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Otra vez la ‘maldita’ pintura

Envuelto en una definición abierta, el viejo formato busca la respuesta en una nueva generación que agita sus márgenes y habita sus fisuras

“Hacia un nuevo paradigma” (2018). Pintura de Albert Pinya.Otra vez la ‘maldita’ pintura

La pintura vive en un bucle, como las crisis. Cada cierto tiempo, reaparece alternando euforia, retroceso y reflexión, y sobrevive cuando se hace imprescindible un cambio. Esa alteración siempre ha vivido en una situación precaria. Sabemos que una de las mutaciones decisivas de la práctica contemporánea de la pintura ha sido la ofensiva contra el canon modernista de la pureza y la autonomía, que tanto defendió en su día el crítico de arte Clement Greenberg, y que tanto desmontaron otros, como Rosalind Krauss, amasando, estirando y retorciendo esa idea y anunciando libertades más elásticas y menos jerárquicas. Eran los años sesenta y el grupo Art & Language no dudaba en ratificarlo, para confusión general, al colocar una tela como pintura y otra igual como escultura, su conocido Painting/Sculpture. Y ahí estamos, en un eterno retorno de desmitificación permanente, donde pintar se reivindica antes como tradición que como técnica, más como pensamiento que como forma. En ocasiones, no hay lienzo, ni pinceles, ni pigmentos. A veces no es bidimensional y, en muchos casos, ya no es pintura, sino una idea donde lo único inamovible ya es el término.

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Obra sin título de Elvira Amor.

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LAS CRISIS SON BUENAS

La de 2008 llevó a la pintura al valor seguro a la hora de comprar arte y todavía sigue siendo la más demandada. No hay galerías sin pintores. Basta ver la programación de esta nueva apertura de curso. Otra cosa es que sea una pintura inteligente. Hasta la galería más conceptual tira de disciplina, una extraña pareja que no está en absoluto reñida. Hay una pintura sin pintura que copa mercado y exposiciones, abanderada hace varias décadas por artistas como Perejaume o Ignasi Aballí y cuya sombra llega a otros como Enric Farrés Duran (Barcelona, 1983). En 2005, la vimos expuesta en el centro de arte La Panera de Lleida en Pintar sin pintar. También en Sky Shout. La pintura después de la pintura, que llegaba al Auditorio de Galicia abriendo el debate sobre su historia, algo que su comisario, David Barro, volvió a poner en escena en 2009 con Antes de ayer y pasado mañana (MACUF, A Coruña), cuestionando sus márgenes, y en 2014 con Antes de irse. 40 ideas sobre la pintura, uno de los mejores manuales de su práctica. Los últimos años han llevado a otro giro más, en museos y ferias. No sólo ha habido recuperaciones históricas (Carmen Herrera, Etel Adnan, Néstor Sanmiguel Diest) y publicaciones que recogen lo último a sabiendas que eso ocurrió antes que todo (Vitamin P, de Phadion), sino que hay una generación de artistas nacidos en los ochenta que ha cogido posición.

Kiko Pérez (Vigo, 1982) es uno de ellos. Confiesa mantener una relación ambigua con la pintura. Todo parte de empatías y afectos, de un ejercicio de orden. Sus formas son culturales, ya estén sacadas de la publicidad, de un juego o de una arquitectura ruinosa. Cada trabajo revela una posibilidad de recrear la inteligencia de lo cotidiano, desde la economía visual al humor; un vocabulario plástico que se aplica igual en el dibujo, la escultura o la pintura, en grandes o pequeñas fracciones. Misterio dice el título de la exposición que acaba de presentar en la galería Heinrich Ehrhardt. El papel sigue siendo central, como siempre en su trabajo, y lo vemos fragmentado, recortado y vaciado. Por otro lado, las formas cercanas a la escultura son extrañas, alienadas, y abrazan al mismo tiempo la consistencia de un cuerpo, la figura y la abstracción más absoluta. De lo mejor que puede verse en Madrid.

Una pintura móvil, fluctuante, es la que trabaja también Irene Grau (Valencia, 1986) a partir de una serie de juegos de ocultación y visibilidad que se acercan a búsquedas afines a Maider López, otro de los nombres que desde los dos mil reflexiona sobre los límites de lo pictórico. Dice que pinta para buscar un espacio que ella compone a base de trabajar cromáticamente el vacío, que actúa como un escenario abstracto formulado desde lo frágil, como la literatura. No en vano, Enrique Vila-Matas se ha colado en el libro que aglutina todo su trabajo hasta ahora y que acaba de publicar la editorial Dardo.

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PINTURA Y NARRATIVA ESTÁN ESTRECHAMENTE RELACIONADAS EN MUCHOS ARTISTAS

Desde el simbolismo onírico de Alejandra Freymann (Xalapa, México, 1983) a la persecución de la pintura perfecta que plantea cada obra de Rasmus Nilausen (Copenhague, 1980). Sobre la patología del error trabaja Jan Monclús (Lleida, 1987), como vimos hace unos meses en su exposición en etHALL, Barcelona. Partiendo de la reflexión sobre la pintura per se y como campo expandido, su obra debe leerse como una alegoría sobre lo que puede ser pintar hoy. Él lo traduce mediante pequeñas historias llenas de guiños de esa precariedad, expectativa y resistencia que implica la condición de artista. Un relato sin heroísmo atravesado por esa experiencia vital que tanto circula por las obras de Miki Leal, Rubén Guerrero, Pere Llobera o Nacho Martín Silva. Una pintura de sensaciones, de memorias que declinan en fantasías y ensoñaciones.

Lo pictórico, decía, ha ido perdiendo su unidad para contaminarse de otros soportes, como el dibujo, la fotografía, el vídeo, la música o la performance. Hoy, todo es uno. Elena Alonso (Madrid, 1981), Guillem Juan Sancho (Valencia, 1981), Maíllo (Madrid, 1985), Nelo Vinuesa (Valencia, 1980), Estanis Comella (Lleida, 1985) y Rosana Antolí (Alcoi, 1981) son ejemplos de ello. El debate no es ajeno a lo que pasa fuera, donde el tiempo de la pintura lleva décadas implicando una nueva definición, pero en España marca el inicio de un tiempo donde la pintura se asume de otra manera para dictarse fuera de la propia pintura. 

Ángela de la Cruz o Miquel Mont hace tiempo que abrieron ese camino, seguido hoy por artistas como Guillermo Mora (Alcalá de Henares, 1980). Empeñado en multiplicar su lenguaje, trata de darle una vuelta al modo tradicional de la pintura y lo hace desde sus restos, retomados bajo la idea de que el fracaso reordena y genera nuevos significados. 

No está lejos Miren Doiz (Pamplona, 1980). El error, lo incontrolable sirven como excusa para repensar el sentido de la pintura, sus éxitos y sus fracasos. Su paso por la Academia de España en Roma ha dejado un nuevo trabajo que roza la escultura y lo excepcional. 




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