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Las canciones despiertan la vocación de escribir

La deuda de la literatura con la música se palpa en figuras como Sergio Ramírez con los boleros, Wendy Guerra con los sones o María Fernanda Ampuero con Mocedades

No solo las primeras lecturas o los cuentos de los abuelos han sido inspiradores para la literatura. Cada vez más escritores reivindican la música como su dios tutelar. Muchos confiesan que la vocación les llegó en la infancia no a través de otros libros, sino de canciones con letras que depositaban en su memoria historias y sentimientos a veces todavía ajenos y difíciles de entender para un niño. La deuda de la literatura con la música como despertador del deseo de escribir la reconocen nombres como Sergio Ramírez con los boleros, Wendy Guerra con los sones, Lorena Salazar Masso con Nina Simone, Miguel Ángel Oeste con los Beatles, María Fernanda Ampuero con las baladas de los setenta y ochenta o Summer Pierre con Suzanne Vega.

Mocedades, durante la interpretación de ‘Eres tú’ en la edición de 1973 del festival Eurovisión.Las canciones despiertan la vocación de escribir

De ritmos más jacarandosos procede la cubana Wendy Guerra. Se recuerda muy pequeña en el parque Martí en Cienfuegos cuando sale a cantar Barbarito Díez acompañado por la orquesta de Antonio María Romeu: “De pie, tieso y con una emoción contenida. Lo que escuché esa noche, letra y melodía, modificó mi modo de entender las cosas”. Era La cleptómana, letra y música de Agustín Acosta y Miguel Luna, que “narra cómo una misteriosa mujer se lo robaba todo en un comercio antiguo, y describe, además, el lugar y el modo en que lo hacía con un enigma y sofisticación poco comunes en la música popular cubana, esa que lo cuenta todo y no se guarda nada”. Luego vendrían la vieja trova, la voz de María Teresa Vera y Compay Primero Lorenzo Herrezuelo. Canciones anónimas como El colibrí la llevaron “por un viaje de historias ocultas que necesitaba despertar y recomponer”, y donde aún asegura que continúa.

A la ecuatoriana María Fernanda Ampuero, una de las revelaciones del nuevo cuento latinoamericano con Pelea de gallos y Sacrificios humanos (Páginas de Espuma), le resultaba imposible no escuchar la balada española y la música popular latinoamericana: “Sonaba en mi casa y en los trayectos de más de diez horas desde Guayaquil hasta Quito. Mi padre era un melómano absoluto, tenía cajas de discos y casetes que él mismo grababa”. Canciones que incluían desde Mocedades y Julio Iglesias hasta Emmanuel o Ana Gabriel y artistas de los años 80. “Todo ese champú de canciones trágicas, luego los pasillos de mi abuela y más adelante mis propias elecciones con grupos como Mecano, donde cada canción es una historia, son parte de mi educación literaria”, reconoce Ampuero.

Ya lo dijo Darío Jaramillo en 2008, en Poesía en la música popular latinoamericana: un cancionero (Pre-Textos): “Esas canciones modelaron la forma de sentir y la forma de decir el amor en varias generaciones de latinoamericanos. En estas canciones hay una poesía que es distinta de la poesía para leer en silencio. Con una estética y una retórica diferentes”. Porque “hay una poesía para ver y hay una poesía para oír”, escribe el poeta, ensayista y narrador colombiano.

“Cuando escuchaba a Nina Simone cantar pensaba en que quería escribir como ella cantaba. Por la fuerza que tiene a la hora de cantar y porque sus canciones las entendía como poemas”, revela la colombiana Lorena Salazar Masso (29 años), que ha debutado en la novela con Esta herida llena de peces (Tránsito).

Algo parecido vivió el malagueño Miguel Ángel Oeste (48 años), cuya novela Arena (Tusquets) abre con una cita de Los Planetas: “Si está bien, si es tan fácil, ¿por qué duele así por dentro?”. A los 10 años llegó la música a su vida. Una forma de experimentar como propios los sentimientos y emociones que describían las canciones: “Me fascinaba esa capacidad casi infinita de una buena canción pop de sumergirnos en otras realidades y sensaciones. 



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