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La risa vale la pena

Los límites del humor son uno mismo, y cada uno estrecha el panorama a su antojo

Me llega un libro llamado Reír es la única salida, de Andreu Buenafuente, me siento a leerlo y, lo que aparenta ser un diario de las reflexiones de un presentador de programa de humor empieza, a medida que avanzo en sus páginas, a convertirse en una disección de la frase que le da título. Al cerrarlo viene a mi cabeza algo que me contó una vez Arturo González-Campos. 

Dibujo de Groucho Marx.La risa vale la pena

-Me podrié quitar la vida, pero hay algo que jamás podréis quitarme…

-¿Ah, no? ¿El qué? -preguntó intrigado un fusilero.

-El miedo que tengo ahora mismo. 

Me importa muy poco si ocurrió o no así, la anécdota me ha servido, desde que la conozco, para explicar un tipo de persona del que me siento socio, aquel para el que la risa lo puede todo. Puedo perfectamente imaginar a Don Pedro mientras le llevaban al cadalso pensando en cuales serían sus últimas palabras y, de repente, sintiendo el fogonazo del chiste en su cabeza. ¿Debería decir algo profundo antes de morir? ¿Recordar, quizá, a sus familiares y amigos? ¿Jalear la causa por la que luchaba y por la que estaba a punto de dar la vida?… Probablemente, ¡pero el chiste era tan bueno!

No pienso desgastarme explicando esto con aquellos que no entienden el poder de la risa, porque el humor, como la fe, es un intangible que se valora o no de manera personal, y porque, como dijo Julio César, no me fío de la gente que no ríe, no son gente seria y lo malo del sentido del humor es que cada uno tiene el suyo y cada uno piensa que es el bueno, nadie ve feo a su hijo, nadie ve que sus chistes no tienen gracia, todos ven que no la tienen los que no piensan como ellos. Demasiadas coincidencias como para no llegar a la conclusión de que los límites del humor son uno mismo y cada uno estrecha el panorama a su antojo. Andreu, Don Pedro y yo, creo, compartimos la misma idea: la risa vale la pena, la pena sólo se vence con ella.

Andreu se ha definido algunas veces como un yonki de la risa y, en las ocasiones en las que hemos coincidido, siempre me ha parecido que ese era precisamente nuestro nexo de unión. Dos personas que, por diferentes motivos, hemos lamido el sabor a cobre de la pena y que, haciendo honor a Groucho Marx, precisamente por eso somos capaces de reconocer el humor sano, el que cura, el que no nace de la mala baba ni de la rebaja del otro, el que, en la mayoría de los casos, surge del ridículo de nosotros mismos que sentimos y se comparte con gente que, como tú, es capaz de darse cuenta de que todo, especialmente nuestro ego, es tan imbécil que sólo merece mirarlo al espejo y pintarle de rojo la nariz.

Llamé a Arturo González-Campos antes de escribir este artículo y estuvimos hablando un buen rato sobre Reír es la única salida. Él sabe mucho más que yo de comedia, y de la vida, en general. Y me dio el siguiente símil. El libro de Andreu es el diario de un cochino trufero hurgando en el barro para encontrar la medicina del reír entre barros, espinas y heces de odio en redes y defensa de ideales. El libro de Andreu me ha reconciliado con ese idiota que soy, me ha sacado de esa extraña necesidad que tenemos de tener razón en todo y enfadarnos con quienes no nos la dan, al final, cuando quitas todos los impactos, las ideas, los colores y los focos queda esa sombra que es la vida y que eres tú, el idiota que la vive y ya nos lo chivaba Shakespeare: «La vida es una sombra... Una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que no significa nada».

Gracias por el libro, gracias por las risas. Samanté, Andreu.



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