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‘Murder Ballads’, o cómo matar cantando

Hace 25 años, Nick Cave publicó un álbum que reinventó un género popular terrorífico: el que narra crímenes de todos los tiempos

El año 1996, Nick Cave, el genio aterciopeladamente oscuro de Warracknabeal, Australia, publicaba su noveno álbum de estudio con The Bad Seeds, su banda de entonces. Era un álbum titulado simplemente Murder Ballads, en el que, desde una altísima literatura —más que canciones, lo que contenía eran relatos poderosamente musicados— reinventó un género, el de la balada de asesinatos, o balada asesina, cuyos inicios son francamente lejanos. Se dice que las primeras de estas composiciones terroríficas llegaron de Escandinavia cuando la música aún no podía grabarse y que poco a poco se fueron difundiendo y mutando en los países de habla anglosajona. Su intención era a la vez la misma que la de cualquier novela o cinta de terror, es decir, aterrorizar, y la del un noir aleccionador que ha reflejado de qué forma, a lo largo del tiempo, han variado tanto las formas de matar como las de ajusticiar a los asesinos.

PJ Harvey y Nick Cave, en la época de ‘Murder Ballads’.‘Murder Ballads’, o cómo matar cantando

Murder Ballads fue el primer hit mundial de la carrera de Nick Cave, del que se llegó a decir que era “una colección de macabras fotografías” que destilaba “una sola imagen de la muerte” a través de “fábulas macabras”. Pensemos en Henry Lee, el tema que interpretó junto a PJ Harvey, que, chismorreos del rock mediante, por entonces, se decía, salía con Cave, lo que explicaría lo electrizante de la química que destila la canción. Henry Lee era también una vieja murder ballad reinterpretada. En ella, la asesina era la amante del tal Henry Lee, que no podía soportar los celos que sentía cuando Henry Lee estaba con otra. Lo mató una noche, acorralándole contra una verja y asestándole un puñado de puñaladas. Lo que Cave y Harvey construyen es un malévolamente aterrador cuento de hadas romántico, en el sentido clásico, el irracionalmente salvaje.

Pero la cosa no había sido siempre así. Por ejemplo, en ese disco, Cave reformula, desde una masculinidad enfermiza, el clásico Stagger Lee de Lloyd Price, la primera canción que, después de censurarse, se convirtió en número uno. Aquella, aunque narraba el crudo asesinato de un tipo a disparos, tenía el tono del ingenuo rock ‘n’ roll de los 50 —se grabó en 1959—, y se diría ése era el formato, entonces, de cualquier murder ballad. Knoxville Girl, en la versión de 1956 de The Louvin Brothers, es apenas un lacónico country de saloon. Y algo más sofisticada es la versión de la misma desagradable historia de asesinato que hizo Benny Martin, y que situó a la víctima en Tennessee, de ahí que la llamara The Wexford Girl. La banda de Louisville, Vandaveer, regrabó su propia versión en 2013, en un álbum repleto de otras murder ballads. Lo tituló: Oh, Willie, please...



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