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Laboriosas hormigas

El experto en biología evolutiva Edward O. Wilson aborda en ‘Génesis’, a través del conocimiento de los insectos, el origen de las sociedades como el resultado de la determinación genética y de la selección natural

Desde que Darwin publicara El origen de las especies, no han cesado las discusiones científicas sobre la evolución de la vida en nuestro planeta, y aun en el universo. La selección natural que preconizó chocó en su tiempo con las convicciones e ideas creacionistas. Superado el conflicto religioso que suponía reconocer que la humanidad procede del mono y no de un soplo divino, hoy las investigaciones se centran en saber hasta qué punto nuestro comportamiento social se inscribe también en esa selección natural de cambios aleatorios, que nos lleva a construir comunidades según patrones de comportamiento y organización parecidos al de otras especies como, por ejemplo, las hormigas. Desde un punto de vista filosófico la pregunta es en qué medida el factor genético y la influencia ambiental condicionan nuestra conducta social en cuestiones tan delicadas y cruciales como la división del trabajo o la violencia grupal, o si es fruto del ejercicio del libre albedrío.

Vista aérea de un cruce peatonal.Laboriosas hormigas

La visión de Wilson es compartida por el famoso profesor israelí Yuval Noah Harari, que en su bestseller mundial Sapiens reconoce que la conducta de los animales sociales está determinada en gran parte por los genes y se ve influida por factores ambientales y peculiaridades de cada individuo. Pero matiza que el Homo sapiens, tras la revolución cognitiva, mudó rápidamente de comportamientos y los transmitió a ulteriores generaciones sin necesidad de cambios genéticos o ambientales. Esta matización tan trascendente respecto a la importancia de la selección natural es también asumida, aunque con menor entusiasmo, por Wilson, que considera que la última de las grandes transiciones de la evolución es el origen del lenguaje. De modo que el ser humano “es alguien programado para formar sociedades organizadas mediante una mezcla compleja de lenguaje, instinto y experiencia social”. En definitiva, como ya sentenció Aristóteles, el hombre es un animal que habla, y que además lo hace articuladamente.

Siendo una obra de divulgación, la prosa de Génesis hubiera merecido una traducción más afinada y de más fácil comprensión para el común de los lectores. He conocido también quejas de quienes encuentran el original inglés demasiado prolijo en términos científicos muy poco conocidos para el vulgo. Los profanos en la materia, como yo mismo, nos vemos por eso obligados a una lectura pausada y en ocasiones convenientemente reiterada para mejor comprensión de la misma. Pero su argumento es tan fascinante como debatido. Sobresale en él la descripción del gen del altruismo, responsable de la generosidad y la cooperación social. Y lo que finalmente pretende Wilson es nada menos que contestar una interrogante que divide a los más sabios desde el comienzo de la humanidad: ¿qué fue exactamente lo que reemplazó a los dioses? La solución, en el próximo capítulo.



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