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Nuevo realismo ‘hipster’:

Con décadas de tradición y reinvención, la pintura figurativa busca nuevos espacios para hablar de la vida contemporánea

S i se teclea Botero en Google, sale J Balvin hablando de colores. J Balvin el cantante. El de Bob Esponja. El partner de cualquier Grammy Latino. La banda sonora de Tik Tok. ¿Qué hace el príncipe del reguetón hablando del rey del volumen? En un primer momento, la asociación parece estrambótica, aunque a los minutos de su crítica de arte en spanglish ambos artistas de Medellín están cada vez más cerca. Los dos son famosos, les gusta lo ampuloso y mueven fácilmente a las masas a la pista de baile y a la del museo. No hay doblez en su literalidad. Ni media sospecha de un doble sentido al que acogerse. Nada. Lo que vemos es lo que es. Un realismo demodé y un hit que invita a buscar un paraguas. Una doble alianza popular. Así es el perreo boterista que se baila ahora en Madrid desde la mayor retrospectiva de Fernando Botero en CentroCentro. Los chistes sobre los cuerpos del posconfinamiento se oyen ya en la puerta. Las críticas sobre el porqué de una exposición a comisión organizada por Arthemisia, la empresa italiana especializada en productos de entretenimiento popular, crecen en fueros algo más internos.

Noelle (2019), de Jordan Casteel.Nuevo realismo ‘hipster’:

Jordan Casteel (1989) es un ejemplo. Cuando llegó al campus como estudiante, su madre la llevó al comedor, no para comer, sino para saludar al personal de la cocina, las personas que realmente la cuidarían. Diez años después de licenciarse, todavía llama por teléfono a Betty, una panadera, que protagoniza uno de sus cuadros. Esa alquimia particular, la que comienza con un saludo nervioso y transforma a los extraños en familia, es el núcleo de su trabajo. Con 31 años, ha sido celebrada por sus grandes retratos de amigos y vecinos, siempre negros y muchas veces inmigrantes, que ahora cuelgan del New Museum. Es su primera exposición institucional, aunque sus obras circulan ya por el Vogue de este mes y por la High Line de Nueva York en su primer encargo de arte público, Fallou, que ya ha comprado el rapero Swizz Beatz.

Casteel traslada a la pintura una nueva perspectiva de la vida contemporánea en Nueva York que, de otro modo, sería difícil encontrar en los museos. Un jornalero, una cajera, una limpiadora, un conserje. La misma radiografía realizan también la mexicana Aliza Nisenbaum (1977) y la nigeriana Njideka Akunyili Crosby (1983) con una pintura convertida en militancia política. Son artistas que responden a un realismo empático y alternativo para hablar de lo propio y lo ajeno bajo una mirada que no duda en honrar al vecino: sin distancias, sin complejos, sin clichés. El uso hipster de la pintura realista. En tiempos de identidades líquidas, la figuración vuelve a dibujar un nuevo marco estético para hablar de las mitologías cotidianas a partir de un cuerpo físico dominado por preocupaciones internas. Ese es el nuevo bodegón: una pintura introspectiva, tierna y bucólica a la vez, que los artistas proyectan bajo una construcción mental de lo real antiheroica y vulnerable. El alter ego de Shona McAndrew (1990) sentado en el sofá mirando la nada. Dea Gómez (1989) y Diego Omil (1988), que forman Los Bravú, estirando el cuello tras el palo de un selfi. Gala Knörr (1984), entre memes, deep fakes y emojis. O

los retratos de Amy Sherald (1973), que este mes han llegado a otra portada, la de Vanity Fair, desde la que homenajea a Breonna Taylor.

Hay, también, un realismo mágico bien instalado en las galerías y el mercado, nieto de Gustav Klimt, que da una dimensión más prosaica y poética al día a día. María Berrío (1982) lo sintetiza como pocas con su atmósfera de mundo cotidiano confundido, caótico y perdido, que en unos días instalará en la galería Victoria Miró de Londres. También hay un realismo de tintes surrealistas, por donde fluye la figuración de Yann Leto (1979), Jessie Makinson (1985), Hulda Guzmán (1984) o Nathan Cash Davidson (1988), que además de artista es rapero. Y luego está el realismo pop: mucho más ecléctico, narrativo, con gancho. El universo entero de Tala Madani (1981). Los culos de Celia Hempton (1981) y los de Pere Llobera (1970), pintores que no esquivan el lado más extraño y perturbador de la existencia. Ella expone ahora en la galería Southard Reid de Londres. Él, en la F2 de Madrid. Una pintura con mancha y acumulación, con trama y preguntas, hermana del ojo de Luc Tuymans y su reinvención de la historia, y de la exploración animal de Maria Lassnig. Intensidad en la mirada, la experiencia viendo el molde de las cosas y no la cosa en sí, eso que define qué es arte y que no. Ese dilema.



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