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Nostalgia de fútbol: una caldera de emociones (también) culturales

La abstinencia durante la pandemia de lo que amamos incluye a «la cosa más importante de las menos importantes». Un deporte que trasciende su condición de instrumento socializador para convertirse en inspiración de escritores, artistas y cineastas

Año 2010, un sábado cualquiera semanas antes del Mundial de Sudáfrica, el de nuestra gloria. Jorge Valdano entra en la Librería Deportiva Esteban Sanz, cerca de la Plaza Mayor de Madrid, paraíso para los amantes de una literatura que intenta sintetizar lo que se vive en una caldera de emociones. El mediático exfutbolista y exentrenador es un cliente fiel. Esta vez viene acompañado de dos leyendas del fútbol, Maradona y Bilardo. Habían almorzado en un restaurante argentino junto a la Puerta del Sol. Empiezan a curiosear los libros y Bilardo termina por comprar uno. Esteban, el propietario de este establecimiento con medio siglo de historia, le pregunta a Maradona si no se anima él también. El Pelusa lo mira fijamente y, tocándose con un dedo la sien, le contesta: «No hace falta. Está todo aquí». 

Un partido de futbol con estadio vacío.Nostalgia de fútbol: una caldera de emociones (también) culturales

Entre las ausencias que nos han provocado un sentimiento de orfandad durante estos meses de pandemia está, sin duda, «la cosa más importante de las menos importantes» (frase que algunos atribuyen al propio Valdano y otros al técnico italiano Arrigo Sacchi), deporte que despierta sentimientos encontrados (hay quien lo convierte en el eje de su vida y quien lo desprecia como parte de la ecuación «pan y circo») y cuya industria genera anualmente en España 15.688 millones de euros (el 1,37 por 100 del PIB) y da trabajo a 200.000 personas, solo a nivel de clubes profesionales. 

No es casual que el anunciado regreso de la Liga a mediados de junio -si la crisis sanitaria lo permite- haya creado grandes expectativas. Nuestros políticos hablan más de la «desescalada» en el fútbol que en el sistema educativo.

El fútbol hace mucho que ha trascendido la imagen de veintidós tipos en pantalón corto persiguiendo una pelota, incluso ha desbordado su condición de engrudo social, su carácter identitario, de pertenencia, para seducir a finos cronistas, escritores, artistas y cineastas, que lo han convertido en una manifestación cultural, así, sin entrecomillados. La nostalgia del fútbol no solo se ha alimentado estos meses por la imposibilidad de ir a un estadio o sentarnos en el sofá frente al televisor para disfrutar de un partido. El fútbol también es cultura. Habrá quien lo considere una blasfemia. No toda la literatura inspirada por este deporte es homologable a una auténtica creación artística. Pero esta apreciación puede aplicarse al contrario: no todas los libros o piezas de museo pueden equipararse a la obra de arte que supuso el eslalon imposible de Maradona frente a Inglaterra en el Mundial de 1986. 

«Si nos referimos a aquellas manifestaciones que reflejan los sentimientos, las vivencias y la identidad de un grupo de personas, la incorporación del fútbol como variante cultural fue bastante inmediata a su nacimiento como juego», comenta Rodolfo Chisleanschi, periodista y escritor deportivo, autor de Planeta fútbol y de una biografía del centrocampista argentino Miguel Ángel Brindisi. «Desde muy pronto en Inglaterra y Escocia su popularidad fue enorme. 

Un fenómeno que se fue repitiendo en casi todos los lugares del mundo donde el comercio o los soldados del imperio inglés lo fueron llevando». 

En España, el veneno se inoculó a finales del siglo XIX por parte de sus propios inventores en un lugar improbable, Huelva, concretamente en Minas de Riotinto, donde los anglosajones que trabajaban en Corta Atalaya y demás explotaciones de mineral empezaron a practicar este sport entre otros típicos de las islas, como el críquet.

«Si hablamos del acceso al arte o la literatura, el camino fue más largo», continúa Chisleanschi. «La aceptación del fútbol como materia a tratar por escritores, dramaturgos y cineastas surge tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, cuando las políticas que crearon el estado del bienestar en Europa Occidental permitieron el asentamiento de una clase media que sentía el fútbol como una diversión propia. 



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