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‘La poesía no está al servicio del optimismo’

El escritor y poeta mexicano David Huerta habla de su oficio y su amor por las palabras

En un sofá mullido y con la tela rota en uno de los brazos —como una profunda herida—, se sienta David Huerta (Ciudad de México, 1949) rodeado de Neruda, Proust, Borges y Shakespeare. Todo en este salón pequeño y oscuro está lleno de libros. Colocados con delicadeza en los estantes, amontonados en las mesas y los sillones, entorpeciendo el paso en el suelo, arrinconados en las esquinas o almacenados en cajas para ser regalados. Centenares de tomos que han acompañado al poeta que recibirá en noviembre el premio de Literatura en Lenguas Romances del Festival Internacional del Libro de Guadalajara. El galardón, uno de los más prestigiosos y dotado de 150 mil dólares, recayó por segundo año consecutivo en las manos de un poeta tras el reconocimiento a la uruguaya Ida Vitale. Huerta es hijo del reconocido escritor y periodista Efraín Huerta. Admite que en algún momento le pesó la figura paterna, pero que muy pronto aprendió a “hacer la paz” con él y seguir su propio camino literario.

El poeta mexicano David Huerta, en su casa en la Ciudad de México.‘La poesía no está al servicio del optimismo’

“La poesía está al servicio de la inteligencia, la razón, de las posibilidades de que conozcamos nuestras propias mentes”. David Huerta, premio de Literatura de la FIL de guadalajara

En un sofá mullido y con la tela rota en uno de los brazos —como una profunda herida—, se sienta David Huerta (Ciudad de México, 1949) rodeado de Neruda, Proust, Borges y Shakespeare. Todo en este salón pequeño y oscuro está lleno de libros. Colocados con delicadeza en los estantes, amontonados en las mesas y los sillones, entorpeciendo el paso en el suelo, arrinconados en las esquinas o almacenados en cajas para ser regalados. Centenares de tomos que han acompañado al poeta que recibirá en noviembre el premio de Literatura en Lenguas Romances del Festival Internacional del Libro de Guadalajara. El galardón, uno de los más prestigiosos y dotado de 150 mil dólares, recayó por segundo año consecutivo en las manos de un poeta tras el reconocimiento a la uruguaya Ida Vitale. Huerta es hijo del reconocido escritor y periodista Efraín Huerta. Admite que en algún momento le pesó la figura paterna, pero que muy pronto aprendió a “hacer la paz” con él y seguir su propio camino literario.

¿Cómo ve la vida a los 70 años?

“Si la vida es algo que se mira, es un espectáculo al mismo tiempo fascinante y lleno de motivos de angustia. No por la propia muerte, porque en eso he pensado durante largo tiempo. La vida en general la miro con mucho desconcierto, con mucha fascinación, con mucha desesperación, sobre todo la vida mexicana. Pero no parece ser mejor la vida en el resto del mundo. En Noruega, en Suecia, en Rusia, en África, en Asia pasan cosas espantosas”.

¿Hay razones para el optimismo?

“Hay razones por las cuales la vida vale la pena ser vivida. Esta conversación que tenemos, poder vernos a los ojos, mis estudiantes, mi mujer, mis amigos, mis parientes”.

¿Cómo se inserta ese optimismo en la poesía?

“No creo que la poesía esté al servicio del optimismo. La poesía está al servicio de la inteligencia, la razón, de las posibilidades de que conozcamos nuestras propias mentes. No creo en los motivos del poeta como un individuo irracional y tocado por fuerzas sobrenaturales, aunque desde luego que la inspiración existe; yo la he experimentado en una escala modesta”.

¿Cómo se manifiesta esa inspiración?

“Siempre después de mucho trabajo y con una lucidez muy grade frente a las palabras, que de repente aparecen en un orden fantástico en la cabeza y es entonces cuando uno puede trasladarlas al papel. Entonces la poesía tiene que ver con la pasión y con algo que me parece fundamental, que es explorar las posibilidades del lenguaje”.

En su célebre poema Incurable usted lo llama “el almacén de las palabras”.

“Es exacto. Y todos lo traemos adentro, todos traemos un diccionario integrado. Puede que no conozcamos el significado exacto de la palabra heliotropo, pero sabemos que tiene que ver con el mundo vegetal. O de la palabra catecolamina, que refiere a las sustancias del cuerpo”.

¿Cómo se logra alcanzar esa perfección?

R. No sé si hay perfección. La poesía es fruto del trabajo, de la dedicación. Hay que leer mucho, hay que reflexionar, hay que mantener una conversación constante con la tradición, con los demás poetas.

P. ¿Cuántas horas de trabajo le lleva eso?

R. En mi caso la poesía es una forma de vivir. Hay un escritor que produce cierta impaciencia que se llama Mario Vargas Llosa, que dice que se levanta, desayuna y escribe de nueve a doce, tiene un horario fijo para escribir. Una cosa rarísima. Yo trato de escribir todos los días. A veces escribo sin escribir porque estoy pensado y se me ocurren cosas que luego llevo al papel. Escribo de una manera muy asimétrica y trato de vivir pendiente del lenguaje. Ese es mi trabajo y me sale de una manera muy natural porque soy muy curioso.

¿Hay palabras que atesore?

“Sí. La maravilla es que son mías, pero todo el mundo las conoce, como la palabra sándalo. Es muy hermosa, además de que el sándalo huele muy bien y es una madera preciosa. Y al margen de eso es un trisílabo esdrújulo que suena muy bien. Para mí es una palabra que es un poema en sí mismo”.

El trabajo de un poeta es tomar el lenguaje oral, popular y convertirlo en algo bello

“En algo que es digno de conservarse, pero puede ser también emocionante. Por ejemplo, los poemas de mi padre, Efraín Huerta. Para cierto tipo de lectores no son hermosos: “La del piernón bruto me rebasó por la derecha”. La gente lo lee y dice “ay, qué feo, eso no es poesía”. Y el poema es el elogio de una ladrona en un camión [autobús], una mujer muy robusta que anda robando carteras. ¡Es un tema fantástico que él lo plantea de esa manera! A mí me parece un acierto”.



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