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Lo que nos hace humanos

Las editoriales se vuelcan en la cuestión profunda de la naturaleza humana con nuevos títulos que van más allá de la filosofía y buscan respuestas en la biología evolutiva

Con todas sus pendencias seculares, la filosofía y la ciencia comparten el objetivo central de entender el mundo y nuestra posición en él. Y en nuestros tiempos, Kant nos conduce forzosamente a Darwin, porque si toda la filosofía cabe en las cuatro preguntas del pensador prusiano —qué puedo saber, qué debo hacer, qué me cabe esperar, qué es el ser humano— y las tres primeras se pueden reducir a la cuarta, como él mismo se apresuró a señalar, el problema central de la filosofía tiene un inconfundible aroma a biología evolutiva. Llámenlo cientificismo si quieren, pero las reclamaciones a Königsberg.

“Panel de las manos”, en la cueva cántabra de El Castillo, una de las manifestaciones pictóricas más antiguas.Lo que nos hace humanos

Cuando salió en inglés la primera edición de este libro, las teorías eran sólo siete. La actual traducción española corresponde a la séptima edición en inglés. “El número de teorías consideradas asciende ahora a 13. Aprendemos aquí, por ejemplo, que Confucio no era tan optimista como se presenta a veces, ya que dejó dicho: “aunque todos los seres humanos son sabios en potencia, en realidad eso sucede raras veces. Casi todos los seres humanos existen en un estado lamentable”.

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CONFUCIO ES SÓLO EL PRINCIPIO

La obra pasa luego de forma sistemática pero incruenta, por el hinduismo upanisádico, que identificó la unidad profunda de todos los seres vivos, humanidad incluida. El budismo, que considera falso que una persona consista en un yo autónomo, inmutable y permanente; Platón, con su estructura tripartita del alma inmortal; Aristóteles, la Biblia, el islam, la Edad Media, Kant, Marx, Freud, Sartre y Darwin.

La mayor novedad es un capítulo de la filósofa Charlotte Witt sobre las teorías feministas de la naturaleza humana. Ya sabemos de los riesgos de juzgar el pasado con las gafas del presente, pero lo cierto es que todo repaso de una autora feminista a la historia del pensamiento revela a cualquier filósofo clásico cegado por sus incomprensibles prejuicios. Ahí está Rousseau considerando “demostrado que los hombres y las mujeres no son, ni deben ser, formados de manera semejante en temperamento y carácter” y defendiendo por tanto la segregación educativa. O Aristóteles con su ocurrencia de que las hembras son “machos deformes” y que las mujeres no pueden alcanzar la plena realización de sus capacidades humanas.

“Dado este bagaje histórico”, concluye Witt, “es razonable plantearse si el concepto de naturaleza humana tiene algo que ofrecerle a la teoría feminista”. Es razonable, desde luego. Al menos mientras sigamos considerando a Aristóteles la autoridad en este tema. En realidad, este pseudoproblema filosófico empezó a resolverse, ya en vida de Rousseau, por la pensadora ilustrada y pionera del feminismo Mary Wollstonecraft. En su libro de 1792 “Vindicación de los derechos de la mujer”, refutó a Rousseau y presentó sus argumentos a favor de la naturaleza racional de la mujer, pese a su deficiente educación y por la igualdad de educación y derechos políticos con los hombres. Los conservadores la empezaron a llamar “la hiena con faldas”. Su hija fue la creadora de Frankenstein, el monstruoso sueño de la razón que cumple ahora 200 años.

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EN NUESTROS TIEMPOS

Actualmente hay toda una estirpe nueva de polímatas que provienen de la ciencia, pero tal vez el decano de todos ellos sea Edward O. Wilson. Cumplió 89 años el mes pasado, pero es obvio que sigue en buena forma. Nacido en Birmingham, Alabama y referencia de la biología de Harvard durante casi toda su vida, Wilson se hizo famoso en círculos científicos en 1975, cuando publicó “Sociobiología: la nueva síntesis”, una nueva disciplina que investigaba la base genética del comportamiento humano.

Ahí se proponía por primera vez que los principios biológicos esenciales en que se fundamentan las sociedades animales son extrapolables a los humanos. Eso no gustó nada al establishment académico, menos aún en la margen izquierda del espectro científico. Pero el tiempo y sobre todo la realidad, le han dado la razón. La ideología sirve para alcanzar objetivos políticos, pero no para hacer ciencia. El mundo es como es, no como queremos que sea y cerrar los ojos a la evidencia científica es la vía más segura hacia el fracaso de nuestros mejores ideales. Sin aceptar la realidad, nunca vamos a saber cómo arreglarla.

