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Esta sí fue una auténtica revolución

En una época de cambio medioambiental, las miradas de los expertos se vuelcan en el Neolítico, el período en el que la humanidad vivió su transformación más radical

El Neolítico es el período más importante de la historia y uno de los más desconocidos por el gran público. Con la adopción de la ganadería y la agricultura se crearon las primeras ciudades, nació la aristocracia, la división de poderes, la guerra, la propiedad, la escritura y el crecimiento de población.

Pintura rupestre con una escena cotidiana con el ganado en el Neolítico, en Tassili n’Ajjer, Argelia.Esta sí fue una auténtica revolución

Surgieron en pocas palabras, los pilares del mundo en el que vivimos. Las sociedades actuales son sus herederas directas: nunca ha tenido tanto sentido hablar de revolución porque dio lugar a un mundo totalmente nuevo. Y tal vez fue también el momento en el que empezaron los problemas de la humanidad, no las soluciones.

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LA HUMANIDAD Y EL MEDIO AMBIENTE

Sopesar si fue una desgracia o una suerte algo que ocurrió hace diez mil años y que no podemos revertir puede resultar absurdo, pero es importante tratar de conocer cómo se produjo aquel paso y saber si mejoró la vida de las poblaciones. El motivo es que fue entonces cuando la humanidad comenzó a transformar el medio ambiente para adaptarlo a sus necesidades y cuando la población de la tierra empezó a crecer exponencialmente, un proceso que no ha hecho más que acelerarse desde entonces.

Los estudios sobre el Neolítico se han multiplicado en los últimos tiempos y no es casual: hoy vivimos el paso a una nueva era geológica, desde el Holoceno hasta el Antropoceno, un cambio planetario inmenso. De hecho, algunos estudiosos consideran que este salto arrancó en el Neolítico.

“El crecimiento demográfico constante, que se encuentra todavía fuera de control, provocó concentraciones humanas, tensiones sociales, guerras, crecientes desigualdades”, escribe el arqueólogo francés Jean-Paul Demoule, profesor emérito de la Universidad París I-Sorbona en su reciente ensayo “Les dix millénaires oubliés qui ont fait l’histoire. Quand on inventa l’agriculture, la guerra et les chefs” (Fayard, 2017) —“Los diez milenios olvidados que hicieron historia. Cuando inventamos la agricultura, la guerra y los jefes”—.

“Creo que es la única verdadera revolución de la historia de la humanidad”, explica. “La revolución digital que estamos viviendo actualmente no es más que una consecuencia a largo plazo de aquella. Pero curiosamente es la que menos se enseña en la escuela. Arrancamos con las grandes civilizaciones, como si fuesen obvias, pero es muy importante preguntarse por qué hemos llegado hasta aquí, por qué tenemos gobernantes, ejércitos, burocracia. Creo que en nuestro inconsciente no queremos hacernos esas preguntas”.

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DE ANIMALES A DIOSES

El capítulo que el ensayista israelí Yuval Noah Harari dedica al Neolítico en su célebre libro “Homo Sapiens. De animales a dioses” (Debate, 2014), uno de los ensayos más leídos de los últimos años, se titula ‘El mayor fraude de la historia’. “En lugar de anunciar una nueva era de vida fácil, la revolución agrícola dejó a los agricultores con una vida por lo general más difícil y menos satisfactoria que la de los cazadores-recolectores”, escribe Harari.

El antropólogo de la Universidad estadounidense de Yale, James C. Scott, profesor de estudios agrícolas, se pronuncia en un sentido parecido. “Podemos decir sin problemas que vivíamos mejor como cazadores-recolectores. Hemos estudiado cuerpos de zonas donde se estaba introduciendo el Neolítico y encontramos signos de estrés nutricional en agricultores que no hallamos en cazadores-recolectores. Es incluso peor en las mujeres, donde hemos identificado una clara falta de hierro. La dieta anterior era sin duda más nutritiva. También encontramos muchas enfermedades que no existían hasta que los humanos vivieron más concentrados y con los animales. Además, siempre que se han producido asentamientos de poblaciones han estallado guerras”.

Scott se dio cuenta de que todas las ideas que tenía sobre el Neolítico estaban equivocadas mientras preparaba un curso sobre la domesticación de las plantas y los animales. “Pasé tres años estudiando todo lo que se había publicado, tratando de entender lo que había ocurrido realmente”, explica desde su despacho. Así escribió “Against the grain: A Deep History of the earliest states (Yale University Press, 2017) —“Contra las semillas: una historia en profundidad de los primeros Estados”—, un libro que ha tenido un gran impacto en el mundo anglosajón. “La versión que contamos en los colegios del Neolítico, de que aprendimos a domesticar las plantas y entonces creamos las ciudades y se acabó el hambre es falsa”, asegura Scott.

Su lectura de aquel período es la más revolucionaria y no todos los estudiosos coinciden con su interpretación, pero sí podemos hablar de un replanteamiento general de aquellos milenios, provocado entre otros motivos porque el estudio del ADN antiguo ha permitido conocer las poblaciones del pasado como nunca hasta ahora. En su ensayo, Scott sostiene que ya se utilizaba la agricultura o la irrigación antes del nacimiento de los Estados y que diferentes catástrofes, como las epidemias o la deforestación y la salinización del suelo, hicieron que el Neolítico fuese un proceso de ida y vuelta y que sociedades agrícolas diesen marcha atrás para volver a ser cazadores-recolectores. “Durante cinco mil años pasaban de un estado a otro dependiendo de las condiciones climáticas. Hubo mucha fluidez entre estas dos formas de vida”, señala.

