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La ciudad como protagonista literaria

Los paisajes urbanos evocan los recuerdos y sostienen una trama. Cuatro escritores llevan de viaje al lector por los escenarios de Nápoles, Roma y Marsella

Manhattan Transfer es la sinfonía que John Dos Passos le compuso a Nueva York humanizando esos desolados espacios urbanos que retrató Berenice Abbott. También el Ulises, de James Joyce, es una guía lingüística de Dublín, y Berlín Alexanderplatz, de Alfred Döblin, una guía etológica de Berlín, y El zafarrancho aquel de Via Merulana, de Carlo Emilio Gadda, la guía guiñolesca de Roma. Entre La hierba de las noches y En el café de la juventud perdida, con su topografía urbana, sus plazas, bulevares, cafés de barrio y estaciones de metro, Patrick Modiano construye un plano de París por el que merodean sus personajes cuando salen de incógnito de inmuebles como el que Georges Perec reveló en La vida instrucciones de uso, convirtiendo por sinécdoque un edificio en un mundo.

Vista de Roma con el monumento a Víctor Manuel II, en la plaza de Venecia, al fondo a la izquierda.La ciudad como protagonista literaria

El último verano en Roma enamoró a Natalia Ginzburg cuando Garzanti la publicó en 1973 agotándose de inmediato su tirada antes de caer en el olvido. Lejos de la obsolescencia, esta poderosa crónica en forma de soliloquio es un feliz rescate editorial que le devuelve al lector esa Roma festiva y decadente a un tiempo de La dolce vita, y Mastroianni bien podría interpretar el papel de Leo Gazzarra, el aprendiz de periodista y de casi todo, empedernido lector de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, de Bob Dylan Thomas y Henry James Joyce y consumidor insaciable de las magdalenas de Proust, que llega a la ciudad eterna dejándose seducir por el misterio de Arianna y por el placer de recorrerla con un Alfa Romeo entre atardeceres rojos con cientos de golondrinas que tal vez vuelan presagiando la ruina del héroe. La Roma de Calligarich es una metáfora del amor a la que se asoma Moravia, y a la vez un cóctel de marginación, fruición y diletantismo, y el atestado de un fracaso, un ejercicio de introspección cuyo narrador culto e irónico trae a la memoria la voz de aquel bohemio Jep Gambardella de La gran belleza, de Sorrentino. Otra Roma muy distinta le espera al lector de la nueva conquista de Melania Mazzucco, uno de los grandes nombres de la narrativa italiana contemporánea, una Roma de acogida de refugiados que, como Brigitte, escapan de un Congo atroz con cierta posición y llegan a la estación Termini habiendo atravesado alambres de espino y con muros de papel por atravesar. La autora de Ella, tan amada o Limbo practica la novela de no ficción de Capote (o el nuevo periodismo, decida el sabio lector). Nuevo relato de un náufrago, Mazzucco ha escrito una novela documental de la solidaridad en la que Roma ejerce el papel de urbe entendida como laberinto físico y mental por el que extraviarse quienes se preguntan, como Maiakovski en uno de los esmerados epígrafes que abren capítulo: “Camino y recorro calles y avenidas. ¿Qué hacer con este infierno que en mi interior habita?”. Burocracia, xenofobia y metaficción en una novela comprometida hasta la médula y cercana a Mailer, Oz, Atwood o Coet­zee, paladines del activismo social. De Trinità dei Monti y el scotch de Calligarich a la Piazza Venezia y Cáritas en el desgarrador alegato de Mazzucco. Melania, dile a Brigitte que todos estamos con ella.

Mazzucco ha escrito una novela documental de la solidaridad en la que Roma ejerce el papel de urbe entendida como laberinto físico y mental.



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