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Navegar por las redes del mal

La investigadora Julia Ebner relata en ‘La vida secreta de los extremistas’ sus incursiones encubiertas en grupos de ultraderecha y yihadistas

En el mayor festival de música neonazi de Europa, llamado Schild & Schwert (Escudo y Espada), que se celebra en la frontera entre Alemania y Polonia, llevar las zapatillas equivocadas puede representar un problema muy grave. Esperando la fila para entrar, Julia Ebner, investigadora especializada en infiltrarse en grupos radicales, se miró a los pies y se dio cuenta de que era la única que no llevaba el logo con la N de New Balance, una marca de zapatillas estadounidense cuyo dueño apoyó a Trump en 2016 y que, desde entonces, por todo tipo de leyendas urbanas ajenas por completo a la compañía, se convirtió en el calzado favorito de los ultras de medio mundo. Ella llevaba unas Adidas blancas pero, afortunadamente, nadie reparó en ellas.

Un partidario del presidente Donald Trump sostiene una bandera de EE UU con una referencia a QAnon durante una manifestación a favor del presidente en 2020.Navegar por las redes del mal

Sabía que tenía que citar unos libros y unas películas determinados y no citar otras, que consideran que forman parte de la conspiración de Hollywood para controlar el mundo

“Paso muchas horas monitorizando sus canales, estudiando qué tipo de códigos y de lenguajes utilizan y la forma en que se comunican”, explica desde Londres Ebner (nacida en Viena en 1991) en una conversación por videoconferencia. “Aquel festival neonazi es un ejemplo muy claro porque comparten unos códigos culturales muy asentados, que atañen la forma en que se visten, pero también la música que les gusta, los hobbies. Ven por ejemplo los mismos vídeos de YouTube. Las zapatillas fueron un ejemplo, pero también sabía que tenía que citar unos libros y unas películas determinados y no citar otras, que consideran que forman parte de la conspiración de Hollywood para controlar el mundo. Es muy importante que las fuerzas de seguridad lleguen a controlar esos lenguajes y a comprender los signos de que un ataque puede tener lugar, de que algo es realmente peligroso”.

Casi siempre a través de Internet, aunque otras veces en vivo como en aquel festival neonazi de Alemania, la profesión de Ebner consiste en monitorizar para el Instituto para el Diálogo Estratégico, con sede a Londres, a todo tipo de grupos radicales, escudriñar sus chats y sus páginas web sin ser detectada para escribir informes y también alertar a gobiernos e instituciones internacionales sobre lo que se cuece ahí. Al principio, se centraba sobre todo en yihadistas, pero su trabajo fue virando hacia grupos de ultraderecha, cada vez más activos y amenazantes, que son los que centran su ensayo. Las matanzas de Utoya (Noruega) en 2011 o de Christchurch (Nueva Zelanda) en 2019 demostraron que los asesinos utilizaban el mismo lenguaje, los mismos mitos y delirios antisemitas e islamofóbicos, como la teoría del gran reemplazo o la gran sustitución, que personas que nunca recurrirían a la violencia física. Esa resulta, precisamente, la parte más difícil de sus investigaciones: distinguir un fanfarrón repugnante de un posible terrorista.

“No siempre es fácil separar lo que es troleo del posible terrorismo, lo que representa algo parecido a un juego de la ideología extremista que puede llevar al terrorismo o a la incitación a la violencia”.

 señala Ebner. “La alt-right (la ultraderecha estadounidense) se ha especializado en esconder peligrosas campañas de radicalización detrás de lo que parecen casi chistes inocentes. Los servicios de seguridad, pero también los expertos, necesitan mejorar su conocimiento de ese lenguaje y entender los pequeños matices. Ocurrió lo mismo con el ISIS, incluso cuando Al Qaeda comenzó a atacar, los servicios de seguridad llegaron a comprender el lenguaje de los yihadistas, a entender cuándo la amenaza iba en serio, por ejemplo, qué citas coránicas indicaban un posible uso de la violencia y ahora se debe hacer lo mismo con la alt-right. Y solo comenzaron a tomarse en serio este peligro después de los ataques de Nueva Zelanda en Christchurch, en El Paso y Halle”.

En su libro aparecen chats con personas obsesionadas con recluir a las mujeres en papeles tradicionales, obcecadas con el peligro que representa el feminismo (uno de los muchos puntos en los que coinciden ultraderechistas e islamistas radicales), con el complot judío mundial, con los derechos LGTBI o con el citado gran reemplazo, que Ebner define como “una idea que surgió en Francia que sostiene que las poblaciones blancas están siendo reemplazadas por inmigrantes”. “Uno de sus mayores peligros es que se trata de una teoría de la conspiración que asume que hay una amenaza existencial contra la población occidental y que es inminente”, agrega. El otro peligro de estas teorías es que muchas veces son citadas por fanáticos peligrosos, pero también por partidos políticos con representación parlamentaria –como Vox, al que se refiere directamente como un grupo que forma parte de esta galaxia ultra–, gobiernos como los de Hungría o Polonia o el presidente estadounidense Donald Trump.

Existe una amenaza contra nuestras democracias porque estas ideas han entrado en nuestro espacio político y pueden influir en el futuro de nuestras sociedades

“Diría que alguna de las ideas extremistas que vemos actualmente hace unos años estaban en los márgenes de la sociedad y ahora son moneda común, incluso en el espacio político, en parlamentos y gobiernos. Políticos de Vox por ejemplo han tuiteado sobre el gran reemplazo. Se hacen eco de las mismas teorías de la conspiración que unos meses más tarde impulsaron ataques contra musulmanes. Nos enfrentamos a dos peligros: existe una amenaza contra nuestras democracias porque estas ideas han entrado en nuestro espacio político y pueden influir en el futuro de nuestras sociedades. Y al darle tanto pábulo por parte de algunos grupos políticos han alcanzado una difusión enorme en audiencias a las que antes no llegaban”.

Un ejemplo claro, explica esta investigadora, es todo lo que está ocurriendo con la pandemia en torno al llamado QAnon, una teoría de la conspiración que mezcla supuestas orgías pedófilas, con la covid, el 5G y el control mental que ha inundado las redes sociales en los últimos meses. Y ese es precisamente el otro gran problema que señala su libro: que gran parte de ese repugnante y peligroso material se cuece en las redes sociales antes de saltar a chats privados y al internet oscuro. El gran escaparate de todo esto es público, sin que los responsables de esas redes realicen grandes esfuerzos para frenarlo. “La forma en que Facebook funciona y en que la plataforma está diseñada prioriza contenidos más extremos, más radicales y más increíbles, teorías de la conspiración o contenidos violentos o de odio son priorizados por el algoritmo, porque el objetivo es captar nuestra atención y aumentar todo lo posible el tiempo que pasamos en la plataforma. Y desgraciadamente, los contenidos violentos y radicales logran mucha atención”



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