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Mi viejo

Mi padre era un gran tipo

Mi viejo

La muñeca de Alicia

En el diario de Dianita, bajo la fecha 2 de diciembre de 1987, aparece una foto de ella, entonces de año y medio, y luego le escribí:

“Cómo me hubiera gustado que te conociera mi papá. Se hubiera vuelto loco de felicidad contigo, tal como ocurre con mamá, pero en fin, sé que él te conoció en el cielo antes que yo, y quizá fue él quien te imbuyó de ese gran amor que ahora nos contagias. Dianita: aunque mi padre y tú fueron dos generaciones que no llegaron a juntarse, quiero que sepas desde ahora que él fue un gran hombre y que, aunque ya no está con nosotros, me inspira en gran manera sobre cómo educarte. Ojalá que pueda yo enseñarte a amarlo como yo lo hago, y a respetarlo y a valorar las enseñanzas que nos dejó, para que cuando estemos juntos nuevamente, le des todo el amor que por ahora no le puedes dar. Y a propósito de él, me gustaría contarte una anécdota que me platicó una vez mi madre de cuando mi hermana, Alicia, era pequeña:

Tenía ella aproximadamente cuatro años, mi papá trabajaba en ese entonces en Tabasco. En una ocasión le mandó desde allá una muñequita. Ella, obviamente, estaba fascinada con su muñeca y la cargaba consigo a todas partes. Pero llegó el 15 de septiembre y quiso mamá llevarla a la plaza a ver el festival y los cohetes del día de la independencia. Pues resulta que va dejando olvidada su muñequita en el camión; cuando se percataron de eso, ya era demasiado tarde. Y haz de cuenta que a Alicia se le derrumbó el mundo: ‘¡Mi muñequita! ¡La muñeca que me regaló mi papá!’ lloraba desconsolada. Pero en fin, ya nada se podía hacer.

El fin de semana hablan por teléfono mis papás y ella le platica lo que ocurrió. Tres días después llegó a la casa un paquete procedente de Tabasco, dirigido a la niña Alicia Tárrega Guerrero. En el interior venía una muñeca exactamente igual a la que había perdido, acompañada de una carta, también dirigida a Alicia, quien pronto le pidió a mamá que se la leyera. Decía más o menos así:

‘Querida hijita: Fíjate que el día 15 en la noche andaba yo por la plaza, viendo el festival de la independencia. De pronto, sentí que alguien me jalaba del pantalón; me agaché a ver quién era y vi que era esta muñequita. Le pregunté qué quería y me pidió que la ayudara, me dijo que tenía hambre y frío y que estaba muy asustada. Me explicó que ella vivía en Reynosa con una niña muy buena que quería mucho, pero que la había llevado a la plaza a ver también el festival y entre tanta gente se había perdido. Que sin darse cuenta se había montado en un cohete y que así había venido a dar hasta acá, pero que extrañaba mucho a su niña y me pedía que la regresara con ella. Te la envío porque yo supe inmediatamente que esa niña buena eras tú.’

Todavía conserva mi mamá esa carta entre sus más amados tesoros.

¿Te das cuenta, hijita, cuánto amor pudo haberte dado tu abuelo? Ámalo por favor tú también, ámalo y nunca olvides que desde el cielo él siempre te estará cuidando.”

Grandes enseñanzas.

Ese era mi padre. Mi viejo, que literalmente y como dice la canción, creció con el siglo, pues nació en 1900 y en el otoño de su vida, a sus 60 años, “se aventó el tiro” de traerme a este mundo.

Muchas cosas me enseñó, la mayoría de ellas sin palabras, solo con su ejemplo. El valor de la honradez, de la generosidad, de la amistad, de la lealtad. De cuidar a su familia. El valor de las lágrimas, que solo una vez lo vi derramarlas y, por lo mismo, no lo olvido. Nuestra diferencia de edades no facilitó mucho la comunicación entre nosotros mientras él vivió, pero sin darme cuenta, él estaba grabando grandes enseñanzas en mi corazón. Enseñanzas que tampoco olvido.

Gracias por todo papá, y feliz día del padre, allá donde estás. Recibe un abrazo virtual, mismo que te intercambiaré por uno real el día que nos volvamos a ver.



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