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"Paisajes eléctricos": una distopía la observamos fría y estática

Es atractiva en su propuesta e indagación teatral a pesar de la dificultad de llevarla a cabo. Nos recuerda la fragilidad humana y un futuro próximo que no podemos eludir, pero la observamos fría y estática

Foto: Proceso.Paisajes eléctricos: una distopía  la observamos fría y estática

Una pareja vive en una base espacial, lejos de la Tierra, queriendo regresar allá, al lugar que nunca han conocido, y su estancia se hace monótona e interminable aunque tengan un lugar en la lista de los que podrían ir hacia aquello con lo que sueñan.

Paisajes eléctricos es una obra de ciencia ficción que se aboca a construir la ficción, justificarla, elaborarla y darle vida. Tanta es la intención que los personajes que la habitan parecieran pasar a segundo plano, y su historia carece de profundidad y de eso, de historia; dicen amarse, dicen compartir casa y sueños, dudan de quién regresará primero, pero como el acento no está ahí, sino en la complejidad de elaborar las convenciones necesarias para confirmarle al espectador que está en un mundo futurista, la vida monótona de aquellos seres nos deja de interesar.

Su trayectoria es mínima y el giro final no es suficiente para resignificar la obra. Simplemente somos testigos de su cotidianidad: de lo que dicen que hacen (aunque no los vemos hacerlo), de lo que dicen amarse (aunque no los vemos amándose); sí besarse, pero ¿amarse con las contradicciones que esto implica y más en una situación extrema? Su relación sirve para mostrarnos esta realidad, pero ellos no llegan a provocarnos emociones; y así como ella dice en un momento dado que su principal anhelo es ser la siguiente de la lista, y minutos después proponerle al otro que tome su lugar, es como simplemente se dijera un texto.

Se nota el esfuerzo de la dramaturgia de Gibrán Portela y Penélope Alfeirán para crear la lógica de esta distopía, y de referirnos inmediatamente al aislamiento de la cuarentena que ha implicado esta pandemia, y al aviso de que la Tierra va a desaparecer y las futuras generaciones quedarán volando en el espacio infinito. Es una obra donde la distopía está bien construida y atestigua el fin del mundo, o por lo menos el fin de la vida humana en nuestro planeta.

El director Sixto Castro la recrea con elementos como las pantallas donde aparecen las personas que han salido de ahí y atestiguan sobre esa Tierra “que vieron”. Los actores Tania Noriega y Eduardo Córdoba interpretan a esta pareja viviendo en una situación difícil y artificial. Los personajes están al interior de esa base, pero la imagen del fondo es la de la Tierra, y el lugar está acotado por dos rampas donde circula la mujer en silla de ruedas. El espacio es iluminado con colores, como el director suele hacerlo, y vemos imágenes principalmente azules para dar esta sensación de irrealidad, junto a los reflejos luminosos de la bola de espejos para sugerir las estrellas del Universo.

En el Foro la Gruta del Teatro Helénico, donde se presenta, no están bien revestidos sus laterales, y la cámara negra que podría ayudar a contener la propuesta, se deslava.

La visión de un futuro sin Tierra es aterradora, pero así como se habla de la vida artificial, así son los personajes que no llegan a afectarnos, como los momentos de apertura y cierre de la obra, donde ella emite un lamento intenso y extenso grito y llanto desde su silla de ruedas; o como la contradicción de ver el plástico de las cartas y planos que ellos manejan, aunque se mencione la importancia de la textura del papel.

Paisajes eléctricos es atractiva en su propuesta e indagación teatral a pesar de la dificultad de llevarla a cabo. Nos recuerda la fragilidad humana y un futuro próximo que no podemos eludir, pero la observamos fría y estática.



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