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Filósofo de la inquietud

Benjamin Fondane propugna en un ensayo que la filosofía tiene que centrarse en los seres individuales que sufren, y olvidarse de buscar consuelos trascendentes

Fichte afirmaba que el tipo de filosofía que uno elige depende de la clase de hombre que se es, del carácter. Kant, de temperamento templado, instauró una filosofía estrictamente racional; y el bombástico Hegel, la glorificación de lo absoluto: lo real es racional, y lo racional real. El saturniano Schopenhauer fue pesimista cósmico, e imaginó una voluntad irracional que nos domina mientras nos masacramos los unos a los otros: la razón no evita el sufrimiento —sostenía—, que es lo radical, porque existimos sufrimos. En esta línea prosiguieron Kierkegaard y Nietzsche, que vieron en la existencia angustia y tragedia. El poeta, dramaturgo y filósofo Benjamin Fondane (Wechsler de nacimiento, 1898-1944), judío rumano, leyó con pasión a estos dos iconoclastas de la razón, y quedó seducido por su lucidez trágica.

Filósofo de la inquietud

Con 25 años Fondane se instaló en París, se casó con la francesa Geneviève Tissier y, en 1938, obtuvo la nacionalidad gala. Aunque empezó a escribir en rumano desde muy joven bajo el seudónimo de B. Fundoianu, más tarde escribió siempre en francés. Trató con dadaístas, surrealistas y artistas de todo género (Man Ray lo inmortalizó en un célebre retrato dadá). Fundó una compañía de teatro y estuvo al frente de una revista literaria. Fue traductor, crítico de cine y hasta dirigió una pelícu-la surrealista (Tararira) durante una breve estancia en Argentina.

Interesado en la filosofía, sin ser un académico, ganó fama como polemista. Su encuentro con el filósofo ruso Lev Shestov (Atenas y Jerusalén, Apoteosis de lo infundado) fue decisivo. A raíz de conocerlo se convirtió en su discípulo más acérrimo. En Shestov, vio Fondane la encarnación del existencialismo más puro, de esa “tradición oculta de la filosofía”, como la denomina el excelente traductor Gonzalo Torné en su esclarecedor prólogo, a la que sólo han pertenecido los raros del pensamiento.

La “filosofía de la existencia” o existenscialismo se forjó con ideas de pensadores como Pascal, Kierkegaard, Nietzsche y Shestov; autores nada “complacientes” con la razón, pues veían al ser humano como una criatura desdichada y confusa, tambaleándose al borde del abismo. 

A ellos se unen Shakespeare, Kafka y Dostoievs-ki, que tampoco fueron meros escritores, sino además filósofos de la condición humana. 



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