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No olvides que es comedia nuestra vida

El teatro enlatado es un 'fake', un cadáver excelso que puede llegar a subyugar pero que no es sino un reflejo de la caverna platónica

Cuando hace un tiempo, soñadores, imaginábamos la función de las artes y de los artistas en nuestras sociedades, el mundo, al menos el mundo occidental en el que nosotros vivíamos, era otro. La Covid-19 no existía y no había llegado a nuestras vidas, a nuestras puertas, al primer mundo intocable. La idea de cientos de miles, millones de infectados, docenas o centenares de miles de muertes, la impotencia del sistema para salvar vidas y consolar a las víctimas, y una transformación de nuestra vida, confinados por semanas, asustados, confundidos por una incertidumbre sin precedentes desde las Guerras Mundiales, era absolutamente impensable. Desde hace varias generaciones, el mundo no había sufrido un shock de tales dimensiones que hubiera cerrado fronteras y aniquilado, temporalmente al menos, el mundo global en el que habíamos vivido con una aparente libertad.

El Quijote del Plata, coreografía de Blanca Li para el Ballet Nacional de Sodre.No olvides que es comedia nuestra vida

Hace apenas dos meses, incluso hace uno, nadie habría dado crédito a lo que vivimos en este momento en lo sanitario, en lo sociológico y también en lo artístico. Las cifras de enfermos y muertos son propias de una película de ciencia ficción, y también las medidas de confinamiento, la limitación de todas las libertades civiles, individuales y colectivas, en pro de la seguridad y de la salvación de vidas con esas medidas extremas. Pero también parece un escenario apocalíptico, posnuclear, de hecatombe total, imaginar por primera vez en más de un siglo todos los grandes templos del arte, de la música, del teatro, de la ópera… cerrados, habitados sólo por sus propios fantasmas.

Nadie frente a La Gioconda, nadie frente a Las meninas, ni frente a El matrimonio Arnolfini, ni observando La victoria de Samotracia. Abandonados por igual los frisos del Partenón del British Museum y la propia Acrópolis, las pirámides de Egipto y las de Teotihuacán, el Taj Mahal y Machu Picchu… Todas las ruinas más ruinosas que nunca, abandonadas al deterioro del tiempo. Ninguna orquesta tocando la novena de Beethoven en el año del centenario del compositor, ninguna Pasión de Bach tocada en Viernes Santo, ninguna música tocada en vivo para los espectadores, desde Palestrina a Stockhausen, muertos como nunca. También Calderón de la Barca y Shakespeare, Ibsen y Brecht, alejados de los teatros vacíos y silenciados en los escenarios como no consiguieron ni la inquisición ni los nazis. El lago de los cisnes seco como nunca, y La consagración de la primavera abandonada y sola en primavera.

Aida, Tosca, Marina, Jenufa y todas las heroínas y héroes de la ópera y de la zarzuela haciendo suyas las palabras de Violeta en La Traviata: "Povera donna, sola, abbandonata, in questo popoloso deserto che appellano Parigi…". Si Violeta se asomara a las calles parisinas vería ese desierto infinito del alma.

Nadie escuchando tocar o cantar en vivo, nadie viendo bailar en directo, nadie pensando y riendo en un teatro… Todo un patrimonio vivo y latente, que creíamos eterno y vigente, convertido en pocas semanas en sólo una momia.

Todos muertos… Las artes escénicas, las artes vivas, las artes todas, no tienen sentido y no existen sin un espectador que a través de ellas comprenda la belleza, la bondad y la verdad que encierran, como una maravillosa creación humana que descifra los mecanismos profundos del ser humano y el universo. Si una obra de arte es una adivinanza poética, un juego de ilusiones, mentiras y verdades, un desafío ontológico, de nada sirve si no hay quien pueda jugarlo.

La historia de las artes, toda, de todas ellas, de todos los tiempos y lugares, todo, eso sí, es hoy en día accesible desde el ordenador, en la soledad de nuestros hogares, como un hecho no social, como una contemplación privada del hecho artístico, un deleite de los sentidos, sin duda, y un alimento esencial para el espíritu. Tenemos acceso virtual a todo el arte, museos, conciertos, teatros, del presente y del pasado… En realidad no, en realidad ya todo ello es puro pasado, es el mundo que fue y no volverá a ser, nunca más, nunca igual.

De igual forma que el animal disecado que vemos en un Museo de Ciencias Naturales no es el animal sino una pobre representación, la exhibición fastuosa de un cadáver repugnante aromatizado, lo que vemos en nuestra computadora son cadáveres excelsos de obras de arte, a veces sublimes, pero en ningún caso las obras en sí mismas. Son el reflejo contemporáneo de la caverna platónica. El oso del museo nos parece hermoso, perfecto, pero no sentimos su instinto, su olor, su fuerza, el peligro de su presencia, la imprevisibilidad de sus actos. La obra de arte viva, enlatada, es un fake, un fraude engañoso que nos puede llegar a convencer, que nos subyuga a veces (¿quién no ha sentido esa emoción en una grabación musical excelsa? –Yo escucho con placer ahora el sublime 'Erbarme Dich' de La Pasión según san Mateo–), hasta que nos damos de bruces con la realidad de la interpretación en directo que convierte todo lo demás en sombras, en ficciones devaluadas, en arte visto en la distancia desde lo más profundo y oscuro de la caverna de Platón.

Vemos en nuestra pantalla todas las obras de arte vivientes como si fueran de otro tiempo, porque en realidad lo son cuando nos llegan por ese medio, sean representadas en ese momento o décadas atrás. Son obras del pasado cuando no están sucediendo en vivo frente a nuestros ojos y a nuestros oídos. Son recuerdos bonitos, como las fotografías que nos transportan a lugares que visitamos y que nos hacen creer por un instante que estamos allí… sin estar.

Nos queda el consuelo y la compañía de la literatura y el cine, que no precisan de esa presencia viva del espectador para existir ni de la transmisión efímera. Ahí está la historia del cine para poder ser disfrutada, y ahí está sobre todo la literatura, inmensa y eterna como nos fue dada, a la espera de que la leamos. El libro sí es pasado y presente, y en el acto de leerlo vuelve a nuestros días, como vuelve la música en el intérprete, la danza en el bailarín y el teatro al actor que lo encarna, en el caso de la literatura sin intermediarios ni oficiantes. Y ahí están los valores de los clásicos, perennes e inmutables pese a la tragedia. 

Ahí pervive la justicia por la que Quijote sale a los caminos a luchar por ella sin encontrarla y ahí está el Ulises de Joyce tratando de regresar a casa, borracho de libertad. 

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'Hijas del aire', producción del Teatro Opole de Polonia basada en las obras 'Balladyna', de Stowacki, y 'La hija del aire', de Calderón, con dirección de Ignacio García.

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Imagen de la obra 'Cervantes versos Shakespeare', del compañía mexicana Babel, representada en la pasada edición del Festival de Almagro



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