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‘La Güera’ Rodríguez y la independencia

Los mexicanos nos hemos caracterizado a través de los años por tener una sociedad muy inclinada al machismo. Tal vez se haya exagerado la cosa, porque existen numerosas muestras del aprecio y el respeto que se les ha prodigado a las mujeres.

“La Güera” Rodríguez.‘La Güera’ Rodríguez y la independencia

Y muchas de ellas se han distinguido en nuestra historia por sus sobresalientes cualidades en todas las ramas del saber y el hacer humano. Y en el caso del patriotismo, han dado muestras de su valor y entereza como fueron los casos más conocidos de doña Josefa Ortiz de Domínguez y doña Leona Vicario.

Sin embargo, seguramente han existido numerosas féminas que desconocidas, participaron en las luchas patrias. 

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El abrazo de Teleolapan entre Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide.

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Entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México.

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UN CASO MUY ESPECIAL

María Ignacia Rodríguez de Velasco, mejor conocida en la historia como “La Güera” Rodríguez, apodo que se le endilgó posiblemente desde su infancia por su blanquísima piel y cabellera rubia. El nombre con el que fue bautizada denota la alcurnia y hacienda de sus progenitores: María Ignacia, Javiera, Rafaela, Agustina, Feliciana, Rodríguez de Velasco y Osorio, Barba, Jiménez, Bello de Pereyra, Hernández de Córdoba, Solano, Salas y Garfias. ¡Le pusieron casi todo el calendario!

Su padre fue un prominente hombre de negocios integrante de la más alta sociedad y alcurnia de la muy noble y leal Ciudad de México, llamado don Antonio Rodríguez de Velasco, Osorio, Barba y Jiménez, miembro del Consejo de su Majestad y Regidor Perpetuo del Cabildo Municipal. Su madre, doña María Ignacia Osorio y Bello de Pereyra, Fernández de Córdoba, Salas, Solano y Garfias, recatada y religiosa dama de la más pura elite social. 

Dentro de ese bello, rico, recatado y ceremonioso matrimonio nacieron dos hijas: doña María Josefa Rodríguez de Velasco y Osorio —sintetizando sus apellidos para no hacerlo fastidioso—, hermana mayor de nuestra homenajeada doña María Ignacia “La Güera” Rodríguez.

Cuentan los historiadores y cronistas de la época, como don Manuel Romero de Terreros y Vinent, Marqués de San Francisco en su libro “Ex antiguis”, quien menciona en su libro intitulado “La Güera Rodríguez”, del ameritado escritor coahuilense don Artemio de Valle-Arizpe, que las dos damiselas eran un portento de belleza y ligereza. “Eran dos hermosas doncellas, muy godibles”, dice don Artemio y que llegado al conocimiento del virrey de México, el distinguido y ameritado señor don Juan Vicente de Güemes, Pacheco de Padilla, Conde de Revilla Gigedo, sucesor del también Virrey don Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, Conde de Revillagigedo en cuya época y a través de su amigo, el coronel José de Escandón, se realizaron las fundaciones de las villas en el Nuevo Santander, conociendo a las dos señoritas decía.

El virrey hizo valer su influencia para que ambas contrajeran matrimonio y no anduvieran por las tardes paseando por las calles, calzadas y avenidas, levantando miradas de deseos libidinosos que producían pensamientos de pecados sexuales entre los jóvenes y algunos maduros señores de la capital.

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UNA GRAN FIESTA

Fue fastuosa la ceremonia religiosa de las dos hermanas. María Josefa contrajo matrimonio con don Manuel Cossio Acevedo, hijo de los Marqueses de Uluapa y María Ignacia, “La Güera”, con José Jerónimo López de Peralta de Villar Villamil y Primo, ambos caballeros de la más pura y rancia sociedad mexicana. 

La Catedral Metropolitana fue decorada con las más bellas flores, cuyos olores se mezclaban con los variados y deliciosos perfumes franceses de las damas asistentes y con los humos de los incensarios del templo. Y no se diga del banquete de bodas. Fue interminable la lista de deliciosos platillos servidos de la cocina internacional en la que figuraban la francesa, italiana, española y mexicana. La juventud asistente se solazó y los viejos también, con la música que interpretaron diversas orquestas contratadas. A esa boda se le considera inolvidable dentro de los anales de la historia de la sociedad mexicana. 

Pero el tiempo siempre saca a flote las debilidades humanas. El matrimonio de doña María Josefa, hermana mayor de doña María Ignacia, fue una unión de paz y tranquilidad, afinidad de caracteres y amor dedicados a la propagación de la especie y la difusión de sus rimbombantes apellidos hasta que fueron llamados a dar cuentas al más allá.

