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‘Otra vida’: La soledad mata más hombres que las bombas

Oriol Tarrasón escribe y dirige una comedia esperanzada sobre la invisibilización que sufren las personas de la tercera edad, en la que destaca la interpretación vitalista pero precisa de Beatriz Carvajal

Una comedia risueña sobre el arrinconamiento que sufren los ancianos en el Occidente próspero y la posibilidad de esquivarlo. Otra vida, estrenada en el Teatro Fernán Gómez, de Madrid, habla de la invisibilización de las personas de la tercera edad, de la sobremedicalización protocolaria a la que se ven sometidas y del desamparo en el que se hallan, pero sin trenzar estos temas ni desarrollar ninguno de ellos suficientemente. Oriol Tarrasón, su autor y director, pone a sus personajes en circunstancias adversas pero cotidianas (el abandono filial, la invalidez, la apertura de un procedimiento de incapacitación…), sobre las cuales pasa de puntillas, velozmente, como pasan las estrellas fugaces.

Escena de ‘Otra Vida’, con Beatriz Carvajal.‘Otra vida’: La soledad mata más hombres que las bombas

Beatriz Carvajal tiene una energía limpia, precisa, zigzagueante, y un empuje indómito, propio de una adolescente. Es la vela que impulsa el espectáculo y lo lleva a buen puerto. Su persona transmite una afabilidad y una empatía suculentas a su personaje, escrito con escaso detalle. Juan Gea, intérprete por lo general sobrio y conciso, encarna con un desenfado muy beneficioso a Mateo, un guarda jurado prematuramente retirado del mundanal ruido. Jesús Castejón, actor todoterreno, es demasiado buen mozo como para parecer el carcamal que su compañero de cuarto dice que es. En su papel de enfermera, Beatriz Arjona pone un contrapunto lozano a este trío provecto. Los cuatro cómicos intentan levantar a pulso unos personajes carentes de complejidad. Para que tenga lugar el viaje que Ernesto hace desde la esperanza al desengaño, el autor debiera poner en juego más pormenores de su vida y de la relación que mantiene con su hijo.

Otra vida parece teatro de hogaño, sobre todo por el uso que su director hace de cerca de una decena de ancianos figurantes, colocados en segundo plano casi siempre: salta a la vista que podrían dar más juego. Más que trenzar una trama, Tarrasón ha encadenado anécdotas a la manera impresionista, sin una directriz fuerte y clara. No obstante, la función se sigue con interés por la universalidad de su asunto, por el perfil vitalista de sus personajes y por el buen oficio de sus intérpretes, que llegan sin micro al espectador en una sala de gran aforo, cosa infrecuente hoy en día.



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