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La cultura que se opuso al legado de la dictadura chilena

El triunfo del movimiento social que ha enterrado la Constitución de Pinochet es también la victoria de los artistas que lucharon contra la herencia del régimen militar que gobernó el país entre 1973 y 1990

La victoria del Apruebo el pasado domingo en Chile es, en parte, una victoria también para los artistas chilenos que desde hace décadas han creado obras políticas que denuncian el terrible legado que dejó Pinochet. Muchos de ellos apoyaron consistentemente al movimiento social que explotó hace un año, como el cineasta Hernán Caffiero —director de la galardonada serie Una historia necesaria, sobre casos de desaparecidos durante la dictadura—, que dirigió la publicidad en televisión de los movimientos a favor del Apruebo. “Mucha gente nos prestó cámaras gratis’’, contó hace unas semanas Caffiero sobre su trabajo para producir conmovedoras propagandas sin un gran presupuesto. “En cambio hubo técnicos a los que les ofrecieron trabajar para el Rechazo, les ofrecían tres veces más de lo que nosotros podemos, pero ellos prefirieron trabajar con nosotros.”

Fotograma de la película ‘No’, de Pedro Larraín.La cultura que se opuso al legado de la dictadura chilena

En el cine también se vivía el afán por acabar con el legado de Pinochet. Justo este mes se estrenaba en Chile una película titulada Matar a Pinochet, de Juan Ignacio Sabatini, sobre el grupo de jóvenes revolucionarios del Frente Patriótico Manuel Rodríguez que intentó asesinar al General en 1986 (basada en el libro Los Fusileros, de Juan Cristóbal Peña). Además, a pesar de que las salas de cine estuvieron cerradas, una de las películas más vistas en las casas fue la nueva Tengo miedo Torero, de Rodrigo Sepúlveda Urzúa —sobre el amor de una mujer travesti en la dictadura— y basada en la novela de Pedro Lemebel con el mismo título.

Entre otras películas conocidas sobre el legado de Pinochet están los múltiples documentales producidos por Patricio Guzmán —un ejemplo conmovedor es Nostalgia de la luz (2010), que tiende puentes entre la hermosa geografía del desierto del Atacama y el horror que vivieron los familiares de desaparecidos allí—. Guzmán, que dejó su país después del golpe de Estado en 1973, regresó en los últimos meses para filmar los días anteriores al plebiscito. Otro filme que conmovió al mundo en el 2012 fue la película de Pablo Larraín No, en la que Gael García Bernal interpreta al creativo publicista que trabajó en la campaña para obligar a Pinochet a terminar su mandato en 1988. Su famoso jingle —”Chile, la alegría ya viene”— ayudó a los millones de votantes que votaron contra el dictador.

La alegría no llegó del todo: Pinochet se retiró del poder ejecutivo pero el modelo económico y legal que impuso se mantuvo casi intacto. Aunque muchas más películas posteriores al régimen de Pinochet contaron los horrores de la dictadura —Machuca, de Andrés Wood; La ciudad de los fotógrafos, de Sebastián Moreno—, dos excelentes documentales de los últimos años se destacan por cuestionar el legado del dictador en los medios de comunicación y en el sistema económico: El diario de Agustín, de Ignacio Agüero, cuestionó en 2008 el rol del influyente diario El Mercurio antes y durante la dictadura; y Chicago Boys, de Carola Fuentes y Rafael Valdeavellano, entrevistó al pequeño grupo de economistas que convirtieron a Chile el laboratorio del modelo neoliberal más extremo del mundo, después de tomar clases con Milton Friedman en la Universidad de Chicago. “No hay medidas correctivas que sean indoloras”, dice uno de ellos, justificando el profundo descontento social contra el modelo que importaron.

En el mundo de la ficción hay algunos relatos imposibles de evitar cuando se trata de mirar hacia atrás. Uno de los más famosos llegó en 1996, Estrella distante, de Roberto Bolaño, sobre un aviador pinochetista infiltrado en un taller de poesía, y uno de los asesinos del régimen militar. En 2011 también ganó reconocimiento la novela de Alejandro Zambra Formas de volver a casa, una invitación a mirar la dictadura desde los ojos de un niño, como también lo hace de forma similar el libro de la escritora feminista Nona Fernández Space Invaders, sobre el esfuerzo de un grupo por recordar a los compañeros de la escuela durante la dictadura. Su libro Mapocho, en honor al río que atraviesa la ciudad de Santiago, es un esfuerzo aún más profundo para recordar a los muertos tirados al río antes y durante la dictadura. Aunque fue publicado en 2002, la relación del río como testigo de la violencia estatal sigue vigente. Hace solo unas pocas semanas, un policía fue acusado por empujar al río Mapocho a un adolescente de 16 años en medio de una protesta (el chico fue llevado al hospital y sobrevivió).

En el mundo de los poetas ninguno ha brillado más últimamente que Raúl Zurita, quien fue detenido durante la dictadura y ha expresado abiertamente su apoyo al movimiento social. “Apoyo profundamente el proceso”, dijo recientemente en una entrevista. “Estamos regidos por una Constitución heredada de la dictadura de Pinochet y eso es inconcebible. Es como si Alemania todavía estuviera regida por la Constitución que hizo Hitler”. Zurita, que ganó el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana hace un mes —el tercer chileno en ganarlo—, es protagonista de un documental reciente sobre su obra (“a través de la herida sale el arte,” dice él en Zurita, verás no ver, de Alejandra Carmona), y en 2011 publicó su obra monumental Zurita. Pero su Canto a su amor desaparecido, una de sus obras célebres publicada durante la dictadura, es aún una llaga en la que suenan las voces de los familiares de desaparecidos (“Te busqué entre los destrozados, hablé contigo. Tus restos me miraron y yo te abracé”).

El océano de la poesía chilena es enorme, pero últimamente le ha dado mayores reflectores a poetas como Elicura Chihuailaf, Premio Nacional de Literatura en Chile.

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Libros que denunciaron la dictadura chilena.



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