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La poeta Amanda Gorman, en la toma de investidura de Joe Biden el pasado 20 de enero

Exigir, como en Holanda, que a una poeta negra solo la pueda traducir otra negra es el síntoma de una nueva y letal censura

Todo empieza con el impacto que causa la presencia poderosa de una joven al recitar el poema que ha escrito para la investidura de Joe Biden en Washington. En la voz de Amanda Gorman, segura y elocuente, los versos de La colina que ascendemos se elevan sobre la fría mañana de enero para anunciar el término de una época —”una sombra sin fin”— y el inicio de un “nuevo amanecer”. Su abrigo amarillo de Prada la ilumina como una antorcha. El entusiasmo que despierta se extiende más allá de Estados Unidos. Apenas dos meses después de su actuación, ya se ha firmado la traducción de La colina que ascendemos a 17 idiomas.

El reto imposible de traducir a Amanda Gorman si eres blanca.La poeta Amanda Gorman, en la toma de investidura de Joe Biden el pasado 20 de enero

 El detonante fue un artículo escrito por Janice Deul, una periodista y activista holandesa. Deul, que es negra, tachaba de “incomprensible”  que no se hubiera elegido a una traductora que, como Amanda Gorman, fuese “una artista de spoken word, joven y orgullosamente negra”. Marieke Lucas Rijneveld, que el año pasado ganó el Premio International Booker con su primera novela, es blanca.

Tras la renuncia de Rijneveld, la editorial holandesa Meulenhoff publicó una declaración: “Vamos a emprender un camino distinto teniendo en cuenta las opiniones recibidas. Buscaremos un equipo (sic) con el que trabajar para transmitir lo mejor posible las palabras de Amanda y su mensaje de esperanza e inspiración, así como su espíritu”. ¿Fin de la historia? No.

La elección de Rijneveld había sido aprobada por Amanda Gorman, como mi elección y las de los otros 15 traductores. ¿Qué autoridad artística tenía Deul para cuestionar el criterio de Gorman? Ninguna: no había leído ni un solo verso de la traducción de Rijneveld. Deul se había investido del nuevo y temible poder de las redes sociales. Ella era el rostro visible de ese corifeo anónimo que, bajo la bandera del “derecho moral”, afianza su supremacía censora cada día que pasa. Para Deul la calidad de la traducción era lo de menos, lo que importaba era la identidad de la traductora: el color de su piel, su edad, su militancia.

Lo sucedido no es irrelevante. Apunta, más allá de la traducción, a la esencia misma de la creación: la imaginación.

Según las críticas realizadas por Deul, a las que me referiré a partir de ahora como la lógica Deul, los blancos solo podrían traducir a blancos, las mujeres a mujeres, los trans a trans… Y así hasta el infinito: solo los mexicanos podrían cantar rancheras, solo los japoneses podrían escribir haikus, etcétera. Y, por supuesto, olvídate de traducir a Proust si no eres homosexual y no has probado una magdalena.

Deul no habla de traducción, sino de política. 

Confunde el “derecho moral” con la calidad literaria. Ignora que la imaginación es lo que hace posibles la traducción y el arte, en general. La lógica Deul visibiliza a la traductora, cuando la esencia de una traductora es ser invisible. Su voz abraza todas las voces. Para poder ser todos, ha de disolverse y renacer. Salir de sí para entrar en otros. 

Al contrario de otras disciplinas en las cuales el artista busca tener una voz, un sello, ser Alguien, en la traducción la excelencia es ser Nadie. Se trata de no ser siendo.

Escribe Gorman en La colina que ascendemos: “No cambiarán nuestro rumbo / ni nos detendrán con intimidaciones”.

¿Y si Marieke Lucas Rijneveld se retiró porque no quiso ser la víctima de un escándalo al que era ajena y que probablemente afectaría a la acogida de su propia obra como escritora? ¿Y si la editorial cedió porque temió que su imagen y por tanto sus ventas cayeran en picado?

Deul ha triunfado. El triunfo de Deul es catastrófico. Es la victoria del discurso identitario frente a la libertad creadora, de lo dado frente a la imaginación. 

Del orgullo de ser quien eres se ha pasado al imperativo, sujeto a penalización, de no ser otro que quien eres: nuestra piel convertida en camisa de fuerza. Pero el arte es híbrido, omnívoro, inapresable. Extirpar la imaginación de la traducción es someter el oficio a una lobotomía que hace imposible su ejercicio.

No sabemos aún si la lógica Deul tendrá un efecto expansivo, si afectará a los otros traductores contratados para volcar en su lengua el poema de Amanda Gorman. Pero sí sabemos algo: lo sucedido no es una anécdota. Es el síntoma de una nueva censura, letal para la traducción, para el arte, para la vida.



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