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Héroes, fantasmas y ladrones

Llucia Ramis ofrece en ‘Las posesiones’ una brillante y lúcida lectura sobre la decadencia, los miedos, la muerte y el olvido

Héroes, fantasmas y ladrones

Con la versión en catalán de este libro, Llucia Ramis (Palma, 1977) ganó el Premi Llibres Anagrama de Novel·la de este año. Ramis es también autora de Cosas que te pasan en Barcelona cuando tienes 30 años (2008), Egosurfing (2010) y Todo lo que una tarde murió con las bicicletas (2013).

El planteamiento de Las posesiones se sostiene en un tono narrativo tanto rápido e inteligente como de una gran densidad sensorial y poder evocativo. Lees a alguien que entrav en su propio domicilio sabiendo que, en su ausencia, se han materializado fantasmas y colado ladrones. Pero, a pesar de eso, entra. Miedo en el salto más que miedo a saltar. Porque la protagonista se ve impelida a actuar, acepta comportarse como una adulta ante quien no lo ha sido hasta ahora. Además de ese tono cuenta esta novela con la voz de la narradora, trasunta de la propia escritora, que sirve de vehículo eficaz para explicar qué pasa y no sólo lo qué le pasa —que también—. Ramis es aquí brillante en muchas cosas. En el uso del lenguaje cuando queda atrapada en la nostalgia que acaba por pudrirse. En el aroma de un Houllebecq bien leído y asimilado, tanto en su desorden como en el nihilismo aceptado pero inaceptable, por ejemplo. O especialmente en la construcción de escenas, saltando de tramoya en tramoya que ella hace invisibles, de una manera talentosa. Todo está en todo y ella lo lee así. Se descubre lúcida y vulnerable en esa lectura de la realidad sobre la decadencia, los miedos, la muerte, el olvido y en que los mismos lazos que te sostienen acaban ahogándote. Puede ser profunda sin apabullarte, en el desarrollo de lo, para ella, literario.

La narradora ha de viajar de Barcelona —donde trabaja de periodista— a Palma ante las noticias preocupantes de su padre, que parece haber perdido la sensatez y mutado en una suerte de héroe desesperado que sólo tiene fe, escasas fuerzas y, quizás, una causa justa. Ese hilo argumental genera una reflexión y una evidencia sobre el terror a la decadencia, a la memoria, hacia lo que somos o creímos ser: personas construidas a partir del recuerdo tanto como los hechos que dan pie a la memoria y la imposibilidad de regresar a unos y a otros. Junto a esa trama que permite a Ramis realizar una excelente mirada —en ocasiones despiadada pero nunca gratuita— a las relaciones familiares y sentimentales, a la burguesía ensimismada, a la pasión que te resucita también te colapsa, gangrena y amputa, le permite edificar personajes —el padre, su examante y mentor y, especialmente, la madre— verosímiles, con matices y diálogos impecables. Todo ello sobre el tapiz de la sospecha, la corrupción, las adicciones, los secretos y las mentiras y un esqueleto estructural de suceso truculento en el pasado del socio del abuelo de la protagonista.

Es posible que el libro adolezca de un exceso de velocidad en el último tercio así como demasiadas subtramas que no tienen la penalización de que estén mal resueltas, sino en que quizás no fuera necesaria la resolución de todas. Sólo el talento de Ramis evita que el coche se nos salga en alguna curva y haya alguna rotura seria de motor. La escritora no pierde el control ni nos aburre en ningún momento escribiendo sobre un mundo con héroes fuera de época, cansados y derrotados que luchan contra gigantes cuando creían que eran molinos de viento, ya sea un vecino y su muro, el periodismo o el amor. Libro amargo en el que lo máximo que uno puede esperar es, en la caída, no hacerlo en muy mala posición, que alguien te recuerde, pague tus facturas y descubra tus secretos. 

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Portada de su libro “Las posesiones”.




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