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Jaime Salinas, testigo implacable de la cultura española

Las cartas privadas de Jaime Salinas a su pareja son una crónica descarnada del editor que se inventó el libro de bolsillo y marcó época desde Seix Barral, Alianza y Alfaguara

Jaime Salinas, nacido, como Albert Camus, en Argel, fue uno de los grandes editores modernos en la España de la posguerra. Introdujo aquí El Libro de Bolsillo de Alianza Editorial. Puso orden cosmopolita en la Seix Barral de Carlos Barral. Impuso en Alfaguara una apuesta internacional basada en la calidad. Y fue director general del Libro en la época de Felipe González. Hijo del poeta Pedro Salinas una relación muy difícil. Pero antes de abandonar el mundo editorial, dedicó una atención especial a las obras completas del poeta exiliado.

De izquierda a derecha: José García- Velasco, Carmen Romero, Jaime Gil de Biedma y Jaime Salinas en la Residencia de Estudiantes en 1988. ARCHIVO RESIDENCIA DE ESTUDIANTESJaime Salinas, testigo implacable de la cultura española

Después de Travesías, Salinas esquivó la demanda de sus memorias editoriales. Pero las fue escribiendo en cartas sobre todo a su íntimo amigo Gudbergur Bergsson, escritor, traductor islandés de Cervantes, por ejemplo, a quien conoció en Barcelona y con quien convivió en España o en Islandia, la patria de Bergsson. Esas cartas, de manera especial, son ahora la materia que prolonga Travesías. Cuando editar era una fiesta (Tusquets, como Travesías) es, muy especialmente, un retrato de la sociedad y de los personajes que convivieron con él en las distintas fases de una vida que él describe como si se la estuviera contando al oído de su amigo, el principal de sus corresponsales.

Hay en el libro, que aparece este 18 de febrero, otras cartas y muchos documentos que completan la autobiografía que constituye el libro, compilado y conducido por Enric Bou. Dice Bou que Cuando editar era una fiesta es la versión de Salinas, “como protagonista inesperado, de la profunda transformación del mundo editorial español entre 1955 y 1990, treinta y cinco años en los que él vivió en primera persona los grandes cambios que se produjeron”.

Travesías acabó en la frontera española. Ahí anunciaba Salinas que “daba los primeros pasos de lo que sería mi larga trayectoria profesional en el mundo editorial” y lo hacía “¡precisamente en España, país del que siempre había querido huir!”. Puesto en tierra, le escribió a su familia quizá en 1954: “Qué difícil es el analizar mi reacción a todo esto, algo completamente inesperado; nada de lo que creía que iba a sentir he sentido. (...) Hay, claro, mucho, muchísimo malo, pero fundamentalmente lo que se ve es que esto es de uno y que por las buenas o por las malas es donde deberíamos acabar todos”. Su destino iba a ser, de inmediato, la imprenta de Seix y Barral. Él lo cuenta como algo inesperado (“Yo no había pensado en mi vida en el mundo editorial, me metí en eso como podía haberme metido en otra cosa, para ganarme el pan”). En un almuerzo de la empresa, en el que estaba su jefe, Víctor Seix, éste le preguntó si era hijo de Pedro Salinas, “cosa que, como es natural, no negué. Una de las personas que estaba en almuerzo”, sigue Salinas, “era Carlos Barral, y en ese momento Carlos, que hasta entonces se había creído que yo era un repugnante ingeniero a sueldo (...), se hizo inmediatamente amigo mío”.

“Barral”, dice Bou, “reconoció el papel de Salinas”, que tendría “un influjo decisivo en introducir un elemento de cosmopolitismo en Seix Barral”. En realidad, Salinas creyó que había aprendido “más acerca de las cosas que no se deben hacer” y que hacía Barral, “lo que no quiere decir que olvide mi enorme deuda con él”. En Seix Barral había aprendido “la alegría de la profesión”.

Desde allí contó con alborozo cómo era su nueva casa, de qué modo Carmen Balcells (“Ya conoces a Carmen, su eficacia y sus dotes de mando. Me dio cuarenta gritos…”) le ayudó en sus traslados, sus desvelos familiares con su hermana Solita y el marido de ésta, Juan Marichal, hasta que se produce la fiesta propiamente dicha, protagonizada por los amigos que acuden (y acudirían frecuentemente). Le cuenta a Gudbergur el 22 de abril de 1962: “Esa misma tarde me habían anunciado una visita oficial, la primera, Jaime [Gil de Biedma] y Luis [Goytisolo] que llegaron con Ángel González. Me vi obligado a invitar también a los Barral, pero su presencia rápidamente redujo a Jaime y a Luis a un silencio y a un malhumor visible y violento”. La atmósfera también se había roto con Barral, como ocurrió sucesivamente con Carmen Balcells y otros. En las confidencias que hizo a Bergsson esa progresiva separación del mundo de Barcelona se alternaba con declaraciones de amor que iluminan las cartas a su íntimo amigo.

Con Barral la crisis desembocó en 1963 en su despedida de la editorial. Habían pasado épocas fructíferas (el premio Formentor, que relacionó a Carlos y a Salinas con lo más importante de la edición europea), pero Salinas sintió desde el principio que el trabajo parecía estar “tan indefinido como siempre” y a Víctor Seix sólo le interesaba “lo comercial”. Añade en esta carta a Bergsson (15 de abril de 1962): “Soy posiblemente un hombre de acción, pero sin partido; soy un ambicioso pero sin meta. Comprende, pues, y perdona la nota sentimental, el que tú seas para mi tan importante. Tú y mi relación contigo es la única cosa que veo con claridad y certeza”.

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Javier Solana, ministro de Cultura (en primer término), Dámaso Alonso y Jaime Salinas, en el entierro de Vicente Aleixandre, en 1984. 

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Jaime Salinas y Gudbergur Bergsson en la casa de la calle Felipe Gil (Barcelona), hacia 1957. 

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María Zambrano regresa a España de su exilio en Estados Unidos y es recibida por Jaime Salinas en 1984. 

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De izquierda a derecha: Soledad (Solita) Salinas, Jaime Salinas, Juan Marichal y José García- Velasco en 2001. ARCHIVO RESIDENCIA DE ESTUDIANTES

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Jaime Salinas con Laura García Lorca y Vicente Molina Foix en la Residencia de Estudiantes en 1999. ARCHIVO RESIDENCIA DE ESTUDIANTES



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