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“Me pregunto si los escritores de hoy todavía leen”: Antoine Compagnon

El destacado ensayista opina que las letras francesas siguen estancadas para lo bueno y lo malo, en el poderoso modelo del siglo XIX

Su mentor, Roland Barthes, solía decir a quien quisiera escucharle que solo leía a autores muertos. No es el caso de Antoine Compagnon, aunque tampoco demuestre un entusiasmo excesivo por los escritores de su tiempo.

Antoine Compagnon.“Me pregunto si los escritores de hoy todavía leen”: Antoine Compagnon

Durante décadas, la literatura francesa marcó tendencia. Hoy su influencia parece menor. ¿Qué pueden proponer las letras francesas al resto del mundo?

“Lo mismo que en el pasado. La diferencia respecto a otras épocas es la difusión de la lengua. El francés es menos aprendido en Europa, América y Asia. La cultura francesa tuvo, hasta no hace tanto, un alcance que superaba de largo su peso económico, demográfico y político. Existía, si se quiere, una desproporción. Esa situación empezó en el siglo XVIII y duró hasta la Guerra Fría por motivos de geopolítica: el apego por nuestra cultura era una forma de evitar una excesiva hegemonía estadounidense”.

¿Se puede hablar de decadencia?

“No lo creo. La literatura francesa se ve reducida a su justa medida, pero eso no significa que tenga menor calidad. De todas formas, los grandes escritores nunca han sido muy numerosos. No hay un Proust, un Sartre o un Camus todos los días. Basta con que aparezca uno cada 50 años”.

¿Observa en nuestra época a algún “contemporáneo capital”?

“Si necesitamos a un solo ‘contemporáneo capital’ es una expresión un poco artificial. Tenemos a contemporáneos importantes. Hemos tenido dos Nobel de Literatura en poco tiempo, J. M. G. Le Clézio y Patrick Modiano, que son escritores de calidad. También a autores como Pierre Michon, Pierre Bergounioux o Marie-Hélène Lafon, miembros de una escuela naturalista y provincialista. Y luego está Emmanuel Carrère, que escribe libros de gran calidad y tiene toda una obra a sus espaldas”.

En Francia se observa un gran entusiasmo por los clásicos. Por ejemplo, uno de sus libros, Un verano con Montaigne (Paidós), logró vender más de 150,000 ejemplares en 2013.

“Existe una sed por los clásicos que no siempre ha sido satisfecha. Durante mucho tiempo fueron los propios escritores quienes cumplieron con esa función, haciendo de mediadores entre autores y lectores. Por ejemplo, escribían los prólogos de los clásicos en las ediciones de bolsillo. Esa función ha desaparecido. De hecho, podemos preguntarnos si los escritores contemporáneos todavía leen. ¿Leen a los clásicos? ¿Se leen los unos a los otros? Si me hago estas preguntas es porque no siempre veo pruebas de lo contrario”.

¿Puede uno convertirse en escritor de calidad sin leer?

“Hacerse esa pregunta ya implica responder a ella. Por ejemplo, no creo que autoras como Christine Angot o Virginie Despentes sean grandes lectoras”.

¿Lo que dice es que el escritor francés sólo habla de si mismo, como se le suele recriminar?

“La autoficción forma parte del pasado. Lo que detecto ahora es un movimiento hacia la historia. Autores como Laurent Mauvignier, Pierre Lemaitre, Jonathan Littell, Mathias Énard, Lydie Salvayre o Alice Zeniter hablan de las dos guerras mundiales, de la guerra de Indochina o la de Argelia. Se está novelando un pasado ignorado por el período anterior, retomado por escritores que no vivieron esos hechos en sus carnes”. Autores franceses de éxito, como Virginie Despentes o Édouard Louis, autor del fenómeno editorial Para acabar con Eddy Bellegueule (Salamandra), se enmarcan en algo parecido a la identity politics estadounidense

“Es verdad. Pero, durante el verano, leí el primer volumen de la trilogía Vernon Subutex, de Despentes. Y no vi esa identity politics por ningún sitio. La considero, más bien, una novela por entregas. Está muy bien hecha y es muy entretenida, pero no deja de ser un libro del siglo XIX. Lo mismo podríamos decir de Michel Houellebecq. Sus novelas se enmarcan en la larga tradición del naturalismo. Desde ese punto de vista, lo que hace no es nuevo”.

¿Quiere decir que la literatura francesa todavía no ha superado el modelo decimonónico?

“Sin duda. Para escribir como Houellebecq, Despentes o Édouard Louis, no necesitábamos ni a Proust ni a Céline”.

En su ensayo Los antimodernos (Acantilado), defendía que a lo largo de la historia francesa la política ha sido de izquierdas y la literatura de derechas.

“La literatura fue de derechas cuando el tropismo general era izquierdista. Hoy ya no es el caso, porque nadie se dirige ya hacia la izquierda. La literatura ha dejado de servir de contrapeso. En realidad, los escritores de hoy están ausentes del debate intelectual, a excepción de los ideólogos y los ensayistas. Pocos escritores de ficción toman posición respecto a los asuntos políticos”. Si el clima político incide en la producción literaria de una época, ¿qué efectos podemos esperar durante el macronismo?

“Hoy todo el mundo está muy perdido. Hemos olvidado nuestros puntos de referencia. A los escritores les pasa lo mismo. Pero la renovación literaria también está en curso, igual que la política. Temas que fueron tabú durante mucho tiempo empiezan a ser tratados por la literatura de hoy. Es una transformación que no hay que pasar por alto. Tal vez esa sea la especificidad de la literatura francesa de hoy”. 




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