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La figura del padre en tiempos del #MeToo

Katherine Angel hace una reflexión sobre la tendencia a obviar la responsabilidad del progenitor en la sociedad patriarcal

Durante los espantosos y agotadores meses en que los medios de comunicación informaron a diario sobre los repetidos abusos de Harvey Weinstein hacia las mujeres, me percaté de que yo misma, como tantas otras, me hacía preguntas y hablaba sobre los hombres de mi vida: exnovios, exacosadores, exabusadores, extocones. Mis amigas y yo echábamos la vista atrás de forma intermitente, alteradas, hacia todo lo que habíamos soportado, todo lo que habíamos callado, y observábamos a nuestro alrededor las cosas que ahora nos molestaban. A lo largo de ese otoño y ese invierno, contamos y recontamos nuestras historias, las reconsideramos desde una nueva perspectiva y mencionamos con cautela detalles que conocíamos de la vida de otras personas, recuerdos turbios, hechos que no habíamos comentado en años. Hablábamos con una rabia y una franqueza renovadas, con una renovada sensación de estar autorizadas a hacerlo… y quizá también con una renovada sensación de naturalidad. Cuestionábamos a todos los hombres que habían pasado por nuestras vidas, todas las formas de poder patriarcal, pero raras veces hablábamos de nuestros padres.

Portada del libro.La figura del padre en tiempos del #MeToo

En su poema Noche de domingo, Sharon Olds cuenta cómo su padre, cuando comían en familia en un restaurante, llevaba “su mano a la falda de la camarera a la menor ocasión: mano, muñeca, antebrazo”.

Olds señala que nunca previno a las jóvenes.

“¡Ups!, decía él, como si todos lo pasáramos en grande”.

Ella fantasea con clavar un tenedor en el brazo del padre, con escuchar “el chillido del músculo”, con sentir “el resbalón sobre el hueso.

“A veces imagino que me cuelo bajo las faldas de las mujeres que mi padre ofendió, aquellas campanas de misterio, aquellos sagrados bosques techados.

Quiero barrer, asear, ordenar…

hacer algo, limpiar esa cuadra

que es la mente de mi padre”.

La intención de Sharon Olds es de desagravio: quiere curar las heridas infligidas por su padre; quiere utilizar el lenguaje para restablecer la dignidad y la belleza. ¿Pueden las palabras hacer que el tiempo retroceda, deshacer el daño? Desearíamos que pudieran, pero ¿quiénes somos cuando lo intentamos? ¿En la piel de quién escribimos?

***

En su libro autobiográfico Apegos feroces, Vivian Gornick cuenta horrorizada que se siente consumida por su madre. Evoca las íntimas relaciones familiares como una contaminación, una infección:

“Me ponía la piel de gallina. […] Su influjo se asía como una membrana a mis fosas nasales, a mis párpados y a mi boca abierta. La introducía en mí cada vez que inhalaba aire. Me adormecía dentro de su atmósfera anestesiante”.

En este caso, la intimidad es un tipo peligroso de interpenetración; la intimidad es narcótica, una amenaza para la consciencia, la vigilia, el estado de alerta. Las barreras se rompen, o jamás llegan a establecerse, y se produce una fusión. Habitamos, nos transformamos y remedamos a nuestros progenitores. Los llevamos dentro; estamos hechos de ellos, para bien y para mal.

Sharon Olds, como Gornick, ha escrito largo y tendido sobre su propia vida —sobre sus padres, su marido, sus hijos, su divorcio— y ha tenido que lidiar durante años con las acaloradas reacciones a estos textos. Todo el mundo presupone e insiste en que escribir desde la propia experiencia es sinónimo de desnudez y vulnerabilidad. Y en cierto sentido es así, en gran medida porque las convenciones del lenguaje y la sexualidad que se aplican a las mujeres las hacen vulnerables al dictamen, al escarnio y a la violencia. Pero la insistencia en la vulnerabilidad que comporta la escritura en primera persona insinúa algo más: es una elección literaria que no solo desnuda, sino que también protege. Escribir es un ensalmo, conjura una nueva persona y erige un muro protector. Es capaz de generar una distinción clara y feroz entre el yo y los demás. Posibilita el descubrimiento de un modo de “existir como uno mismo, y de relacionarse con los objetos como uno mismo, y de tener una persona dentro de la cual poder retirarse para el relajamiento”.



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