención del imaginario local, que ha conducido a la adopción del lema turístico “Málaga, ciudad genial”, ha implicado un proceso de picassización a ultranza de todo lo picassizable en la ciudad, a la vez que una tosca y atropellada malagueñización de la más mínima expresión picassiana. La institucionalización de la picassización de la ciudad ha sido arrolladora en cuanto a su rentabilización por parte de la industria turística. También su recuperación como icono local: Picasso es percibido ya como un elemento más de la panoplia castiza de lo malagueño, codo a codo con la Semana Santa, la feria, la biznaga o el espeto.

Al cumplirse ahora los 15 años del Museo Picasso se ha inaugurado El sur de Picasso.

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REFERENCIAS ANDALUZAS

Una exposición de más de 200 piezas en la que conviven las obras de Picasso con “los autores y corrientes” (se ha escrito) “que lo inspiraron”. Esto es, piezas arqueológicas íberas y romanas o pinturas barrocas para “demostrar cómo el artista se sirvió del patrimonio histórico de su tierra para regresar a sus orígenes”. Estas raíces andaluzas (un concepto “expandido” de lo andaluz, que llega a incluir a Goya) se completan, por la otra punta, con obras cubistas de María Blanchard, Juan Gris o Moreno Villa. Siempre es grato encontrarse con piezas de estos autores, lo mismo que con un zurbarán, un murillo o un velázquez, o con el efebo de Antequera.

Impecable en su montaje, las sugerencias genealógicas, emparejando unas dolorosas de Pedro de Mena con una Dora Maar deshecha en lágrimas, resultan abusivas. Los museos, a través de su colección y de su programación, levantan actas de legitimación de las identidades culturales, construyen la memoria por venir.

En esta ocasión, las licencias más bien propias de un proyecto artístico posmoderno en su vertiente más desinhibida parecen puestas al servicio de la escenificación de una idea de lo andaluz como quintaesencia de lo español. Como una metafísica, prístina y ahistórica esencia que hubiese atravesado, incorrupta e ilesa, los milenios (Tartessos, los fenicios, la industrialización o el franquismo); como si ahistóricos fueran los toros, la Semana Santa o el flamenco… o Picasso.




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