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Manifiesto de lo que de verdad importa

Eider Rodríguez adivinó mucho antes de la pandemia el valor de los cuidados, el vecindario, los pequeños sentimientos y la calidez y lo plasmó con delicadeza en ‘Un corazón demasiado grande’

Leer libros anteriores a la pandemia obliga a someterlos a un escrutinio aún más exigente que el habitual. No todos aguantan el tsunami de emociones, sentimientos y razones que nos han sacudido la cabeza en estos meses pero, de vez en cuando, alguno crece y adquiere aún más valor, porque supo señalar antes que otros lo que de verdad importa. Es el caso de Un corazón demasiado grande, de Eider Rodríguez (Literatura Random House), no solo una hermosa lección de escritura de cabo a rabo, sino también un manifiesto de lo dicho: de lo único que de verdad importa.

Manifiesto de lo que de verdad importa

Eider Rodríguez (Rentería, 1977) cose la labor con tal minuciosidad e intensidad en los detalles que podemos oler la hierba recién cortada o los indicios pestilentes del abandono y la muerte; podemos desear un merengue con el que una hija intenta salvar las distancias con su madre a falta de capacidad para decirse verdades; podemos sentir el dolor de una gata pariendo a las crías no deseadas y hasta sufrir el abandono al que la somete el macho tras haberla rondado hasta descargar en ella su herencia genética; podemos sufrir por las cicatrices cotidianas de una familia quemada y gozar a la vez del hechizo del amor que se profesan; podemos prever las broncas que se avecinan al detectar los mecanismos de repetición de un matrimonio que si un día funcionó hoy está arrasado por el alcoholismo sordo y diario (de él). Todo ello desde un lugar fronterizo, Hendaya, en el que las líneas divisorias alcanzan el campo y la ciudad, España y Francia, Euskadi y el famoso Estado español. Mundos interrelacionados, unidos a veces a su pesar porque, como se ha visto en la pandemia, eres de donde vives.

Porque aquí no es el alcohol la noticia, el foco, sino esos enfados ya previstos y a la vez inevitables, esos mecanismos precisos con los que funciona la autodestrucción. Como no es el adulterio la noticia, por ejemplo, sino la sorpresa ante su descubrimiento. Como no es la presencia de un niño saharaui el tema, sino la sarta de sentimientos furtivos, de sexo anticipado o huida que genera en una pequeña familia de tres. No son los temas en sí lo importante, decimos, sino lo que suscitan, lo que tensionan, las sensaciones que agudizan, desde el ensimismamiento, la inseguridad en el propio entorno donde deberíamos ser más seguros, la soledad o el apego.

“Ahora es cuando más tenemos que arriesgar”

Pregunta. ¿Qué se proponía contar en estos relatos? ¿Qué quería retratar?

Respuesta. Puede sonar un poco tópico, pero escribo por el placer de escribir, de imaginar nuevos enfoques de la vida y de las personas, enfoques que buscan quizá lo extraño, o lo inquietante, y cómo lo anodino se entremezcla con eso. El contraste entre una persona que cocina una tortilla de patata mientras imagina que odia a su padre, por ejemplo, una imagen cotidiana que dialoga con una idea espantosa y a la vez real y fácilmente identificable. Supongo que debajo de ello subyace la necesidad de entender, pero esto ya es una cuestión psicoanalítica.



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