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‘Mi música navega entre dos mundos’

Gabriela Ortiz descubrió su pasión por la música al acudir a un consultorio de una psicológa

Tres minutos en el consultorio de la psicóloga bastaron para despejar cualquier duda sobre la vocación de Gabriela Ortiz (México, 1964), que no respondía, como podía sospecharse, a una “lealtad invisible” hacia su padre -Rubén Ortiz, fundador de Los Folkloristas- y su deseo insatisfecho de estudiar una carrera musical.

Gabriela Ortiz, reconocida hoy como una de las compositoras mexicanas más relevantes, creció en un entorno muy musical.‘Mi música navega entre dos mundos’

Al escuchar esto, la familia supo que la música había elegido a Gabriela y no al revés.

EXITOSA

Hoy, como una de las compositoras mexicanas más relevantes de la actualidad, está a punto de ingresar a El Colegio Nacional (Colnal), en medio de un período prolífico de su carrera: en mayo de 2023, la Filarmónica de Berlín, con la batuta huésped de Gustavo Dudamel, tocará su obra Téenek-Invenciones de territorio, mientras que para el 50 Festival Internacional Cervantino, en octubre próximo, la Filarmónica de Los Ángeles programó Kauyumari, ambas piezas comisionadas por la orquesta californiana.

Además, apenas en marzo pasado asistió al estreno de Clara, obra inspirada en Clara Schumann y escrita por encargo de la Filarmónica de Nueva York, la primera comisión de la agrupación a un compositor mexicano desde Carlos Chávez, hace casi siete décadas.

Parada en la cúspide, a Ortiz le resulta inevitable pensar en Mario Lavista, una figura tutelar en su trayectoria que con su firma respaldó su postulación al Colnal.

“Mucho de mi carrera se lo debo a Mario y le estaré eternamente agradecida”

“Mucho de mi carrera se lo debo a Mario y le estaré eternamente agradecida”, expresa en entrevista sobre el compositor fallecido el año pasado. A través de él, se asume en una rama de un árbol genealógico que se remonta a Chávez, uno de los miembros fundadores, en 1943, de la institución que ahora la acoge.

Lavista, como Eduardo Mata, fue alumno precisamente de Chávez en su taller de composición, y ella, por su parte, lo fue de Lavista en el Conservatorio Nacional de Música (CNM), en paralelo a sus estudios en la hoy Facultad de Música de la UNAM.

“Es como si yo fuera la nieta de ellos de alguna manera, empezando por Chávez, luego Mario y Eduardo Mata; luego, sigo yo”, dice Ortiz. “Ahí se me aclaró esta especie de árbol genealógico, y me emociona mucho ser parte de esta tradición”.

  • Decidió titular Altares a su discurso de ingreso al Colnal que pronunciará el martes a las 18:00 horas, con respuesta del escritor Juan Villoro, presidente en turno de la institución.

En 2019, al darle la bienvenida a la Academia de Artes, Lavista reconoció en la música de Ortiz dos mundos “aparentemente irreconciliables” al combinar “las modernas técnicas occidentales con la música popular o folklórica, mexicana o no”.

Mi música navega entre esos dos mundos, pero jamás de una manera literal; no me dedico a escribir mambos”, expresa. “Si acaso hay una influencia, va a ser muy decodificada por mi oído, mi estética y voz propia; no imito, no es literal. Para eso mejor escuchas a (Dámaso) Pérez Prado”.

Aunque en su juventud, en El hijo del cuervo, montó con su amiga Alejandra Díaz de Cossío, la sátira cabaretera En busca del mambo perdido, con viñetas a partir de la música del Rey del Mambo.

En aquel espectáculo de 1988 salió disfrazada de chango mientras sonaba el famoso Babarabatiri, en voz de Benny Moré, para poco a poco despojarse del disfraz y revelarse como mambera, salvo por la máscara que se dejó puesta.

Y es que en su casa la música popular brotaba por todos lados, evoca Ortiz.

No sólo su padre, de profesión arquitecto, fue fundador de Los Folkloristas; también su madre, María Elena Torres, y por su casa pasaron Víctor Jara, Daniel Viglietti, Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui y el grupo chileno Inti-Illimani.

Además, su abuelo paterno, Alfonso Ortiz, médico de profesión, fue un gran melómano; estudió en la Universidad de Georgetown y vio dirigir a Gustav Mahler en Nueva York, aunque por haber sido doctor de Pancho Villa, su familia lo desheredó. Mientras que su abuelo materno, Ricardo Torres Gaytán, de origen campesino, fue un connotado economista.

“Soy una devoradora de cultura popular”, asegura la compositora, quien estudió guitarra y charango en La Peña de los Folkloristas. Y lo es tanto que Lavista se refería a ella y a Armando Luna, también alumno de su taller, como “los del jícamo”, por guapachosos.

Ella misma ha dicho que sin Los Tigres del Norte no existiría Únicamente la verdad o La verdadera historia de Camelia la Texana, obra híbrida que mezclaba ópera con elementos electroacústicos y música norteña, y que representó su incursión en el género.

Aunque tan pronto empezó a estudiar piano, a los 7 años, la música culta la “atrapó”.

Sus primeras composiciones datan de su adolescencia y el primero en escucharlas, antes que Lavista, fue otro de sus maestros, Arturo Márquez. Lo conoció en una reunión poco antes de terminar la preparatoria y le compartió sus planes de ir a París a la “aventura”, aprender francés y, por supuesto, estudiar música.

Márquez le escribió una carta de recomendación para tomar clases con Jacques Castérède en el Conservatorio de París, durante un año, para después lograr una beca para estudiar la licenciatura, aunque tuvo que volver por razones familiares: su madre estaba muy grave por una insuficiencia renal y necesitaba un riñón, y Ortiz, de 19 años, regresaba para donárselo, pero el trasplante no funcionó y su madre murió tres años más tarde.

“Fue una etapa muy, muy dura”, rememora Ortiz.

Por “azares del destino”, su papá no alcanzó a inscribirla en la Nacional de Música, pero le recomendaron la Ollin Yoliztli, donde Lavista enseñaba análisis y composición. “Ahí se selló mi destino”.

Francia dejó de estar pronto en su horizonte para un posgrado que México no le podía ofrecer, y partió a Inglaterra, pero ya formada.

Ortiz no cree que haya un parámetro general para establecer la madurez de un autor, pero sí considera esenciales la disciplina y la constancia.

“No ha habido un año sin que haya compuesto”, dice quien hoy pugna porque cada vez se toquen más obras de compositoras, y que crezca la diversidad.

Desde que de manera contundente confirmara su vocación en el consultorio de la psicóloga, jamás se ha desviado. “Todo lo que hecho es componer, componer y componer. Y dar clases”.

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