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La Edad Media, cuando los árboles dominaban el mundo

Los grandes ejemplares vegetales ocupan el imaginario y la vida cotidiana del Medievo, cuando el mundo estaba cubierto de bosques

La Edad Media no es solo la época de los caballeros y las damas, de los siervos y los señores, de los torneos y los reyes, es sobre todo la era del bosque y de los árboles. En uno de sus primeros ensayos, Guerreros y Campesinos, el gran medievalista francés Georges Duby escribe: “La proximidad de un inmenso bosque se nota en todos los aspectos de la civilización: podemos encontrar su huella tanto en la temática de los romances corteses como en las formas inventadas por los artesanos góticos. Para los hombres de aquella época, el árbol es la manifestación más evidente de la naturaleza vegetal”.

La Edad Media, cuando los árboles dominaban el mundo

De las muchas versiones cinematográficas que se han realizado de aquella historia primigenia es Excálibur, de John Boorman, la que describe mejor el papel que el bosque y los árboles tienen en la figura de Merlín, al que Carlos Alvar describe en la introducción del citado volumen como “una mezcla de profeta y de salvaje, criado en los bosques, al margen de toda sociedad”. “En las novelas artúricas”, prosigue Alvar, “los héroes nacen y se crían en el bosque y a él regresan cuando fracasan en las aventuras, en busca de refugio, o cuando enloquecen. Para el hombre medieval es el lugar de las potencias más terribles: no hay normas y en él se pueden producir todo de prodigios. El bosque es ante todo soledad e infinitud”.

Pocos textos medievales reflejan con tanta crudeza los peligros que entraña la infinita soledad del bosque como El cantar del Mío Cid, en su canto tercero, ‘La afrenta de Corpes’. Los malvados infantes de Carrión quieren vengarse del Cid torturando a sus hijas, con las que se han casado. Su plan consiste en quedarse solos con ellas, atacarlas de manera salvaje y dejarlas abandonadas. Y el lugar que escogen para llevar a cabo su plan es un bosque, donde saben que no van a ser descubiertos. “Ya entran en el robledal de Corpes: árboles altísimos, cuyas ramas suben las nubes, y rondados por abundantes fieras. Allí encontraron un vergel y una limpia fuente y mandaron plantar la tienda”, describe el narrador (versión moderna de Alfonso Reyes en la edición de Austral basada en el texto antiguo de Ramón Menéndez Pidal).

El bosque es a la vez el lugar peligroso, de las fieras y los ataques, y el espacio de la vida, con el agua y todos los recursos de la naturaleza, como la caza. Y precisamente por eso es un sitio perfecto para los proscritos, como la banda de Robin Hood, otro de los grandes mitos medievales asociado al bosque y a los árboles. De hecho, una de las versiones cinematográficas —la de Kevin Costner de 1991— utiliza uno de los árboles más famosos de Inglaterra: el llamado Sycamore Gap del Muro de Adriano. En la versión clásica de 1938, dirigida por Michael Curtiz, el bosque de Sherwood se imponía como un protagonista más junto a Errol Flynn y Olivia de Havilland.

Tolkien y el bosque Fangorn

J.R.R. Tolkien utilizó todo su profundo conocimiento del mundo medieval para recrear en El señor de los anillos el poder de los bosques con Fangorn y los seres que lo habitan, los Ents, esos árboles vivos que pueden dormirse para siempre y dejar de moverse y que andan siempre en busca de Ents mujeres, que parecen haber desaparecido. La versión cinematográfica renunció a esta subtrama, que refleja una de las obsesiones de Tolkien, el peligro que para los bosques representa el mundo moderno. Las imágenes de destrucción de la naturaleza a manos de los orcos que aparecen en la trilogía surgieron de la experiencia de Tolkien en la batalla del Somme, una de las más cruentas de la Primera Guerra Mundial, pero se han quedado en el imaginario universal como un mito ecologista. Hoy los árboles que caminan de Tolkien se han transformado en un símbolo del papel que estos seres tienen en la lucha contra el cambio climático.

La reconstrucción cinematográfica de Fangorn que hizo Peter Jackson es sensacional, así como de Barbol, ese extraordinario ser, lento, parsimonioso, bondadoso y preocupado por el futuro de su especie. “No entiendo todo lo que pasa, de modo que no puedo explicártelo. Algunos de los nuestros son todavía verdaderos Ents, y andan bastante animados a nuestra manera; pero muchos otros parecen somnolientos, se están poniendo arbóreos podría decirse”, explica intuyendo cómo el bosque iba a ser sometido a un proceso constante de destrucción y explotación que culminaría en el siglo XIX con la era del carbón y todo lo que vino después. La Edad Media fue tal vez el último momento en el que los árboles dominaron el mundo.



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