Caso muy distinto fue el de doña María Ignacia y José Jerónimo López de Peralta. Los primeros años se desarrollaron con intenso amor de ambas partes que les produjeron tres hermosas niñas y un hijo varón. Transcurrido cierto tiempo, parece ser que don José Jerónimo dejó de cubrir sus compromisos matrimoniales y en ese lapso, “La Güera” invitó a vivir a su casa a cierto canónigo llamado don José Mariano Beristáin y Sousa. La pobre fue acusada por su marido de adulterio y se promovió la separación. A su vez, la ofendida esposa lo acusó de golpes y de intento de asesinato pues el truhán de José Jerónimo le disparó con un arma que finalmente no dio en el rostro de la dama. La Divina Providencia dictó sentencia antes que las autoridades virreinales, pues llamó a cuentas a don José Jerónimo López de Peralta, quedando “La Güera” Rodríguez dulcemente viuda lista para otras aventuras amorosas.

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UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD

Cierto día que la bella dama paseaba como todas las tardes en su lujoso coche, se topó con la mirada de un viejo que embelezado, no le quitaba la vista de encima. Muy pronto el vejete hizo que se la presentaran y la colmó de toda clase de carísimos regalos. Sin duda alguna que no hay poder de convencimiento más poderoso que los finos presentes y el matrimonio de doña María Ignacia pronto se realizó con el acaudalado anciano don Mariano Briones, que por cierto  dicen, murió de enfriamiento al quitarle las cobijas “La Güera” en su lecho conyugal al dar una vuelta en la cama.

Murió don Mariano y de nuevo quedó Maria Ignacia viuda, pero esta vez en estado de “buena esperanza”. Es decir, embarazada, de una niña que nació a su debido tiempo y que fue bautizada con el simbólico nombre de Victoria.

No faltó un tercer candidato a marido de doña María Ignacia, quien se casó por tercera vez ahora con el rico caballero don Juan Manuel de Elizalde, con el que vivió hasta que fue llamado por Dios, sosegado ya su espíritu lejos del mundanal ruido y de sus pecados capitales. Su funeral, como sus bodas y demás agasajos, fue con la asistencia y el sentimiento de la más selecta sociedad mexicana.  

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CON UN PIE EN EL PATRIOTISMO

Pero lejos de sus deseos de libídine carnal y enamoramientos varios, doña María Ignacia llenó su corazón y su mente con otras actividades no solamente religiosas, sino también patrióticas. Se dice que por haber apoyado con dinero, amistades y recomendados a la causa de la Independencia iniciada por don Miguel Hidalgo y Costilla, fue acusada ante la Santa Inquisición, la que la liberó por falta de pruebas contundentes tal vez por la intervención del señor virrey don Francisco Javier de Lizana y Beaumont, quien le tenía ciertas consideraciones y aprecio.

Dicen las malas lenguas de la buena gente que durante toda su vida fue una mujer no solamente de extraordinaria belleza, sino también de gran inteligencia. Que tenía por naturaleza propia un arte natural para atraer a hombres de todas las edades, a quienes envolvía en las finas redes de sus brujos hechizos con sus irresistibles miradas.

Y si no, que lo digan los extranjeros visitantes de México como lo fueron el mozalbete Simón Bolívar, quien de ella se enamoró cuando frisaba antes de 20 años. Lo mismo puede decirse del conocido sabio el Barón Alexander von Humbolt, quien manifestó cierta ocasión que no había conocido en todo el mundo una mujer más bella e inteligente que “La Güera” Rodríguez. Ella paseó de su brazo en incontables ocasiones produciendo las miradas furtivas y los comentarios secretos de los personajes y damas que los conocían.

Pero en fin, a ella le debemos los mexicanos su gran intervención al enamorar al coronel don Agustín de Iturbide y Arámburo, que conoció en el conciliábulo de La Profesa, templo cercano a su residencia y a quien veía entrar elegantemente vestido al oratorio. Ahí, en las juntas secretas, surgió un romance entre “La Güera” e Iturbide. Ella intervino para que el virrey Apodaca le otorgase el nombramiento de “Comandante General del Sur y rumbo de Acapulco” y combatiese a las tropas del insurrecto don Vicente Guerrero.

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UNA COSA ES LA QUE SE DICE Y OTRA LA QUE SE HACE

Iturbide, de acuerdo con el Plan de la Profesa, promovió un acercamiento con Guerrero que se efectuó en Teleolapan, no en Acatempan y con el nuevo Plan de Iguala firmado por ambos, se dio por terminada la Guerra de Independencia bajándose el telón de un aciago período en la vida de México y abriéndose otro como lo dijese Iturbide en su discurso en Palacio Nacional: ¡mexicanos, ya conocen la manera de ser libres. Ahora les corresponde el de ser felices!

Obras consultadas: “La Güera Rodríguez”, de Artemio de Valle Arizpe; “Historia de México”, de Lucas Alamán; Archivo General de la Nación e Historia de México, tomo 8, de Salvat Mexicana de Ediciones, S.A.





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