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Las claves del éxito de la fórmula de Putin

El régimen diseñado en torno al presidente ruso, Vladímir Putin, está pensado para sobrevivir al líder. El Kremlin construye y actualiza una narrativa épica al margen de la realidad económica y social

Veinte años lleva en el poder Vladímir Putin y esa larga permanencia permite hablar de putinismo para designar un sistema presidencialista, cuya práctica entronca con la autocracia. El término surgió en la oposición y su uso coloquial, al modo de gaullismo, thatcherismo o estalinismo, ha sido elevado a nueva categoría por Vladislav Surkov. Este asesor presidencial conocido por sus alambicados artículos filosófico-políticos decidió dar relieve al concepto con una narrativa idealizada al margen de las realidades actuales, más prosaicas. Según Surkov, se trata de una “ideología del futuro”, de un sistema político fabricado en Rusia y apto para la exportación, pues en el mundo existe una demanda del putinismo en su conjunto y de sus componentes por separado. En la filosofía de sus seguidores, Putin es el fundador de la Rusia actual tras el periodo de bandazos desorientados de Borís Yeltsin.

Vladímir Putin (segundo por la derecha) contempla el lanzamiento de un misil durante unos ejercicios militares en el mar de Barents, junto al Ártico, en 2005.Las claves del éxito de la fórmula de Putin

El putinismo es un fenómeno con códigos del mundo delictivo* Eggert, periodista ?

Desde que tienen uso de razón, los casi 31 millones de rusos menores de 25 años contabilizados el pasado enero (entre 146,8 millones de habitantes) no han conocido a otro líder distinto de Putin, si se acepta que era él quien dirigía el Estado como primer ministro mientras Dmitri Medvédev lo sustituyó como presidente (2008-2012).

Vladímir Putin (67 años) llegó a la presidencia el 31 de diciembre de 1999. De no cambiar la Constitución, su actual mandato concluye en 2024 y será el último. Por eso, sus allegados buscan el modo de cruzar el puente generacional y prolongar la vida de este sistema que ha encontrado su misión en recuperar para Rusia el rango de superpotencia que tuvo la URSS y restablecer en lo posible el control sobre los territorios que formaron aquel imperio. Putin ha insistido en que considera a los rusos, los ucranios y los bielorrusos como un solo pueblo y, para desmayo de sus vecinos, en Crimea y el este de Ucrania, dejó ya de percibir las fronteras internacionales que dividen a ese pueblo del que se ha erigido en defensor.

La élite rusa entiende la misión restauradora a su manera, pues, a diferencia de la élite de la URSS, carece de una ideología social afirmativa de carácter global, rezuma orgullo nacional herido, no admite las propias responsabilidades y se ha sentido humillada por Occidente en los noventa.Formalmente, Rusia es una democracia con separación de poderes. En realidad, constituye “un régimen político autoritario, con un capitalismo de Estado del que se benefician una élite política que reúne propiedad y poder”, según Andréi Kalésnikov, analista del centro Carnegie de Moscú.

“El putinismo no es una ideología, sino un fenómeno marcado por el resentimiento, el predominio del Estado sobre la persona y por códigos de comportamiento del mundo delictivo”, afirma el veterano periodista Konstantín Eggert. Para Svetlana Gánnushkina, directora de la organización humanitaria Ayuda Cívica, el sistema se caracteriza por la inmoralidad, la falta de principios y de coherencia, así como por la subordinación total al criterio de conveniencia en provecho de quienes administran el Estado.

“Las autoridades crean una atmósfera de miedo porque les parece que eso las defiende de las protestas y ese miedo que tratan de infundir es consecuencia del miedo que ellas mismas sienten ante la sociedad, frente a la que toman medidas preventivas para mantener el statu quo”, sentencia Gán­nushkina.

En la gestión del Estado, Putin proyecta, tal vez de forma hipertrofiada, su experiencia vital, como agente de los servicios de seguridad y también como ducho maestro en artes marciales orientales. El presidente es desconfiado, está siempre en guardia frente a lo que no controla, aprovecha los errores de los demás y no admite los propios. Su capacidad de desafío al interlocutor se refleja sobre todo en su capacidad para mezclar mentiras, verdades y sobreentendidos, procurando siempre no quedarse acorralado.

Rusia es hoy un Estado de instituciones débiles, con una estructura piramidal y patriarcal en cuyo vértice está el jefe y donde una súplica personal (a integrantes de la llamada “vertical del poder”) suele ser más efectiva que una exigencia legal (canalizada en las instituciones formalmente pertinentes). Las leyes promulgadas por el Parlamento contienen conceptos elásticos que pueden ser interpretados a discreción en contra de quienes protestan o se oponen al régimen. Se utilizan, pero sobre todo se pueden utilizar, para castigar, disuadir, impedir el acceso a elecciones, para acusar de extremismo o para convertir infracciones administrativas reiteradas en delitos penales. Este es un sistema donde los jueces se negaron a examinar pruebas concluyentes de inocencia en los procesos a quienes protestaron el pasado verano contra las irregularidades en las elecciones al Parlamento de Moscú. Por aquellas protestas han sido condenadas un total de 33 personas, entre ellas 15 a penas de cárcel.

En el sistema presidido por Putin, los cuerpos militares, policiales y de seguridad tienen un lugar privilegiado. Una y otra vez la idea de seguridad, acuñada en las tradiciones históricas de “fortaleza acosada”, se impone a las necesidades de apertura o de inmigración de la economía. En Rusia, en el dilema entre la seguridad y el desarrollo económico vence normalmente la seguridad y, por lo tanto, el país está mejor preparado para la guerra y para situaciones extremas que otros europeos, afirma Eduard Ponarin, director del laboratorio de Investigación Social Comparada de la Escuela Superior de Economía.



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