buscar noticiasbuscar noticias

La vida secreta de la canción de amor

Nick Cave recoge todas sus letras en un volumen que se publica este mes. En él se incluye este ensayo, que publicamos extractado, sobre la relación entre música, pérdida y sentimiento

Chica del oeste

El cantante australiano Nick Cave, en una imagen de 1988 ( Photo by John Stoddart Popperfoto (Getty Images)La vida secreta de la canción de amor

Su gran corazón a todos nos hospeda Allí se implora, perdona y aconseja

Su despejada frente, los labios besados Su muñeca enguantada de huesos Que he sostenido en mi mano

Sus afrodisíacos y afeites

El cuerpo divino y su vía crucis Que recorrí, sus palpitaciones Su bebé nonato que llora “mami”. Entre los despojos de su cuerpo

Sus ojos-párpados adorables que sorbí Sus uñas rosas rotas

Su acento “arrastrado” según dicen Que yo escuché, que se vertió

En mi corazón y me rebosó De amor, y me mató

Pero me rehízo

Con algo a lo que aspirar

¿Se puede pedir más?

Una chica del oeste con su gato gordo Que mira sus ojos verdes

Y maúlla, “Te quiere”, y maúlla otra vez

Esto que acaban de leer es una canción llamada West Country Girl. Es una Canción de Amor.

Arrancó, en su más tierna inocencia, como un poema, escrito en Australia, donde siempre brilla el sol. Lo escribí con el corazón abriéndose paso entre mis fauces, consignando, a modo de inventario, el inconmensurable repertorio de matices físicos que me atrajo de una persona en particular… Chica del oeste. Me ayudó a esbozar mis propios criterios estéticos sobre la belleza, mi particular verdad sobre la belleza; pese a cuán oblicua, cruel y empobrecida pudiera antojarse. Una lista de cosas que amaba, y, en verdad, un desacomplejado ejercicio de adulación, urdido para conquistarla. Y, a decir verdad, funcionó y no funcionó. Pero la magia peculiar de la Canción de Amor es que perdura hasta donde el objeto de la canción no alcanza. Se adhiere a ti y te acompaña en el tiempo. Pero hace más que eso, porque, así como es tarea nuestra avanzar, desechar nuestro pasado, para cambiar y crecer —en resumen, para perdonarnos a nosotros mismos y al prójimo—, la Canción de Amor atesora en sus entrañas una inteligencia misteriosa que le es propia; y le permite reinventar el pasado y ponerlo a los pies del presente.

West Country Girl vino a mí con inocencia y a pleno sol, como un poema sobre una joven. Pero ha conseguido lo que toda canción de amor que se precie debe hacer para sobrevivir, ha reclamado su derecho a existir con identidad propia. La he visto crecer y mutar con el tiempo. Se presenta ahora como una advertencia con moraleja, una receta con los ingredientes para una pócima de brujas, se lee como la autopsia de un forense, o un mensaje estampado en un letrero de caballete colgante a hombros de un tipo con los ojos desorbitados anunciando: “El ?n del mundo está a vuestro alcance”. Una voz ronca que en la oscuridad croa: “Cuidado…, tengan cuidado…, tengan cuidado”.

La gente no mola

La gente no mola

Hay poco más que decir

Se ve donde quiera que mires La gente no mola

Nos casamos bajo los cerezos Bajo las ?ores nos prometimos Y nos llovieron ?ores a mares Por las calles y los parques

El sol se vertía en las sábanas Despiertos por el pájaro de la mañana Comprábamos los diarios del domingo Sin leer una palabra

La gente no mola La gente no mola La gente no mola

Las estaciones van y vienen

El invierno desnudó las ramas

Y otros árboles bordean las calles Sacudiendo sus puños al aire

El invierno nos sacudió como un puño Y los vientos azotaron las ventanas Ella corrió los visillos

Hechos de sus velos nupciales La gente no mola

La gente no mola La gente no mola

A nuestro amor manda doce lirios blancos A nuestro amor manda un ataúd de madera

Que nuestro amor las palomas de ojo rosa arrullen:

“La gente no mola”

A nuestro amor devuelve todas las cartas

A nuestro amor manda una ofrenda de sangre Que nuestro amor lloren los amantes dolidos Lloren la gente no mola

No es que sean malos con ganas

Hasta pueden consolarte, y lo intentan Te atienden si tu salud se resiente

Te entierran si vas y te mueres No es que sean malos adrede

Si pudieran te harían compañía Pero, nena, todo eso son boludeces

La gente no mola La gente no mola La gente no mola La gente no mola La gente no mola

En retrospectiva, podría alegarse que, a lo largo de estos últimos 20 años, se ha mantenido cierta coherencia en mi discurso. En medio de la locura y el caos, parecería como si hubiera estado aporreando un solo tambor. Puedo constatar, sin ruborizarme, cómo mi vida artística se ha centrado en el afán por articular la crónica de una sensación de pérdida casi palpable que, para colmo, parecía reclamar mi propia vida. La inesperada muerte de mi padre iba a dejar un gran vacío en mi mundo cuando apenas contaba 19 años. Lo único que fui capaz de urdir para llenar este agujero, este vacío, fue ponerme a escribir. Mi padre, profesor de literatura, me adiestró a tal efecto como si con ello pretendiera ya prepararme para su marcha. La escritura fue el salvoconducto para acceder a mi imaginación, a la inspiración y, en última instancia, a Dios. Descubrí que a través del uso del lenguaje estaba dirigiéndome a un Dios de carne y hueso. El lenguaje se convirtió en el manto que arrojé sobre el hombre invisible, lo que le con?rió forma y fondo. La transubstanciación de Dios a través de la Canción de Amor sigue siendo mi principal motivación como artista. Caí en la cuenta de que el lenguaje se había convertido en el mejor bálsamo para aliviar el trauma sufrido con la muerte de mi padre.



DEJA TU COMENTARIO
PUBLICIDAD

PUBLICIDAD