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José Jiménez Lozano, un escritor contra el mundo

El último tomo de los diarios del premio Cervantes, fallecido hace un año, muestra su versión más crítica y conservadora

“Años después, comentamos con Aranguren que todo se había torcido: él no había sido el Sartre hispánico, ni César había sido Mitterrand, ni yo Mauriac. Nos reímos, y en paz. Ahora siento una cierta melancolía, y me parece estupendo que nunca me haya tomado estos momentos político-literarios más allá de estos juegos. Pero sí sabíamos que las cuestiones de justicia eran para todos, eran las cosas serias”. José Jiménez Lozano anotó estas líneas en su dietario de 2018. Estaba en el hospital curándose una neumonía y allí recibió la noticia de la muerte de César Alonso de los Ríos, compañero suyo en El Norte de Castilla en los tiempos de juventud y posguerra en que Miguel Delibes, director del periódico, ejercía de mentor de ambos. Si para sus amigos habían reservado en la juventud los papeles estelares de filósofo comprometido y político socialista, a él le tocó el de influyente escritor católico. Dos premios Nobel de literatura y un presidente de la república francesa. Los sueños de grandeur también pasan por Ávila y Palencia.

El escritor José Jiménez Lozano, en su casa de Alcazarén (Valladolid) en noviembre de 2017.José Jiménez Lozano, un escritor contra el mundo

Junto a sus habituales comentarios sobre lecturas o sus características estampas de la llanura castellana, Jiménez Lozano arremete contra lo que resume en el acrónimo inglés acuñado por Walker Percy en Amor en las ruinas, una novela de ciencia ficción cuyo subtítulo reza: Confesiones de un mal católico en un tiempo cercano al fin del mundo. Ese acrónimo es LEFTPAPASANE. “Con estas letras”, apunta el escritor español, “comienzan las palabras que resumirían el credo de lo que se llama la modernidad, y la felicidad que nos ofrece: Liberty, Equality, Fraternity, The Pill (la Píldora), Atheism, Pot [marihuana] (Potito de droga), Antipollution, Sex, Abortion Now (Aborto Ahora mismo), Euthanasia.Y quizás hay que añadir Bibliofobia, Ingeniera biológica y social, y Cristofobia”. Sus críticas llegan incluso hasta el Vaticano, que, dice, teme tanto “faltar a la modernidad” que “sucumbe de manera crónica” a preocupaciones que él considera ajenas a su misión. Como el cambio climático, lo que le lleva a atribuirle, en tono de broma, el nombre de “Iglesia de la calentología”.

Consciente de su propia evolución, en ocasiones echa la vista atrás para reconocer en su pasado los mismos tics que critica en el presente. Con matices: “Hasta los más reaccionarios —o así se nos consideraba entonces— tuvimos algunos tiempos de profesión progresista y marxismo dulce. Pero habíamos leído y comentado tantas veces El cero y el infinito, de Koestler, y las escrituras de la señorita Simone Weil, que estábamos vacunados hasta contra el marxismo dulce. Pero todos pasamos la gripe. ‘Hasta los gatos tenían tos’, como decían nuestros abuelos de la Ilustración”.

En varios pasajes reprueba con dureza el aborto y la eutanasia

Guadalupe Arbona Abascal, profesora de literatura en la Universidad Complutense y responsable de la edición de Evocaciones y presencias junto a Javier Jiménez Vicente —hijo del escritor— recuerda que, “algo escandalizada” por la “terrible crítica al mundo contemporáneo” de algunos pasajes, preguntó al autor de El mudejarillo la razón de tal radicalidad. “Este ya no es mi mundo. No lo comprendo”, le respondió. “Puede que no fuera el suyo”, añade la profesora Arbona, autora de Las llagas y los colores del mundo. Conversaciones literarias con José Jiménez Lozano. “Pero nunca dejó de interpelarlo. Le molestaban el sectarismo, la manipulación del lenguaje y la corrección política. Defendía la libertad de pensamiento. Siempre fue así. Por eso trabó una amistad tan especial como Américo Castro”, dice de alguien tan diferente a él y, sin embargo, recordado con devoción en Evocaciones y presencias. Hace unos meses, ella misma se encargó, junto a Santiago López-Ríos, de publicar en la editorial Trotta las cartas cruzadas entre Jiménez Lozano y el historiador exiliado, al que había impresionado la lectura de un ensayo de su entonces joven amigo: Meditación española sobre la libertad religiosa.

Guadalupe Arbona Abascal insiste en la crítica a la “manipulación” del lenguaje porque para Jiménez Lozano era fundamental la llaneza de la expresión: “Escribía como hablaba”. Algo que había cultivado por tres vías: “Escuchar, mirar y leer”. Escuchar las conversaciones de los ancianos en los pueblos de Castilla, “que guardan esa lengua primera nacida en el siglo XVI y que no difiere de la de Santa Teresa o Cervantes”. Observar atentamente “el paso de las estaciones, los pájaros, el vaivén de los días cortos y largos”. Y leer a su “familia espiritual”: Kierkegaard, Pascal, los místicos, la citada Simone Weil.



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