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Perdido en el bosque oscuro

Fede Nieto relata un desarraigo compartido: el que se produce cuando logras dejar atrás la maldición y en su lugar no empieza la solución, sino otra cosa

Todo exilio implica no solo perder lo que dejas, sino además asomarte a un universo que ni te ha escogido ni te acogerá. 

Perdido en el bosque oscuro

El nuevo destino puede incluso expulsarte, aislarte, maltratarte. 

Así nace Niño anómalo, un libro singular, extraordinario, sobre la traumática escapada de una familia argentina de la represión y su llegada a Europa en los setenta. 

El autor, Fede Nieto, ha publicado a sus 50 años una historia que deja pequeña la autoficción puesto que, siendo personal, relata un desarraigo compartido: el que se produce cuando logras dejar atrás la maldición y en su lugar no empieza la solución, sino otra cosa.

En Francia consiguen colegio, barrio, trabajo y, sobre todo, el descubrimiento de que aquello por lo que la izquierda muere en Argentina, la derecha de Pompidou lo ofrece a la carta. Pero la exclusión es norma y el niño anómalo se ve constreñido a la pandilla de asiáticos y africanos a los que otros explican cómo usar el papel higiénico o enseñan a tirar de la cadena, además de traducir tu nombre como si fuera suyo o corregirte el francés como si lo hubieras ensuciado. En Barcelona (donde el autor sigue afincado) choca ingenuamente que en todos los balcones cuelgue “la misma toalla”. Y solo eso da idea de lo que ese niño anómalo tuvo que aprender. Logra así Nieto trazar una cronología tan desordenada como la memoria, como un puzle espacio-temporal cuyas piezas del presente necesitaran la dimensión del pasado, y viceversa. Cuando a los siete años has compartido la clandestinidad, has visto nacer un “nosotros” que es también el colectivo a reventar cuando te enfades con el mundo. Porque éste no existe como tal, sino solo como negativo de tu mundo privado, el que te obliga a buscar siempre la salida.

Vivir con la vista puesta en el retrovisor, buscando las ventanas bajas por si acaso, es aquí una realidad hecha literatura. Contarlo como lo ha contado Nieto es un arte del puzle viejo-nuevo, del puzle de confusión que se teje de forma aparentemente enrevesada y sin embargo tan humana. Porque es ese armazón que viene y va, construido de retazos del antes y el después, de saltos entre el pasado y el presente pasando por Mendoza, Estrasburgo, Buenos Aires o Barcelona; el que emerge en una pluma que combina momentos poéticos más íntimos con otros políticos, momentos familiares y la quiebra de ese colectivo en el que la unión se puede trocar en rechazo.

En suma, más buenas noticias de plumas latinoamericanas. Si la también argentina Mariana Enriquez nos ha traído otro deambular —distinto— de un padre y su hijo con Nuestra parte de noche, Niño anómalo se emparenta más con El sistema del tacto, de la chilena Alejandra Costamagna, otro exilio que desdibuja la vida de los protagonistas como si fueran fotos mal reveladas. La primera ganó el Premio Herralde en 2019, la segunda fue finalista del mismo en 2018.

Pero Nieto no tiene nada que envidiar más allá del galardón. Bucear en su historia y acompañar a su alter ego, el “niño anómalo”, por ese largo “camino sin suelo” es un ejercicio literario pleno. Bienvenidos así a un mundo en el que Argentina se convierte en Bosque Oscuro, y “mamá”, la de Nieto, en simple Silvia. Con eso está todo dicho.



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