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La llama eterna de la vieja guardia

Los veteranos Bob Dylan, Neil Young, Van Morrison y Willie Nelson simbolizan una filosofía vital y artística con su actividad imparable de discos y conciertos en los últimos años

Sus caras podrían formar parte del monte Rushmore de la música popular, pero están muy lejos de ser unas figuras de granito.

La llama eterna de la vieja guardia

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IMPARABLES

Los cuatro superan los 70 años —Young y Morrison tienen 72, Dylan 77 y Nelson 85—, pero los cuatro llevan años de una actividad incombustible, sacando al menos un disco por año y girando sin parar por medio mundo. Basta con echar un vistazo a este 2018, donde han coincidido los nuevos álbumes de Van Morrison —“You’re driving me crazy—, Neil Young —“Paradox”— y Willie Nelson —“Last man standing”—, mientras nadie descarta que el imprevisible Dylan saque el suyo antes de que llegue 2019.

Sería otro año más donde estos cuatro monumentales creadores publican nuevas obras, mientras mantienen su pulso con el directo en conciertos de una calidad más que notable, como se ha podido comprobar en las giras de Dylan, Morrison y Young.

En estos tiempos de memoria líquida, donde el ayer queda sepultado cada día con la urgente necesidad del presente, conviene fijarse bien en el empuje de estos ancianos: Morrison ha sacado en apenas un año tres deliciosos trabajos: “Roll with the punches”, “Versatile” y “You’re driving me crazy”. Young cuatro ingobernables en dos años: “Earth”, “Peace trail”, “The visitor” y “Paradox. Nelson va a uno por año desde 2012 con incuestionable elegancia, incluso arrimándose al jazz vocal: “Summertime”, “Willie Nelson sings gershwin” y Dylan llegó a editar un triple álbum de colofón a su productiva etapa de estándares del cancionero clásico estadounidense que comenzó en 2015. Todo ello sin sumar los bootlegs —discos de archivo— que tanto Dylan como Young publican periódicamente.

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TITANES DE LA CANCIÓN

Podría haber una razón comercial en esta actividad, pero sería simplificar demasiado a estos monstruos musicales. No se mueven por la lógica de estos tiempos. Todos tienen más de 40 discos de estudio publicados. Casi se podría decir que salen a un álbum grabado por año de carrera. Componen y cantan movidos por una especie de imperativo categórico. Esa energía interior para escribir de la que hablaba el recientemente fallecido Philip Roth en conversación con David Remnick, director del New Yorker: “no se a dónde voy con esto, pero no puedo parar. Es así de sencillo”. No poder parar es algo a lo que se refieren los cuatro, como otros grandes creadores que son géneros en si mismos en sus disciplinas, como Richard Ford o Woody Allen. En una entrevista Willie Nelson aseguró: “soy una persona dispuesta a seguir un camino determinado y ese camino es la música. No hay vuelta atrás”.

Al ser reconocido con el Nobel de Literatura en 2016, Dylan, inmerso desde 1988 en su “Never ending tour” (“La gira interminable”), sentenció: “mis canciones están en el centro vital de casi todo lo que hago”. O en palabras de Neil Young: “ onforme te vas acercando al objetivo final, la cosa va perdiendo emoción. La realidad resulta más interesante si estás ahí para apreciarla”.

Quizá ahora su realidad no tenga nada que ver con la que vivieron en el pasado, cuando con su mejor obra conquistaron las mayores cumbres de la música popular, pero su filosofía es un mensaje. Mantienen su espíritu original y recuperan el viejo cancionero del siglo XX porque su realidad está en la memoria. Es un error atarles como momias a su prodigioso pasado, como comprometerles a este presente que ya no les pertenece.

Hoy, sus caras están arrugadas por el paso del tiempo y sus voces transmiten las cicatrices de toda una existencia en la carretera, pero son un modelo en vida, llevando a la práctica uno de los versos más celebres de Young: “es mejor quemarse que apagarse lentamente”. Decía el historiador Tony Judt en su libro “El refugio de la memoria”: “no podemos elegir dónde iniciamos nuestra vida, pero podríamos finalizarla donde quisiéramos”.

Bob Dylan, Neil Young, Van Morrison y Willie Nelson decidieron hace mucho tiempo acabarla ahí donde la música nunca muere: tocando, cantando. Han decidido acabarla con las botas puestas. Cuando se extinga su fuego, tan vivo como anciano, será definitivamente el fin de una época. El fin de una filosofía. 




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