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MENSAJE CLARO

“El Neolítico nos ha dejado un mensaje claro: un entorno natural transformado y bien regulado puede alimentar un gran número de bocas”, explica Guilaine. “Pero este mensaje sublime ha sido también pervertido por el hombre, ávido de dominar a sus semejantes: explotación irracional del medio, acumulación de semillas, desigualdades sociales, espíritu de supremacía sobre los más débiles. La esperanza de una sociedad en armonía con la nueva economía fracasó por el rechazo a compartir”.

Los historiadores siguen buscando respuestas a muchas preguntas. La primera de ellas consiste en saber por qué se inventó la agricultura si nos alimentábamos mejor cuando éramos cazadores-recolectores. Lo que está claro es que coincidió con un período de calentamiento global del planeta tras la última glaciación, hace unos diez mil años y que se trató de un proceso gradual que se dio en diferentes puntos a la vez y que desembocaría en algunos lugares, como Europa, en el florecimiento de civilizaciones como la etrusca o la romana. A la introducción de la agricultura y la ganadería siguieron el trabajo con los metales, la fundación de ciudades, el surgimiento de aristocracias.

“El Neolítico es la gran revolución que inaugura nuestro mundo histórico”, asegura Guilaine. “Es un período sobre el que tenemos muchos datos, pero que se explica mucho peor que otros momentos. Nos gusta más enseñar los orígenes del hombre, porque plantea problemas filosóficos o las civilizaciones de la antigüedad, consideradas brillantes a causa de sus logros arquitectónicos. Podemos encontrar impresionantes las pirámides o el Partenón, ¿pero qué representan si los comparamos con el paso de toda la humanidad a la agricultura?”.

Ya casi nadie cree que hubiese una única revolución neolítica que estalló en Oriente Próximo con la domesticación del trigo y que de ahí se propagó a todo el planeta. La idea más extendida es que hubo varios puntos de partida más o menos simultáneos, en China con el arroz o en América con el maíz. En cambio, sí existe la certeza, gracias a la genética, de que a Europa llegó a través de migraciones de los primeros campesinos en un momento de grandes movimientos de población.

Eva Fernández-Domínguez, profesora asociada del Departamento de Arqueología de la Universidad de Durham, Reino Unido, donde dirige el laboratorio de ADN arqueológico y experta en el proceso de transición al Neolítico en la península Ibérica y Oriente Próximo, explica así los nuevos caminos que ha abierto el estudio de ADN antiguo: “a través de la arqueología podemos saber si las poblaciones eran cazadoras-recolectoras o agrícolas-ganaderas, mediante el estudio de los restos arqueozoológicos y arqueobotánicos del yacimiento, de la tipología lítica —técnica y estilo de fabricación de herramientas—, del tipo de asentamiento. Sin embargo, estas técnicas no poseen la suficiente resolución para decirnos cómo se ha producido el proceso de transición. Es decir, si grupos locales de cazadores-recolectores aprendieron a cultivar o si la agricultura ha sido llevada por inmigrantes desde otras regiones y si dichos inmigrantes sustituyeron completamente a la población autóctona o se mezclaron con ella y en qué proporción. Este tipo de información es únicamente accesible a través de la genética. Gracias a las nuevas técnicas de secuenciación masiva, poseemos hoy día una buena representación de la información genética de los individuos involucrados en el proceso de transición al Neolítico”.

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EL NEOLÍTICO Y LA CERÁMICA

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Un caso apasionante que ilustra cómo se fue asentando el Neolítico es el de la cerámica campaniforme, que se expandió por gran parte de Europa durante la Edad del Bronce hace unos cuatro mil 900 años.

A partir de la península Ibérica, concretamente del estuario del Tajo, alcanzó el norte y el este de Europa, las islas Británicas, pero también Sicilia y Cerdeña. Además de en Portugal y España, esta cerámica, que no se asocia a un uso cotidiano, sino ritual, ha aparecido en Francia, Italia, Reino Unido —incluyendo Escocia—, Irlanda, Holanda, Alemania, Austria, República Checa, Eslovaquia, Polonia, Dinamarca, Hungría y Rumania.

“Su escala geográfica no tiene precedentes en el continente hasta la llegada de la Unión Europea”, escribe Lalueza-Fox en su ensayo. Salvando todas las distancias, su alcance geográfico se podría comparar con el de un Ikea del final de la prehistoria. Durante décadas existían dos teorías enfrentadas: la cerámica había llegado con poblaciones que migraban o había existido algún tipo de transmisión oral.

Ese período es especialmente importante porque es a partir de ese momento cuando comienzan a aparecer signos arqueológicos claros de la existencia de una aristocracia y por tanto, de desigualdades sociales. “Es un momento crítico de cambio social, caracterizado por la emergencia de una clase aristocrática guerrera que perdura más allá de la propia cultura”, escribe el investigador catalán en su ensayo.

Ni la genética, ni la arqueología han logrado todavía desvelar todos los misterios cruciales que oculta ese período. También llegó entonces a Europa el indoeuropeo, del que derivan lenguas que habla la mitad de la población del mundo, un proceso sobre el que todavía existe un intenso debate. La única certeza es que aquella revolución remota lo cambió todo y que todavía no ha acabado.

Las lecciones que oculta pueden ser muy útiles para un presente en el que la humanidad está llevando la naturaleza y sus recursos al límite de sus posibilidades. 




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