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La ameba que salvó a Inglaterra de la ‘segunda Armada Invencible’

'Hermanos de armas' relata el fracaso de la flota franco-española que no pudo invadir Gran Bretaña en 1779 por una epidemia de disentería

Todo pintaba mal para el Ejército rebelde de la Trece Colonia en 1779:  sin armas, sin pólvora, sin hombres, sin formación, sin ingenieros y sin barcos. Así que la posibilidad de salir victorioso era muy reducida si no se lograba la ayuda de las dos únicas potencias que podían enfrentarse en los mares y en tierra al temible Ejército británico de Henry Clinton y George Corwallis: Francia y España. El diplomático Benjamín Franklin consiguió, finalmente, implicar a ambos países, que formaron una potente escuadra de ayuda. Pero cuando todo estaba preparado para acudir al rescate de las tropas de George Washington, se lo pensaron mejor. ¿Y si atacaban directamente a Inglaterra que tenía repartida su flota por los mares de América? Y eso decidieron. El estadounidense Larrie D. Ferrero, doctor en Ciencias y Tecnología por el Imperial College de Londres y finalista del Premio Pulitzer en Historia, relata esta poco conocida historia en su nuevo libro, Hermanos de Armas.

Por España y por el Rey. Gálvez en América, obra de Augusto Ferrer-Dalmau.La ameba que salvó a Inglaterra de la ‘segunda Armada Invencible’

La propuesta de atacar Londres directamente y provocar el caos financiero en la City fue desechada porque “resultaría demasiado costosa y asustaría a los aliados de Francia”. Una Francia que hubiera humillado y derrotado por completo al Reino Unido, podía provocar el recelo de rusos, suecos o alemanes. Así que Wight fue la elegida. El plan consistía en un inicial ataque conjunto de 30 barcos franceses y 20 españoles, que se reunirían antes, a mediados de mayo, en las costas de Galicia (al final se concentraron 150) y desde allí, a Inglaterra. Conseguido el control del Canal de la Mancha, unas embarcaciones de menor calado transportarían a un ejército de 20.000 hombres (se juntaron más de 31.000) desde Bretaña y Normandía para invadir la isla.

Los espías españoles y franceses habían ratificado antes de la batalla que las “guarniciones [inglesas] estaban muy escasas de efectivos y que las obras defensivas eran débiles”. Ambos países aumentaron entonces la capacidad de producción de sus astilleros. España iba más deprisa. El ministro de Marina, González de Castejón, había modernizado y mejorado el proceso de producción, mientras que Francia se vio obligada a reformar buques viejos -cuyo era coste la mitad de construir uno nuevo- para llegar a tiempo a la batalla. Las prisas provocaron, incluso, errores de cálculo que estuvieron a punto de hundir a sus mejores buques -Pluto, Hercule y Scipion-. Francia, abochornada, pidió retrasar el ataque.

Pero había otro problema: faltaban hombres. Los franceses, dirigidos por el teniente general Louis Guillouet, conde D´Orvilliers, tuvieron que reclutar a toda prisa a 4.000 marineros, muchos de los cuales eran soldados enfermos por “una epidemia que empezaba a asolar Francia”. El 3 de junio, finalmente, la flota francesa con los marinos muy debilitados llegó a Galicia. Los navíos españoles (39), bajo la autoridad de capitán general Luis de Córdova y Córdova, estaban preparados. Carlos III declaró la guerra a Gran Bretaña

Como los problemas nunca vienen solos, se originó otro: no había un sistema de comunicaciones.



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