El último libro de Wilson, publicado en español el mismo año que en inglés, se llama “Los orígenes de la creatividad humana” y pone en igualdad de condiciones a las ciencias y a las humanidades para explorar y explicar el fenómeno. El genio de Alabama argumenta que la creatividad es el único rasgo biológico que separa a nuestra especie del resto de la biología y lo aborda desde la ciencia, que se ocupa de todo lo que es posible y las humanidades, que tratan de todo lo que resulta concebible para la mente humana.

Puede que el lector esté pensando que las humanidades entonces ocupan un espacio intelectual infinitamente más amplio que las ciencias. Esto no es así. Uno de los pilares fundamentales de la física actual, la mecánica cuántica, va mucho más allá de lo que nuestra pobre mente es capaz de concebir. De hecho, es casi por deinaprehensible para la intuición humana. Sólo las matemáticas y la observación rigurosa del mundo nos han conducido ahí, pese a todo lo cual la teoría funciona mejor que cualquier otra cosa que hayamos concebido y es el fundamento de nuestro mundo de tecnología, computación y comunicaciones globales.

Desde tiempos de Copérnico, la ciencia no hace más que expulsarnos cada vez más lejos del paraíso terrenal imaginado por los chamanes antiguos. A nuestra especie le ha encantado siempre considerarse el núcleo puntual de la creación, pero hoy sabemos que ni la Tierra está en el centro del sistema solar, ni este está en el centro de la Vía Láctea, ni la Vía Láctea es nada más que una vulgar galaxia entre la infinidad de las que vagan por el cosmos. Ni siquiera el cosmos parece ser único, sino tan sólo una versión posible de un multiverso tal vez infinito. Todo esto no sólo hace volar la cabeza, sino que constituye una indudable humillación para nuestra trascendencia ya cósmica o metafísica.

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LA IMPROBABILIDAD  DE LA EVOLUCIÓN

Pero siempre queda una justificación y a menudo consiste en percibir la improbabilidad de que hayamos evolucionado. Es la vía que ha elegido la anatomista y antropóloga británica Alice Roberts en “La increíble improbabilidad del ser”. El libro de Roberts está organizado como un recorrido por el cuerpo humano que a la vez es un viaje en el tiempo, pues cada parte de nuestro cuerpo tiene un origen evolutivo o en realidad varios, en acumulación uno detrás de otro hasta generar un resultado de exquisita improbabilidad. El origen del cráneo y de los sentidos; la forma en que un grupo de arcos branquiales se transformó en la laringe y las articulaciones maxilares que hoy nos permiten hablar; la organización segmentada del cuerpo  y nuestra relación profunda con las moscas y demás insectos y artrópodos; el pulmón y el corazón, el tubo digestivo, los genitales, las extremidades y todo lo demás.

“Da igual lo bien adaptado que estés si te cae un meteorito encima”, escribe Roberts al referirse al asteroide Chicxulub que cayó hace 66 millones de años sobre la península del Yucatán y causó la extinción de los dinosaurios, dejando de paso la vía libre para la diversificación de los hasta entonces marginales mamíferos primitivos.

En todo caso, sólo conocemos una historia de la vida en el universo, la de la Tierra y en esas condiciones no hay manera de calcular la probabilidad de que haya ocurrido. Sólo el tiempo dirá si la vida es un suceso probable o si se trata casi de un milagro. Hasta aquí el pasado.

Del futuro se ocupa el físico del MIT (Massachusetts Institute of Technology) Max Tegmark en “Vida 3.0. Ser humano en la era de la inteligencia artificial”. Cualquiera que haya leído un periódico en los últimos años se habrá preguntado por las implicaciones, tanto económicas, sociales y filosóficas del acelerado avance de la inteligencia artificial, un conjunto de sistemas destinados no a sustituir a las personas en sus ámbitos intelectuales, sino a superarlas.

Cualquiera de estos librosque aquí se mencionan, puede ser el último que escriba un humano. Por favor léalos. 

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“No seas neandertal y otras historias sobre laa evolución humana”.

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“Vida 3.0. Ser humano en la era de la inteligencia artificial”.

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“Trece teorías de la naturaleza humana”.

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“La increíble improbabilidad del ser”.




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