Pasado y presente de una Florida hecha de fantasía y realidad
Un libro se adentra en las contradicciones del estereotipado estado sureño de la mano de Walker Evans y Anastasia Samoylova, dos autores distanciados en el tiempo que indagan en la idiosincrasia del lugar
“Los paisajes pueden ser engañosos”, escribe John Berger en Un hombre afortunado (Alfaguara). “A veces dan la impresión de que no fueran el escenario en el que transcurre la vida de sus pobladores, sino un telón detrás del cual tienen lugar sus afanes, sus logros y los accidentes que sufren”. Esto ocurre con Florida, conocido como el estado del sol. Un lugar definido por clichés donde los turistas encuentran la felicidad entre palmeras y blancos arenales mientras los caimanes chapotean en las marismas; arcadia de los inversores inmobiliarios que a veces se torna en infierno, bajo la amenaza cada vez más real del cambio climático; un territorio plagado de contradicciones que escapan a la indulgencia de su belleza y holgura.
Del mismo modo, en 2016, la fotógrafa Anastasía Samoylova (1984, Moscú) se instaló en Miami Beach, dispuesta a atrapar con su cámara la vivificante luz del lugar en hermosas e inquietantes imágenes. Allí remató Landscape Sublime, un collage fotográfico compuesto por imágenes de paisajes encontradas en Internet que alude a la sobresaturación de representaciones idealizadas dentro de la sociedad de consumo. Floodzone (Steidl), fue su siguiente proyecto; el elegante y sutil documento visual que explora los estragos ocasionados por la subida del nivel del mar en distintos lugares del sur de Estados Unidos. En uno de aquellos desplazamientos por la costa oeste de Florida la fotógrafa descubrió The Mangrove Coast. The Story of the West Coast of Florida, un libro escrito por el periodista Karl Bickel e ilustrado por Evans en 1942. Así, de la misma forma que el fotógrafo americano vio en el francés Eugène Atget un espíritu parejo, Samoylova reconoció en Evans una profunda afinidad. Analogía que ha dado forma a Floridas, el segundo libro publicado por la autora con la prestigiosa editorial Steidl. “Un libro sobre dos Floridas muy distintas, pero emparentadas, fotografiadas por dos de sus observadores más agudos y reflexivos”, escribe el escritor y comisario David Campany, en un texto que incluye la publicación. “Dos autores preocupados por las profundas verdades que emergen de superficies complejas y estratificadas. Ambos conscientes de la ecuación cambiante que se establece entre la imagen y la realidad y que acecha a cualquier fotógrafo que desee comprender Florida”.
“El año en que comencé a fotografiar Florida resultó muy intenso”, recuerda Samoylova en conversación telefónica. “Faltaba poco para las elecciones del 2016 y creía necesario expandir mi trabajo más allá de la vertiente medioambiental; mostrar la complejidad de Florida. Algo que de alguna forma suponía representar una versión concentrada de los Estados Unidos, donde se palpan todas sus tensiones. Dentro del terreno político es reconocida como un estado bisagra determinante e imprevisible en los comicios. En ocasiones parece anclada en otro tiempo, a pesar de su imparable desarrollo urbanístico y del influjo que ejerce sobre la numerosa población de inmigrantes. La división y la diversidad se encuentra en su corazón, y por encima de todo ello está su apabullante belleza natural”.
Concienzudamente secuenciado, el libro nos adentra en paisajes ricos en texturas en ocasiones surcados por figuras, que no consiguen romper con el silencio que se apodera de la imagen. A veces surge la acción, extrañamente atenuada por la definición de los elementos formales. Así, las fotografías de Samoylova se intercalan con aquellas de Evans y en ocasiones resulta difícil identificar a su autor. Ambos autores comparten una mirada analítica y directa aderezada por aquello a lo que Campany se refiere como “una profunda ética de contención. Las fotografías son tan reflexivas y acríticas como descriptivas”. Lo suficientemente ambiguas como para ser leídas relacionadas entre sí.
“Evans iba muy por delante de su tiempo”, destaca la fotógrafa. “Ya en 1934, apuntaba a aquellos artefactos que dan pistas sobre las capas más profundas de la sociedad. Habla de la atmósfera urbana, algo con lo que yo me identifico mucho, en su curiosidad por cómo la gente se relaja, por la publicidad, por el prototipo de América. Aún siendo americano, siempre se consideró de alguna forma un outsider. Lo mismo me ocurre a mí. Existe una especie de desapego que ofrece una mirada más fresca del lugar”.